La elección de consejeros y consejeras para el nuevo proceso “constituyente” puede ser fácilmente la elección más anticlimática, autopoiética y ensimismada de los últimos años de vida democrática en Chile. Sin influencia efectiva en una agenda pública, recogida incluso por el gobierno, enfocada exclusivamente en materias de seguridad, la campaña se parlamentariza a tal punto que las candidaturas hablan de seguridad pública y privada, sin ser materia del cargo al cual postulan. En el fondo, como prácticamente nadie está mirando, mucho menos mirando dos veces, puede permitirse cierta retórica ridícula.
Después del aplastante triunfo del rechazo, el oficialismo sintió el golpe, sin embargo, en mi opinión, su paradigma adversarial le fuerza a buscar ahora congraciarse con los vencedores. Postergadas quedan las tareas de rearme ideológico, los congresos estratégicos, la reforma espiritual e intelectual que la izquierda chilena se debe a si misma desde los noventa (que tuvo un pequeño sneakpeak con la digitalización de la participación en el hito de la redacción del Programa de Muchos, para la campaña presidencial de Beatriz Sánchez en 2017) en función de una ficción de gobernabiidad otorgada por el visto bueno de los sectores que administraron la democracia después de la dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet Ugarte.
La lectura parece haber sido una de Pulsión de Conservación. Hay distintas interpretaciones sobre la motivación tras este giro conservador de la sociedad chilena (miedo, comodidad, una verdadera identidad más parecida a los fachismos latinoamericanos del siglo XX) y la respuesta de la coalición de gobierno fue la de incorporar a quienes administraron un pasado “mejor”, más estable y gobernable, en apariencia. La rendición se hacía efectiva junto con diversas declaraciones desafortunadas reconociendo que la inexperiencia no era un valor, sino una dificultad.
Dicha incapacidad se reconocería de facto con la incorporación de la exconcertación a los espacios más íntimos del comité de ministros: el interior y seguridad pública, y la hacienda, la billetera de la república, parecen estar fuera del espacio de capacidad de acción de quienes postularon a ser el ejecutivo. Se quiso creer, en mi opinión, que lo que se rechazaba era el progresismo de una juventud desplegada en las calles desde 2019 que, inclusive con críticas, habría conformado el espíritu central de la antigua propuesta constitucional. Dicha creencia obliga a apuntar a una reconciliación intergeneracional (que en este caso también se atravesaría por motivos éticos y políticos) que, como mucho de la acción de un gobierno con serias deficiencias en lo comunicacional, no fue relevante para mucha gente fuera de las cúpulas partidarias.
Tiendo a creer que es este mismo convencimiento el que lleva al presidente de la república, don Gabriel Boric Font a apresurarse en dar una respuesta al resultado del plebiscito constitucional. El mismo espíritu de fracaso generacional sería tan fuerte que la respuesta, el acuerdo y la aprobación se va a buscar precisamente a una generación y casta política a la cual el país le estalló en la cara. Sin tomar en cuenta la tradición republicana de Chile, se obvia que hace pocos años el estado organizó una seguidilla de cabildos para discusión constitucional. El mayor, quizá, error respecto de la desafección que se ve actualmente es lo que Gabriel Salazar llama la “usurpación de soberanía”, el enclaustramiento del proceso constituyente en curso a los salones habitados por la clase política. El Presidente perdió la oportunidad de disponer del Estado para propiciar las condiciones de participación que prevengan el eventual fracaso de este proceso, y un nuevo rechazo a una propuesta.
Las fuerzas políticas que dominan las encuestas no son ni las de la política tradicional ni la de esta nueva coalición que gobierna el ejecutivo, sino que partidos fuera de pacto que no existían en los noventa e inicio de los dosmiles, la era de oro de la coalición invitada por el Presidente a formar gabinete. Llenan un espacio que no existía en la época del auge concertacionista y, quizá por eso, responden a idearios que no se interesaban en política, o no lo suficiente para involucrarse. Además del sistema binominal, la irrelevancia de la política después de los primeros años de transición podría haber derivado en que muchas individualidades fuesen a hacer vida política “fuera de la política”, formar y fundar idearios que hoy son puestos a certamen en las elecciones con las mismas coaliciones y partidos que no dieron respuestas a sus deseos y utopías en otra época. El diseño senatorial de la nueva cámara es la muestra más evidente de nostalgia y política vintage, además de ciertas candidaturas, en mi opinión. Esas individualidades hoy asedian las noches de descanso de un oficialismo poco optimista sobre el domingo siete.
La teoría pendular en los procesos políticos establece (a grandísimos rasgos) que después de un movimiento fuerte (no de dimensión, sino que impulsado por algo llamado fuerza, como energía) en el “cuerpo” que llamamos sociedad, la gravedad impulsa al cuerpo de vuelta y reutiliza algo de o la fuerza que fue ejercida en el sentido inicial. Así, después de un momento que podría leerse como “muy de izquierdas”, los valores de “las derechas” empiezan a consolidarse después de ser tocados por este péndulo que les despierta. Así, la fuerza reaccionaria podría retener el péndulo donde está, o empujarlo de vuelta.
En nuestra historia reciente podríamos hablar de una trilogía: la del momento destituyente, el constituyente y el actual, el restituyente.
A veces las buenas películas tienen más de tres entregas. A veces, no. Una mala película podría tener tres entregas, difícilmente pueda tener más.