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Productividad y recuperación económica: un tema pendiente en Chile. Por Rodrigo Gallardo Canales y Mario Pinto Inostroza

La importancia de la productividad y su estancamiento en las últimas décadas

Tanto la evidencia empírica como la visión de expertos da cuenta de la relevancia que tiene la productividad, ya que contribuye al crecimiento sostenible y a la reducción de la pobreza[i], más aún cuando nos enfrentamos a las perturbaciones económicas derivadas del covid-19 (con una magnitud de impacto mayor o menor según la naturaleza y característica de cada industria), pero con una tendencia más marcada a la baja en la productividad de las economías emergentes y en desarrollo, que ha persistido en el tiempo desde la crisis subprime.

Sin embargo, dicha desaceleración generalizada de la productividad en el último tiempo, sustentada también por diversas mediciones como el índice de competitividad[ii] elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF), que pese a posicionar a Chile en los primeros lugares del ranking de competitividad 2020 en la región, también demuestra que en una década (2010 a 2019) ha mejorado la posición de nuestro país en un modesto 2,36%, lo que constata el complejo escenario y la necesidad de un compromiso real y efectivo de los gobiernos para respaldar políticas y mecanismos efectivos que permitan un aumento significativo de la productividad, en paralelo a la expansión gradual de la economía durante y post pandemia. En este escenario, la odiosa pero necesaria política comparada, nos demuestra la fragilidad de las estrategias para abordar este desafío en las economías emergentes y en desarrollo como el caso de Chile, que representan menos del 20% de la productividad promedio de economías avanzadas.

El contexto local

La última medición de la productividad agregada total de Chile para el año 2020 reportó una caída de -0,7%[iii], que pese a las complejidades derivadas de la pandemia para su medición, ratifica la preocupante desaceleración de este indicador. Este comportamiento no es distinto a lo ocurrido en los últimos años, lo que ha limitado el potencial de desarrollo del país, que según estimaciones de la Comisión Nacional de Productividad (CNP) sólo ha contribuido en 0,1% al crecimiento promedio anual de la productividad, muy distante al ocurrido en la década del 90 en torno al 2,3%, lo que ha limitado la mejora de la calidad de vida, entendiendo que una mayor productividad aumenta el bienestar de las personas en términos de mayor tiempo libre y salarios más altos, propiciando un aumento en el acceso a bienes y servicios (mayor cantidad, variedad y disponibilidad) y en mejores condiciones (mayor calidad, menores precios, mejores servicios públicos).

La explicación a esto es multifactorial, pero radica principalmente en que nuestro país no ha aprovechado en plenitud la apertura de su economía y el potencial de desarrollo que esto genera para posicionarse en cadenas de valor globales, dada la alta dependencia del producto en una cantidad acotada de sectores estratégicos como la minería, la agricultura y el sector agroalimentario, lo que no está mal (porque seguirán siendo claves para el crecimiento futuro), pero sugiere la necesidad de diversificar la matriz productiva y evitar una dependencia absoluta de los recursos naturales, que normalice el estado de confort de una economía meramente extractiva. Dicha dependencia, se puede constatar en las propias cifras (Banco Central y OCDE) donde estos tres sectores aportan en promedio un 21% del PIB (13% minería y 8% agricultura e industria agroalimentaria) y representa más del 75% de las exportaciones (55% minería y 20% agricultura e industria agroalimentaria).

  Limitaciones y desafíos para Chile

Sin duda la tan ansiada transformación de la matriz productiva de nuestro país cobra mayor relevancia en estos tiempos, donde no será poco habitual escuchar discursos y ofertones en esta materia (tal como ocurrió en las elecciones presidenciales del año 2017), pero que habitualmente carecen de contenido sobre su complejidad y la forma de cómo operativisarlo (políticas, mecanismos, institucionalidad, entre otros), quedando solo como una correcta “declaración de intenciones”. En el ejemplo tan re-utilizado de la industria del cobre, suena muy bien la idea de agregar valor a este tipo de materias primas, sin embargo poco se cuestiona sobre el impacto ambiental y el mal negocio que podría significar la apertura de nuevas fundiciones y refinerías de cobre para tal efecto. En este marco, parece necesario y pertinente revisar los elementos de base que le podrían dar sustento a un desarrollo gradual de la productividad en el largo plazo, como punto de partida para conversar sobre la diversificación productiva.

Es evidente, por lo tanto, la necesidad de diseñar e implementar mecanismos para reducir las barreras del comercio, mejorar la infraestructura física y digital y modernizar los códigos laborales, sin desconocer las limitaciones por el tamaño de nuestra economía. No obstante, cualquier decisión en estos ámbitos se ve coartada por el escenario de incertidumbre y desincentivo a la inversión provocado por la inestabilidad política y social que ocurre a nivel local (y también a algunos de nuestros vecinos en la región), que en el caso de Chile deriva del estallido social, de las tensiones profundas entre el poder ejecutivo y el legislativo, la nueva constitución, entre otros.

Por lo tanto, el desarrollo de la productividad en el largo plazo es un camino lento y pedregoso, del cual surgen algunos desafíos aparentes frente a la necesidad de avanzar de manera más enérgica en esta materia, particularmente en dimensiones estratégicas que requieren mejorar su desempeño, como (1) la educación, en donde se requiere centrar el esfuerzo en la calidad por sobre la cobertura, actualizando planes de estudio para ampliar la inversión en el desarrollo de habilidades para el mercado laboral futuro y la economía del conocimiento (tanto en la etapa escolar como superior, para forjar y consolidar una masa crítica de futuros investigadores de alto nivel); (2) el ajuste de la legislación laboral para la economía del futuro y (3) el aumento de la inversión e incentivo para I+D+i (donde Chile obtuvo la menor posición en la última medición del WEF, quedando por debajo de Brasil y Argentina en el contexto regional, y muy por debajo del promedio de la OCDE). Todo ello, sin desconocer elementos complementarios como el potencial del teletrabajo, la necesaria asociatividad público-privada y la descentralización que se podrían constituir como impulsores para el cambio, más aún en el proceso de reactivación económica y transición hacia la industria 4.0 que ya está en curso.

 

El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y, no representa necesariamente, la línea editorial ni la posición de la Universidad de Santiago de Chile.

Mg. Rodrigo Gallardo Canales, Académico Área Control Industrial

Depto. de Tecnologías de Gestión – Facultad Tecnológica - USACH

rodrigo.gallardo@usach.cl

 

Mg. Mario Pinto Inostroza, Académico Área Control Industrial

Depto. de Tecnologías de Gestión – Facultad Tecnológica - USACH

mario.pinto.i@usach.cl


[i] https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2020/07/14/productivity-growth-threatened-by-covid-19-disruptions Visitada el 09 de julio 2021

[ii] https://datosmacro.expansion.com/estado/indice-competitividad-global/chile Visitada el 09 de julio 2021

[iii] https://www.comisiondeproductividad.cl/wp-content/uploads/2021/01/Informe-de-Productividad-2020-pdf.pdf Visitada el 13 de julio 2021

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