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Proposiciones estratégicas a 100 años de trayectoria del trabajo social en Chile. Por Felipe Saravia Cortés

Este 2025 Trabajo Social conmemora 100 años de trayectoria en Chile y Latinoamérica, y puede ser un tiempo propicio no solo para rememorar sino para proyectar la profesión y disciplina hacia el futuro. En este contexto, hay cinco tareas que el colectivo profesional debe abordar:

1. Proyectar el Trabajo Social hacia el futuro

Que el Trabajo Social se proyecte al futuro no es algo obvio. Es decir, que la profesión haya cumplido 100 años no nos asegura que haya de seguir existiendo una centuria más. ¿Será necesaria la profesión en 100, 50, o si quiera 25 años más, considerando los vertiginosos avances tecnológicos de los últimos años? Esta es una pregunta difícil de responder, y cuya respuesta depende de aspectos estructurales que, en gran medida, trascienden al colectivo profesional. El asunto crucial es si la sociedad mayoritariamente considera que la profesión responde a una necesidad concreta que justifique su existencia y le entrega la legitimidad para abordar dicha cuestión. Esta es una definición dinámica -como la realidad social es dinámica-, y en tanto es el resultado del debate público, el colectivo profesional tiene chances de intervenir al respecto. El centenario es una oportunidad ideal, precisamente, para trabajar en argumentos robustos que permitan dar cuenta ante la opinión pública de la necesidad de continuar -y por qué no ampliar y profundizar- el desarrollo del Trabajo Social en el país.

2. Definir y defender ámbitos de incumbencia profesional

No necesariamente hemos de replicar el Trabajo Social hasta ahora conocido. La respuesta a qué es y qué hace la profesión, es igualmente dependiente de un proceso de legitimación, que tiene implicancias en el sistema de educación superior, así como en diversos instrumentos jurídicos y en las formas de funcionamiento del Estado en la prestación de servicios sociales. El Trabajo Social no ha tenido siempre la misma presencia en todas las áreas en las que hoy se desenvuelve, ni tampoco todos los países tienen los mismos escenarios ocupacionales para la profesión. Podríamos decir que, en el caso chileno, la profesión ha ampliado sus ámbitos de injerencia. Sin embargo, no debemos dar por sentado que esto se mantenga. Hay evidencia internacional de desprofesionalización de los espacios ocupacionales en los que la profesión se desenvuelve, así como intrusión de otras profesiones en espacios que otrora eran considerados típicamente asociados al Trabajo Social. Estas son tendencias que, en la medida que son previstas desde el colectivo profesional, pueden resistirse e incluso contrarrestarse. Aún más, es posible pensar en el reconocimiento de la complejización de la profesión, a través de la formalización de especialidades, tal como ocurre en medicina o pedagogía.

3. Regular la formación profesional

Durante las últimas décadas, Chile ha experimentado una masificación de la formación terciaria en general, y universitaria en específico, en un contexto en que la educación se ha entendido como un negocio, y en el que las universidades deben tratar de aumentar año a año su matrícula para poder asegurar su existencia. Ello ha traído como consecuencia que la cantidad de profesionales disponibles en el mercado laboral no necesariamente sea coherente con la factibilidad real de su incorporación en espacios laborales de calidad aceptable, es decir, cesantía y precariedad laboral. Existe evidencia de que esta situación ha afectado especialmente al Trabajo Social, con particularidades bastante graves, como el hecho de que hoy la mayor parte de la formación profesional es hecha en institutos profesionales, y que en universidades han comenzado a aparecer programas que flexibilizan la formación (programas online, de 3 años de duración, licenciaturas en un año, etcétera), con estándares de calidad que ameritan serias dudas. Lo anterior conlleva, de facto, la pérdida del estándar universal universitario del Trabajo Social, lo que pone en entredicho hasta qué punto nuestra profesión está basada en conocimiento científico y desarrollo intelectual riguroso. Por ello, es necesaria una regulación de la formación profesional que cese la oferta formativa no universitaria y regule no solo las modalidades formativas, sino que también defina elementos mínimos comunes que cualquier programa de pregrado debe considerar, tal como se hace en otros países en distintas partes del mundo. Esta es una tarea pendiente para las unidades académicas de Trabajo Social del país, en la que el colegio profesional debe tener una injerencia insustituible.

4. Fortalecer el campo científico-intelectual

Que Trabajo Social sea una carrera exclusivamente universitaria tiene sentido en la medida que los cuerpos académicos de las unidades universitarias de Trabajo Social desarrollan una actividad científico-intelectual rica y profunda, que pueda nutrir no solo la formación de pre y posgrado, sino también el quehacer profesional en general. En esta materia, durante las últimas décadas ha habido avances importantes como la creación de diversos programas de magíster en Trabajo Social e intervención social, y es cierto que cada vez más académicas/os adscritas/tos a unidades de trabajo social adjudican proyectos de investigación competitivos como FONDECYT. Sin embargo, en términos generales, el campo científico-intelectual del Trabajo Social chileno es aún débil. Cuenta con solo un doctorado disciplinar (en psicología se ofertan más de 15 programas), lo que dificulta que haya investigaciones centradas de forma específica en los procesos interventivos a los que se aboca la profesión/disciplina. Ejemplo de ello es que, cuando desde el campo gremial se requiere de voces especializadas para fundamentar ciertas acciones de carácter político-técnico, en muchos casos no es posible hallarlas. Por otro lado, la disciplina aún no es reconocida como tal, es decir, como un grupo de investigación, por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (Trabajo Social es ubicado dentro del grupo de sociología), lo que sumado al hecho de que la mayor parte de académicas/os de Trabajo Social con grado de doctor/a han obtenido sus posgrados en otras disciplinas, provoca que sus proyectos de investigación tiendan a centrarse en asuntos de otros grupos disciplinares, con un vínculo débil y no necesariamente explícito con el Trabajo Social. Transformar este escenario es perentorio si hemos de tener una disciplina que retroalimenta y mejora los servicios sociales que el Estado presta.

5. Enfrentar la arremetida neoliberal y ultra-conservadora

La ciencia social aplicada a los procesos interventivos que el Trabajo Social puede y debe desarrollar, resulta crucial en el actual contexto en el que tanto en América Latina como en diversas partes del mundo, arremeten gobiernos neoliberales y ultra-convervadores, que tienden a poner en tela de juicio no solo al Estado en general, sino a la necesidad de contar con servicios sociales solidos que aseguren derechos sociales mínimos para la población, especialmente aquella en situación de pobreza y vulnerabilidad social. Ponen en duda también el conocimiento científico acumulado que nos alerta del cambio climático y sus consecuencias. Ello es coherente con el impulso de proyectos extractivistas que hipotecan el potencial de los territorios en los que se emplazan, generando una serie de problemáticas sociales a corto, mediano y largo plazo. En este contexto, fenómenos tan diversos como el aumento de la criminalidad, el debilitamiento sistemático de la vida comunitaria durante los últimos cincuenta años, el deterioro de la salud mental, y el aumento de la conflictividad social, que el Trabajo Social cotidianamente enfrenta, deben ser abordados de manera no simplista, sino apuntando a sus causas profundas. La profesión/disciplina puede aportar a ello desde el mundo académico, gremial y profesional en general, asumiendo posicionamientos explícitos que permitan fijar rumbos en el diseño de políticas orientadas a un buen vivir.

Una tarea compartida

Los desafíos planteados requieren del fortalecimiento de las organizaciones del Trabajo Social, y de la articulación del campo sindical, gremial, académico y político. En nuestro pasado reciente no hemos sabido reconocer ni enfrentar adecuadamente los desafíos por los que atraviesa la profesión. Pareciera que ello se debe a las lógicas neoliberales que dominan las dinámicas internas de cada campo en el que nos desenvolvemos.

La academia, por ejemplo, tiende a estar abocada casi completamente a responder a la necesidad de mantener la matrícula de pregrado que sostiene el financiamiento estructural de las universidades, y a intentar generar una productividad científica en forma de papers indexados que incremente el prestigio institucional (y los recursos estatales asociados). El espacio que queda para desarrollar una vocación intelectual pública es escaso. El gremio, por su parte, atraviesa una crisis de participación desde hace años. El colegio profesional tiende a ser percibido por quienes no son colegiados/as, como una organización que no aporta a su desarrollo profesional concreto, ni a la representación de la profesión en la opinión pública. A ello ha contribuido un esquema organizativo antiguo, que debe transformarse para ampliar y profundizar su democracia interna. La presencia de la profesión en otros espacios como movimientos sociales u organizaciones sindicales, debe aún ser articulada. Si bien hay muchas/os trabajadoras/es sociales en estas, no existe una agenda común que permita hacer dialogar al Trabajo Social como colectivo amplio.

En suma, con miras a proyectar un futuro del Trabajo Social en Chile, requerimos fortalecimiento de las orgánicas, diálogo, y articulación en torno a una agenda común que enfrente los desafíos planteados. Para ello es menester reconocer que las actorías de cada campo tienen requerimientos y roles específicos, que deben ser reconocidos y respetados. Con todo, en la medida que estas condiciones se den, nuestra profesión tiene mucho que aportar al país, para hacer de este un lugar más justo.

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