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Psicopolítica de la pandemia o cómo filosofar es aprender a morir. Por Diego Pérez Pezoa

El 24 de mayo recién pasado, el escritor C. Warnken entrevistó al ministro de salud Jaime Mañalich, en ICARE, para ‘conversar’ sobre la contingencia sanitaria que vive el país. En la extensa entrevista, casi en su comienzo, el entrevistador consulta al ministro -citando al filósofo coreano Byung-Chul Han, de por medio- cuál su opinión sobre la situación planetaria futura que viviremos en un tiempo post-pandémico, cuál sería el tipo de sociedad que vendrá, cuál es el mundo que tendremos que habitar, una vez acabada la pandemia. Con una respuesta poco clara al respecto, y asumiendo las competencias reflexivas del caso, el ministro describe un escenario de incertidumbre total, que sería el momento crucial e histórico para lograr definir un nuevo tipo de sociedad y el advenimiento de un mundo completamente novedoso y predominado por la tecnología y sus alcances. De modo que, en su reflexión final, al respecto, sentencia: “debe presentarse una nueva filosofía, una que deseche las categorías antiguas del filosofar, y que se adapte a los nuevos tiempos […] es el tiempo de los filósofos”.

Sin ninguna pretensión aquí de querer tomar la posta consignada por el ministro, su reflexión arroja, en tanto, eso sí, una provocación de tipo bioética bastante limitada; pues, sabemos que una probable lectura filosófica de la crisis actual que vive el país, en términos económicos y sanitarios, no se encuentra arraigada a ninguna práctica o decisión de las que se han realizado hasta el momento como política pública pertinente. Es más, me atrevería a decir que, al contrario, en las últimas decisiones que se han tomado en el gobierno -no sólo respecto de la actual crisis sanitaria, sino, también, respecto de las secuelas, aún latentes, de la revuelta social del 18 de octubre de 2019- solo ha orbitado una evidente falta de filosofía. Seguramente, la filosofía para Mañalich, no es más que una meditación ejecutada por unos individuos retirados de la sociedad que deben volver a la tierra de las multitudes para resolver las catástrofes dejadas por los esquemas violentos de las políticas públicas actuales y los desastres generalizados de un tardocapitalismo exhaustivo. En palabras más sencillas, es el ‘tiempo de lavarse las manos planetariamente’, y dejar pensar a aquellos seres patriarcales y exorbitantes la posibilidad de un nuevo mundo que revitalice la masacre de la historia natural.

Lo que no sabe el ministro, es que la filosofía siempre está meditando el mundo que viene. Esto es así, debido a que un mundo no es completamente absoluto, cerrado. Y no sólo eso; la filosofía, según como lo expresó M. de Montaigne, también medita en cómo aprender a morir. “Filosofar es aprender a morir”. De tal modo que, si nos encontramos en ‘el tiempo de los filósofos’, es el tiempo, a su vez, de imaginar un mundo donde ‘aprender a morir’ sea un derecho, una necesidad y un valor. Esto es inimaginable para el ministro; lo ha dejado claro, no por su invitación al tiempo histórico de los filósofos, sino, en cambio, por su trasfondo liquidado de la realidad sanitaria de este país. El cinismo -y no el quinismo- es la filosofía mañalicheana; la hipocresía vestida de ofrenda filosófica, de tentación voraz para la precariedad filosófica y el paraíso intuitivo de los especialistas en la charlatanería venidera. El porvenir es una apertura del sentido que atraviesa la estructura consagrada y organizada de los mundos. El peregrinaje filosófico, su nomadismo secularizado, no pertenece, ni siquiera un grano de arena de este planeta, a los seres domesticados por Platón. Más bien, vamos a oscuras, visualizando con pequeños destellos la ruta empedrada, y a veces jabonosa, de la vida precaria.

Hace ya bastante tiempo que la filosofía dejó de ser lo que percibe el ministro; una especie de soliloquio permanente entre repositorios juveniles que velan sus sagrados muertos faraónicos. El tiempo de los filósofos ya pasó. La apertura de los mundos ahora se aboga a una vida colectiva que desea, en cada instante, elegir cómo morir.

La pandemia actual nos ha privado, precisamente, de ese derecho humano: morir justamente. Si ya el neoliberalismo post-biopolítico nos confinaba en espacios y en tiempos diseñados exclusivamente para la productividad capitalista, el confinamiento sanitario creado gubernamentalmente viene a naturalizar esa forma de vida. Esa vida donde morir es ajeno a la vida misma. La invitación del ministro, por tanto, no es a los filósofos, no es a filosofar sobre el mundo venidero -un perogrullo meditativo, por lo demás-, sino que, en realidad, la invitación es, engañosamente, para los entusiastas ingenuos, a diseñar una adaptación darwiniana sociobiológica futura de sobrevivencia y competencia -tal como él mismo lo declara, tras el convite a un ‘tiempo filosófico’. Es decir, con otras palabras, lo que vendría es la última etapa adaptativa del neoliberalismo como forma de vida: la integración programática del neoliberalismo como despojo a-simbiótico de la vida sensible.

¿Era necesario una pandemia destructiva para cristalizar esta forma de vida? Probablemente, no. Pero esta pandemia sí se presentó como la ocasión inigualable para los modos de dominación y precarización global de colonizar las formas de vidas, donde este proceso de hiper-precarización de la vida se aceleró considerablemente. “La obra continua de vuestra vida es construir la muerte”, estas palabras finales de Montaigne son la verdadera invitación a los filósofos. No es el ‘tiempo de los filósofos’, es, más bien, el ‘tiempo de filosofar’; es decir, de ‘construir nuestras muertes, nuestras vidas’.

Diego Pérez Pezoa
Doctor en Filosofía. Licenciado en Historia UAHC

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