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¿Puede lo ambiental sobrevivir al autoritarismo? Por Carlos Rungruangsakorn l.

A pocos días de su triunfo, Donald Trump, anunció su intención de garantizar la desregulación ambiental, otorgando más poder a las empresas estadounidenses mientras prometía un aire y las aguas "más limpias" del planeta. Desde su perspectiva política, lo ambiental se reduce a estos dos últimos elementos, dejando de lado la complejidad que subyace en dicho concepto. Como consecuencia de su visión, es seguro que en el 2025 se debilitará la famosa Environmental Proteccion Agency (EPA), y seremos testigos del retroceso de lo que había avanzado Biden en subsanar lo que ya había hecho Trump en su primer mandato respecto a los temas ambientales y climáticos.

La paradoja histórica de este escenario es que el movimiento ambiental moderno tuvo uno de sus principales orígenes en Estados Unidos. La publicación del libro “Primavera Silenciosa”, de Rachel Carson, marcó un antes y un después en la conciencia ambiental, impulsando una discusión que culminaría en la creación de la EPA en 1970, bajo la administración del republicano Richard Nixon. Lo ambiental prospera en democracia y retrocede bajo los autoritarismos, sean estos de derecha o de izquierda.

Esto lleva a preguntarse por qué este tipo de gobiernos parecen resistirse a las cuestiones ambientales. Una posible respuesta radica en las lógicas inherentes al autoritarismo, que prioriza la estabilidad y el control, en este sentido, las políticas ambientales, percibidas como disruptivas, suelen ser rechazadas.

Además, los líderes autoritarios a menudo desprecian a los expertos independientes o las instituciones fuera de su control. Informes sobre problemas ambientales son desacreditados mediante mentiras, teorías de conspiración o la manipulación del discurso público. De este modo, lo ambiental es minimizado en favor de temas "más urgentes", que permiten consolidar el poder a corto plazo, como lo es garantizar beneficios económicos inmediatos. Este enfoque cortoplacista es completamente incompatible con las políticas ambientales, que requieren soluciones de largo plazo para enfrentar desafíos como el cambio climático.

Ejemplos actuales confirman estas dinámicas. Jair Bolsonaro promovió la explotación de la Amazonía, desestimando las críticas internacionales sobre la deforestación y priorizando un discurso nacionalista. Javier Milei, en Argentina, eliminó el Ministerio de Ambiente, relegando las políticas ambientales a un lugar irrelevante. Nayib Bukele, en El Salvador, comenzó su gobierno con promesas ambientales de monitoreo y mitigación de riesgos ambientales que no se materializaron; en cambio, simplificó los trámites de evaluación ambiental. Daniel Ortega, en Nicaragua, ha impulsado decretos que fomentan la explotación forestal sin controles efectivos. Por su parte, Vladimir Putin, aunque no niega directamente el cambio climático, mantiene una dependencia de los combustibles fósiles mientras reprime los movimientos climáticos, evidenciando la interacción entre el autoritarismo y políticas climáticas conservadoras.

La prosperidad de la temática ambiental está profundamente ligada a la democracia. Sin embargo, lo que observamos es un retroceso en los avances logrados cuando se instalan regímenes o líderes pro autoritarios, esto pone en peligro no solo la viabilidad de la biosfera que nos alberga, sino además el bienestar de las futuras generaciones. Ante el creciente repliegue de la causa ambiental, también tienen responsabilidad la clase política y la sociedad, que han fallado en cuidar la democracia y desatender la gestión racional de generar condiciones equilibradas entre la necesidad de progresar y proteger el ambiente.

Que la Pachamama nos pille confesados.

Dr. Carlos Rungruangsakorn l.
Experto en gestión y políticas públicas ambientales.
Investigador de la unidad de análisis del rol de estado.
Universidad Autónoma de Chile.

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