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¿Qué es Chile? (“ser chileno”). Por Mario Osses

Tal vez, no exista algo más difícil y desafiante que poder precisar lo que es un País, concebido éste como Nación y Estado, pero también, incluyendo el concepto mismo de la chilenidad. Todo ello, tal vez, involucrado dentro de un concepto mayor: el de Patria.

Es de tanta trascendencia o significación este concepto que en uno de los célebres pasajes de Cantinflas -Mario Moreno-, con absoluto fundamento y clara racionalidad -aunque fuere paradojal- él expresa en uno de sus filmes: “Ciudadanos de la Patria, sabeis lo que esta palabra significa? Porque si no lo sabeis, no seré yo quien os lo diga” Esta aparente cantinflada encierra sin embargo, todo un mundo. Y nos obliga a comprender que la riqueza misma de este concepto trasciende la propia razón, para llegar el sentimiento y arraigar en él, profundamente...

Porque, efectivamente, la Patria por sobre todo se siente y es por eso mismo que con legitimidad podemos hablar del amor patrio. Una especie de amor de tal naturaleza que, cuando se trata de defenderla tendríamos que dar por ella la vida misma. Esta Patria no es apenas el territorio que habitamos sino que también el horizonte que ella traza para nuestra propia existencia. Por lo cual, como bien ha sustentado Renán, lo que esencialmente proyecta esta idea-sentimiento o este sentimiento-idea es el futuro común o si se prefiere los proyectos de carácter nacional que seamos capaces de elaborar, pero también de sentir como algo propio.

Ya 2500 años atrás, Platón había sostenido que el tercer objetivo de la Educación era justamente formar ciudadanos. Y “un ciudadano, en una democracia, se define esencialmente por su solidaridad y responsabilidad respecto de su Patria, lo cual supone el arraigo en sí de una identidad nacional”, como bien lo ha expresado Edgar Morin. El tema sin embargo, es más complejo: “¿Pero qué es una Patria. ¿Qué es una Nación? Estas cuestiones primarias -afirma el mismo autor- no encuentran respuesta en ningún programa o manual. Ciertamente se pueden encontrar indicaciones secundarias en el derecho constitucional y en el derecho internacional. Pero no, lo esencial.” A objeto de esclarecer en parte esta materia de tan gravitante importancia y actualidad, cumple hacer una breve digresión histórica. En efecto, “la formidable realidad del Estado-Nación que, aunque minoritario hace dos siglos invadió y dominó luego el planeta, sigue siendo poco concebida todavía

y menos pensada. Los historiadores describen la formación de los Estados Naciones, sus desarrollos, pero con excepción de Toynbee, no hay una reflexión -adecuada- sobre su naturaleza. La sociología trata de categorías de sociedad (tradicional, industrial, post industrial), pero ignora la naturaleza nacional de estas sociedades. El marxismo -a su vez- minimizó la realidad de la Nación, destacando lo que la divide (los conflictos de clase)y no lo que la unifica.” Si bien, “ha habido..., la tentativa de Otto Bauer -y también Renán- de concebir el fenómeno nacional como comunidad de destino. Y luego el ensayo de Stalin, “El marxismo y la cuestión nacional”. Circunstancia que ciertamente sorprende si la historia da testimonio de que ese dictador mandó a matar a varios millones de sus “compatriotas”... Desde luego, “una de las dificultades mayores para considerar el Estado-Nación, radica en su carácter complejo. En efecto, el Estado Nación logrado, es un ente a la vez territorial, político, social, cultural, histórico, mítico y religioso”. Y que además dispone de “aparatos dependientes: ejército, policía, justicia, eventualmente iglesia.” Sin embargo, es posible sostener que -en lo esencial- “el Estado-Nación es una sociedad organizada territorialmente. Una sociedad semejante es compleja en su doble naturaleza, por lo cual es necesario no sólo oponer sino también asociar fundamentalmente la noción de “comunidad” y la de sociedad... Es una comunidad identitaria, una comunidad de actitudes y una comunidad de reacciones de cara al extraño y sobre todo, al enemigo. Es una sociedad, en sus relaciones de interés, competiciones, rivalidades, ambiciones, conflictos sociales y políticos. La historia de principio de siglo XX revela a la vez una formidable conflictividad interna de las -llamadas- Grandes Naciones Occidentales, que llega a veces hasta la guerra civil y, su formidable solidaridad del cara al enemigo exterior.”

Cumple por eso detenernos en un punto central: la comunidad de destino. Esta es “ de carácter cultural-histórico. Cultural, por los valores, costumbres, ritos, normas, creencias comunes. Histórica, por los avatares y pruebas sufridas en el curso del tiempo”. Y he aquí, tal vez lo más importante y consagratorio: “ este destino común, es memorizado, conmemorado, transmitido de generación en generación por la familia, los cantos, las músicas, las danzas, las poesías y los libros -sin excluirse ciertamente la televisión u otros medios de difusión masiva-, y luego por la escuela que integra el pasado nacional en el espíritu de los niños. En los cuales -a la vez- se resucitan los sufrimientos, los duelos, las glorias de la historia nacional, los martirios y hazañas de sus héroes. De este modo la identificación del pasado con uno mismo hace presente la comunidad de destino...”. Pero ésta “es aún más profunda -como de hecho suele acontecer- si está sellada por una fraternidad mitológica”. Y por eso también, el autor se siente habilitado para escribir que, justamente “el Estado-Nación es una

Patria, una entidad consustancialmente maternal/paternal, que contiene en su femenino el masculino de la paternidad. Transfiere a escala de vastas poblaciones..., a menudo procedentes de etnias muy diversas, las virtudes cálidas de las relaciones familiares entre personas que pertenecen al mismo hogar. De este modo, la Nación, de sustancia femenina, integra en sí las cualidades de la Tierra-Madre (madre-patria) del Hogar... y la misma suscita, en los momentos comunitarios, sentimientos de amor que uno siente naturalmente por la madre. El Estado por su parte, es de sustancia paternal: dispone de la autoridad absoluta e incondicional del padre-patriarca al que se debe obediencia. La relación matri-patriótica con el Estado-Nación suscita, cara al enemigo, el sentimiento de fraternidad mítica de los hijos de la Patria”.

Así también, cabe destacar, que “el Estado-Nación se arraiga en la toba material de la tierra que sostiene y constituye su territorio y, al mismo tiempo encuentra en él su toba mitológica, la tierra madre de la Madre Patria. Existe -pues- como una rotación ininterrumpida de lo geofísico a lo mitológico y, al mismo tiempo, de lo político a lo cultural y religioso.”

En este punto, procede destacar la importancia del mito. Este “no es la superestructura de la Nación: es lo que genera la solidaridad y la comunidad; es el cimiento necesario de toda sociedad y, en la sociedad compleja, constituye el único antídoto contra la atomización individual y la afluencia destructora de los conflictos.” En los tiempos de hoy, inicios del siglo XXI, se está produciendo un cambio tal vez radical en estas nociones. El que no cabe disociar del llamado proceso de la globalización. La cual, como se sabe, presentaría dos cafras diametralmente opuestas: por un lado al facilitar y acelerar el predominio creciente de las Naciones más poderosas sobre las más débiles, como la de una Latinoamérica “desintegrada”... Mientras por el otro lado, se traduce en una relación mayor o presumiblemente más humana entre todos los habitantes del orbe, en la medida que tomamos conocimiento más rápido y más directo de las tragedias ajenas. Todo lo cual. De hecho y lamentablemente, ha ido facilitando cada vez más la dictación de normas internacionales que, paradojalmente, suelen ser atentatorias contra otro concepto elemental estrictamente asociado a la idea de Patria o de Nación: el de la Soberanía. Y este proceso no tan sólo se refleja a través de las guerras y la ocupación territorial que implican sino también, a través de otro proceso de extrema gravedad y que nos afecta principalmente a nosotros en cuanto países llamados del Tercer Mundo: ha facilitado ciertamente a favor de esos países más poderosos el dominio de nuestros Recursos Naturales. En el caso de Chile, especialmente el cobre, cuyos yacimientos al “recuperar la democracia”, un 30% de ellos estaba en manos extranjeras; pero hoy, después de más de 20 años de presunta democracia, esa cifra ha subido escandalosamente al 70%... Y lo que es peor aún, ni tan siquiera estos gobiernos últimos han sido capaces de elaborar una política del cobre que siquiera elementalmente, proteja nuestros legítimos intereses.

Por tanto este “Chile nuestro”, cada vez es menos de nosotros y es más de los otros. Habiéndose originado un novísimo proceso que supera la concepción misma de la colonización. Precisamente, porque en cuanto colonias tuvimos al menos la capacidad de reaccionar y levantarnos para exigir nuestra libertad plena, que nos permitiría hace ya más de dos siglos declarar nuestra “Independencia”... Pero hoy, la situación es infinitamente más grave y peligrosa: porque ese proceso pasa a ser más que una mera colonización o recolonización, en la medida en que nosotros mismos -los chilenos antipatriotas- no sólo les facilitamos engrandecer sus dominios sino también muchas veces, pasamos a transformarnos en sus colaboradores o aliados, que en rigor, son vasallos. Huelga decir que es precisamente dentro de esta atmósfera, que se facilita el mayor poderío que adquieren las llamadas multinacionales y que por tanto, como su nombre mismo lo indica, no tienen Patria... A tales extremos que según cifras divulgadas últimamente, tan sólo 500 empresas de este cuño, serían hoy las propietarias de más del 50% de la riqueza mundial. Sin que deba ignorarse, como entre otros lo explicita Eduardo Alvarez Puga en “Maldito Mercado”, que éstas suelen tener entre sí y a raíz de la propia competencia que caracteriza el sistema económico mundial, feroces y silenciosas guerras. Sin desconocerse tampoco el hecho de que las más grandes fortunas del mundo provienen esencialmente de dos grandes cauces: de la venta de armas -como entre otros lo confirma Fred Cook- y del narcotráfico. En una dimensión tan grande que por eso se habla de la llamada “alianza industrial-castrense”... Hecho que el propio ex-Presidente Eisenhower denunció al mundo un par de días antes de abandonar el cargo..., pero luego, calló para siempre. ¿Por qué?

Finalmente, no puede ni tampoco tenemos derecho nosotros los chilenos, a ignorar la infinita gravedad de estos hechos que, de continuar, en un muy breve plazo nos harían desaparecer como nación, transformándonos en “simples factorías”. Y lo que requeriría una legislación mucho más estricta, al ser facilitada su penetración en Chile por los propios ciudadanos chilenos que se han transformado en sus cómplices o coautores, vendiendo su propia patria...

Mario Osses Quirós Abogado- Consultor

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