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¡Qué falta de insolencia! Por Lucio Cañete Arratia

Mientras que el cuento de Hans Christian Andersen es un niño quien grita a la multitud que su rey desfila desnudo, en Chile son los jóvenes quienes han estado exclamando al pueblo que varios de sus autoridades son ineptas y/o corruptas. Aunque en ambos casos lo expresado es una contundente verdad; en la ficción el niño es felicitado, mientras que en la realidad los jóvenes chilenos han sido repudiados, en especial por la prensa y por la clase política que con satisfactorio éxito se ha encargado de proscribir y a veces de perseguir a la insolencia cuando ella es usada en su contra.

En efecto, los políticos profesionales le temen al insolente pues saben que él puede tal como en el cuento de Andersen, hacer que la multitud se burle de ellos o que el pueblo se alce indignado para destituirlos. Es que la insolencia posee la virtud de hacer evidente aquello que incomoda a quien ostenta algún poder, en especial de develar sus engaños tal como lo advirtiera el filósofo alemán Peter Sloterdijk en sus estudios sobre el cinismo político: “Las mortíferas flechas de la verdad penetran allí donde las mentiras se ponen a cubierto tras las autoridades”.

Tales autoridades saben con total certeza que la insolencia es mucho más que lo definido en el diccionario de la RAE: “atrevimiento, temeridad”. La insolencia es la desafiante intervención, el irreverente reto, el gesto provocador de la rebelión que ellas no desean. Sí, la insolencia tal como lo dijo el economista belga Michel Mayer: “resulta más eficaz de lo que frecuentemente se cree, sobre todo cuando se trata de sacudir a quienes dejamos –sea por debilidad o comodidad– que se apoderen de nuestro destino sin tener una capacidad real para ello”.

Esta sacudida que a veces logra tumbar al poder ocurre con más propensión al atender la etimología de insolencia. Ella resulta del prefijo latino de negación (in) y del verbo soler, el mismo de nuestro español en el sentido acostumbrar. Por lo tanto el insolente es ese que tiene la osadía de hacer algo diferente. Por esta razón el insolente es una agente de cambio que asumiendo para él grandes riesgos, propicia que las cosas cambien para disgusto de las autoridades.

Ante esta lógica las autoridades con la habilidad política que los caracteriza se han encargado de que el pueblo no les preste oídos a los pocos insolentes y cuando ellos con la contundencia de las verdades han irrumpido contra lo respetado y respetable, no solo se les ha calificado de la peor manera; sino además han perdido sus ojos y hasta sus vidas. Así esta falta de insolencia en el resto de una ciudadanía mesurada, reverente, paciente y premeditadamente ingenua; ha permitido que las malas prácticas de las autoridades chilenas se hayan enquistado y tras varias décadas, cualquier intento por derribarlas ha terminado en el más triste de los fracasos.

Dr. Lucio Cañete Arratia
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile

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