Nuevamente se instala una discusión pública sobre el profesorado en Chile: esta vez sobre los procesos de admisión a las carreras de pedagogía. Aunque el problema sigue siendo el mismo en los últimos años: cada vez menos jóvenes quieren ser profesores y menos docentes permanecen en el sistema escolar.
Aunque estas discusiones suelen parecer técnicas y razonables, a menudo se limitan a temas como los puntajes de ingreso, las remuneraciones y las condiciones laborales. Si bien estos aspectos son importantes, no abarcan la complejidad del asunto. La atención se centra en la necesidad de que la sociedad cuente con buenos futuros profesores/as, pero pocas veces se reflexiona sobre qué tipo de sociedad requieren las maestras y los maestros en Chile para ejercer su profesión de manera plena e integral.
Esta última idea es clave, ya que la escuela es criticada constantemente por lo que hace o deja de hacer; mientras la sociedad, de acuerdo con lo que vemos en diarios y canales de televisión, enfrenta corrupción, crisis éticas, violencia y fragmentación social. Además, de acuerdo con lo señalado por un sinfín de investigadores/as chilenos, desde una perspectiva economicista, la educación en Chile se reduce a resultados medibles y utilitarios, transformando a los maestros en "facilitadores" y a las escuelas en fábricas de rendimiento. Esto deja de lado lo pedagógico y olvida el rol democratizador de la escuela.
Por ello, es fundamental preguntarse qué necesita la escuela de la sociedad y cuál es el papel de la comunidad en las escuelas. La experiencia educativa en Singapur, por ejemplo, ha demostrado que se requiere un cambio de mentalidad clave tanto en lo educativo como en lo político para garantizar un lugar prioritario a las escuelas y a sus docentes. Esto implica invertir en recursos para el sector educativo, otorgar reconocimiento social al profesorado, fomentar oportunidades para la innovación y la creatividad, así como promover su contribución a la comunidad. Además, es crucial compartir las mejores prácticas a lo largo del sistema, generar un cuerpo docente de alta calidad, confiar en los profesores/as y directores/as otorgándoles poder y autonomía, y asegurar un fuerte respeto entre los profesionales de la educación y los poderes políticos. Todo esto debe estar acompañado de un compromiso colectivo que asegure la coherencia sistémica en el ámbito educativo.
La escuela requiere respeto, condiciones de participación y formación adecuada para crear espacios donde se enseñe, se aprenda y se construyan pedagogías inclusivas para todos y todas. No se trata solo de qué necesita la escuela, sino de qué sociedad estamos construyendo para que las y los profesores —y el resto de los profesionales docentes y no docentes— enrumben los ideales de inclusión, justicia y calidad de vida.
Dr. René Valdés y Dra. Carmen Gloria Garrido
Escuela de Educación, Universidad Andrés Bello