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¿Qué son los 50 años? Por Rodrigo Karmy Bolton

El discurso, según el cual, "bajo ninguna circunstancia es posible justificar el golpe de Estado de 1973" puede ser verdadero moralmente pero políticamente inane. Porque, de hecho, después de 30 años repitiendo ese discurso, el golpe de Estado no solo se justifica y se aclama por parte de sectores de derecha, sino que, además, dicha justificación parece haberse intensificado en el último tiempo. La pregunta, entonces, que habría que formularse es ¿por qué, a pesar de la persistencia de los discursos morales, la justificación no deja de intensificarse al punto de poner en duda la propia cultura democrática? La lectura que cabría hacer no puede ser moral, sino política. Y ello consiste en atender cómo la democracia transicional en los últimos 30 años se asentó política y económicamente sobre el cuerpo institucional de Pinochet: quienes "justifican" el golpe de Estado de 1973 son sus vencedores que volvieron vencer en 1988 y, al parecer, en 2023.
Vencedores que han impuesto su orden sin contrapesos para consumar la usurpación ya instaurada desde que en 1830 el grupo estanquero-pelucón, liderados por Diego Portales, triunfa en la batalla de Lircay. El golpe de Estado de 1973 no es más que una reedición del portalianismo, pero desdoblada en dos figuras clave: la figura dictatorial-militar otrora asumida por el ministro Portales fue ejercida por el General Pinochet; la figura jurídico-constitucional fue articulada por Jaime Guzmán. Los dos pivotes del portalianismo cristalizado en 1830 se articulan, ahora, desde 1973, en base a dos polos de una misma máquina que, por un lado, mata a través de los estados de excepción y por otro, ordena vía la legalización de la usurpación cometida. La cuestión decisiva reside en interrogar ¿qué es el orden? Más allá de la cultura de derechas que tiende a imaginar el orden como una sustancia de corte invariante y absolutamente hipostasiada, en realidad, el orden es nada más que una operación performática que tiene lugar en el instante en que las fuerzas apelan a él, produciéndolo con la acción de su mismo despliegue. En otros términos, no habrá orden sino como una operación que no deja de producirlo, no habrá orden como sustancia sino como una máquina que no deja de funcionar. A esta luz, el orden es siempre vacío. Una piedra lanzada en su contra no hará más que atravesarlo, porque, en cuanto tal, no tiene más fundamento más que su propia operatoria, que su funcionamiento. Sin embargo, precisamente porque el orden es nada más que una máquina que opera produciendo formas de exclusión e inclusión es que éste resulta ser una instancia fáctica que no depende del algún horizonte de moral por el que se pretende reformar a la humanidad, como de la operación propiamente política que instituye tres registros fundamentales de ser: un registro del saber, un registro del poder y uno de subjetivación. El anudamiento entre los tres registros es lo que llamo el “pacto oligárquico” que en Chile ha tenido tres versiones históricas: la de 1833, la de 1925 y la de 1980. Los tres pactos no son más que la institucionalización de la fuerza que se anuda a la luz del autoritarismo portaliano que asume tres formas diferentes, pero articuladas entre sí en un continuum y cuya última forma es la del capitalismo neoliberal. Por eso lo que llamamos “transición”, modelo que hoy pretende ser restituido vía el Consejo Constitucional y que consiste en la operación política de anulación de lo político vía dispositivos consensuales y cupulares, en realidad fue desde el Golpe de Estado de 1973 un orden anudado a las figuras de Pinochet y Guzmán, la excepción y la ley, dualidad de una misma máquina portaliana que sostiene fácticamente el dominio de la oligarquía. Y, precisamente por eso, mientras el moralismo insista en que "bajo ninguna circunstancia, es posible justificar el golpe de Estado de 1973" se obturará la posibilidad de pensar en torno a las condiciones materiales por las que los vencedores se han impuesto sistemáticamente en la historia chilena. Eso explica porqué la denominada democracia nunca pudo conjurar la dualidad Pinochet-Guzmán, porque ella misma no era más que la máquina propiamente portaliana. Interrumpir la facticidad del orden portaliano sigue siendo la tarea para cualquier política que pretenda hacer retroceder verdaderamente a la oligarquía militar y financiera que, como en 1833 y en 1925 se tomó por asalto al país en 1973. Esa facticidad son los 50 años.

Junio 2023.

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