Que vivan los estudiantes porque son la levadura / del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura…escribió y cantó nuestra Violeta Parra en los años sesenta, cuando ninguno de esos muchachas y muchachas que hoy protagonizan jornadas de huelgas, tomas de colegios y asambleas, había nacido en la larga y angosta faja de las mayores y más absurdas injusticias.
Las luchas reivindicativas de los estudiantes siempre están marcadas por intuiciones que van más allá de los objetivos inmediatos, y apuntan a temas que les afectarán en el futuro no solamente a ellos, sino también a las generaciones venideras.
Hoy, en el año 2006, los estudiantes secundarios se movilizan y luchan en aras de un objetivo mucho más importante que una rebaja o gratuidad del transporte escolar; están enjuiciando una de las últimas medidas que la dictadura tomó casi en fuga, destinada a eternizar la injusticia del modelo económico heredado por los sucesivos gobiernos de la Concertación. Esa es la única manera de entender por qué los jerarcas de la dictadura tardaron más de diez años en estatuir definitivamente un sistema de enseñanza que dejaba en manos del mercado la calidad de la enseñanza.
El 10 de Marzo de 1990, exactamente un día antes de que el ladrón Pinochet dejara el poder, se promulgó en la sombra la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza), entregando así la educación primaria, secundaria y universitaria a la dictadura del mercado, esto es convirtiéndola en un negocio en el que, paradojalmente, el Estado pone los fondos.
Lo medular de la LOCE, el meollo de un cuerpo legal atentatorio contra los intereses y derechos de los jóvenes, antepone el derecho a una pretendida “libertad de enseñanza competitiva” dictada por los dueños de las escuelas privadas, pero con subvención estatal, al elemental Derecho a la Educación, esa conquista social que fue el orgullo de la sociedad chilena hasta el día 11 de Septiembre de 1973, en que todas las conquistas y derechos de la sociedad civil fueron aplastadas por los que traicionaron la Constitución que habían jurado defender.
La LOCE privilegia los intereses de la “libre empresa” que hace babear a los Vargas Llosa de todos los pelajes, e ignora y desprecia las legítimas aspiraciones culturales, científicas y tecnológicas de las generaciones que inexorablemente heredarán el país.
Lejos quedan los tiempos en que los rectores o directores eran la máxima autoridad jerárquica de las escuelas, liceos e institutos, pero qué, por el bien de la educación y por tradición democrática, seguían los consejos de los consejos escolares y centros de alumnos. Hoy, en 2006 como en los años oscuros de la dictadura, los responsables de los centros de enseñanza se llaman “sostenedores”, ellos reciben la subvenciones estatales sin que deban rendir cuentas del empleo de esos fondos, y cualquier sugerencia a favor de mejorar el sistema educacional es considerada un atentado a “la libertad de empresa” que hace babear a los orgullosos exhibidores de los índices macro económicos de un país exportador de postres.
No hay un solo artículo de la LOCE que sea defendible por un gobierno democrático, salvo que se siga considerando justo que los “sostenedores” de la educación seleccionen a los alumnos por su capacidad adquisitiva –de comprar enseñanza-, por su conformismo –para hacer de ellos individuos serviles-, por caracteres “no problemáticos” –excluyendo así a los que padecieron la violencia criminal de la dictadura con todas sus duraderas secuelas-, o ejerciendo el “derecho consagrado por la libertad de mercado” a expulsar a los menos dotados.
La LOCE tiene una base ideológica racista, y el que discrepe con esta afirmación que compare una escuela municipalizada con una regentada por un “sostenedor”. La lucha de los estudiantes chilenos tiene objetivos a largo plazo, y el más importante tiene que ver con el imaginario de país al que necesariamente un gobierno democrático debe convocar. ¿Queremos un país en el que la mayoría de los jóvenes estén condenados a la precariedad por falta de preparación moderna? ¿Queremos un país en el que los jóvenes deban conformarse con observar atónitos los portentos científicos y tecnológicos que ellos no producen justamente por falta de una preparación dinámica que los acerque los desafíos globales del futuro? ¿Queremos un país en el que “la libertad de empresa y de mercado” decida hasta qué nivel de desarrollo cultural, científico y tecnológico podemos llegar, para no lesionar la “competitividad” de los países y las empresas más avanzadas? ¿Queremos seguir siendo un país exportador de postres e importador de computadores?
Ciertamente que los estudiantes chilenos no quieren eso, y el gobierno de Michelle Bachelet tiene el deber y la obligación moral de escuchar y atender a cada una de sus reivindicaciones, porque ellos están hablando del futuro, ellos empiezan a imaginar otro Chile posible, y ese sí que es un maravilloso ejercicio democrático. Cúanta razón tenía Pedro Aguirre Cerda: Gobernar es educar. Y cuánta razón solidaria tiene Violeta Parra al cantar mirando al futuro: Que vivan los estudiantes porque son la levadura / del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura.
*Escritor chileno, adherente de ATTAC y colaborador de Le Monde Diplomatique. Gijón, 30 de mayo 2006