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Racismo: el miedo al Otro. Por Daniela Farías

“¿De dónde sale todo ese odio?” se pregunta un joven Willem Dafoe en Arde Mississippi de Alan Parker, al revisar con horror fotografías que ilustran las torturas cometidas por el Ku Klux Klan a la comunidad negra del sureño pueblo de Jessup. Él junto al personaje de Gene Hackman, ambos agentes del FBI, deben investigar la muerte de tres activistas que luchan por la igualdad de derechos: dos de ellos judíos y uno afroamericano, en un lugar dónde el racismo está muy interiorizado y en el contexto de la lucha por la integración racial. En este caso, basado en un hecho real, acontecido el año 1964, las violentas reivindicaciones que estaba llevando a cabo la organización racista con la ayuda de la policía, incluido el sheriff, estaban motivadas por la rabia y la amenaza que les generaba que el Otro tuviera sus mismos derechos, formara parte de la comunidad. Estamos hablando de una época y un lugar en el que habían cines diferenciados para negros y blancos.  

Pese a los avances, ¿cuánto ha cambiado realmente esta situación?, ¿por qué persisten los ataques? Y finalmente, ¿de dónde viene esta hostilidad? Seguimos viendo en el último tiempo por televisión y redes sociales la brutalidad de la policía en el asesinato de George Floyd en Estados Unidos. Pero no tenemos que ir tan lejos para mirar casos de racismo y violencia policial, basta con ver lo que sucede en casa, en La Araucanía: el asesinato de Camilo Catrillanca, en 2018; de Jaime Mendoza Collío, en 2009; de Matías Catrileo y Johnny Cariqueo, en 2008; de Alex Lemún, en 2002; por mencionar sólo algunas muertes.

 

El pasado junio, Alejandro Treuquil, werkén (vocero) de la comunidad We Newén de Collipulli, fue asesinado por un grupo de desconocidos. Esta comunidad, que reivindica tierras en disputa con la Forestal Arauco, es intensamente reprimida por carabineros. De hecho, Treuquil ya había acusado hostigamiento y amenazas por parte de estos. La semana anterior le habían dejado inconsciente al dispararle un perdigón y días después habían lanzado una bomba lacrimógena al interior de su casa, a pesar de estar su familia dentro, aterrorizando a sus hijos. Producto del violento ataque su mujer sufrió un aborto espontáneo.

Hasta la fecha no se ha esclarecido quiénes son los asesinos que dispararon y causaron la muerte del werkén e hirieron a los adolescentes que lo acompañaban cuando buscaba su caballo. Pero sí se sabe quiénes le amenazaban constantemente.

 

El 22 de agosto de 2016, la activista mapuche medioambiental Macarena Valdés de la comunidad Newen de Tranguil fue encontrada muerta por su hijo de 11 años, colgada de una viga del techo de su casa. Su hijo menor de tan solo un año miraba sin entender. Una segunda autopsia practicada arrojó que Macarena no pudo haber muerto colgada y el perito británico John Clark señaló, en el informe llamado “Comentarios sobre la muerte de Yudy Macarena Valdés Muñoz”, publicado por la revista mexicana Proceso, que la activista murió “no por ahorcamiento suicida, sino por estrangulamiento por ligadura, con un objeto que alguien más sostenía alrededor de su cuello y lo apretaba con fuerza”.[1] Agrega que existe la posibilidad de que “su cuerpo haya sido suspendido posteriormente para hacer que la muerte pareciera un ahorcamiento suicida, en cuyo caso la marca final de ligadura podría representar una combinación de ambos procesos”.[2]

Macarena y su marido luchaban contra la instalación de una central hidroeléctrica de la empresa RP Global y Saesa en el río Tanguil. Han pasado 4 años de su muerte y el caso sigue avanzando con lentitud.

 

Estas muertes dan cuenta de lo que significa vivir y morir como el Otro. La novelista Siri Hudvest en “Convertirse en otro” reflexiona sobre el Yo en relación con el Otro en la voz de uno de sus personajes: “Descartes se equivocaba. No es pienso luego existo. Es: existo porque tú existes ese sería Hegel. Para Hegel el camino a la autoconciencia, la capacidad de saber que sabemos pasa por tener una relación combativa con otra persona. Solo a través de los ojos de otra persona uno puede convertirse en un objeto para sí mismo”.[3]

 

Sartre, quien no se caracterizó por su actitud positiva frente a la vida, plantea en A puerta cerrada que “el infierno son los otros”, la posibilidad de que sean otros los responsables de transformar un mundo individual en un infierno público. Las situaciones presentes en esta obra de teatro dan cuenta de la imposibilidad de una relación neutral con el Otro, pues vemos en él lo que esperamos ver, como proyecciones de nuestra idea del yo. Por tanto, la apertura plena es imposible, no podemos salir de nosotros mismos. Así las cosas, para Sartre la comunicación dialógica en las interacciones es cosa difícil, cualquier intento será en vano y el contacto acabará en conflicto. El Otro, en tanto ajeno, será visto como enemigo, se teme, se desea y se intenta poseer.

 

Pero qué ocurre si además ese Otro se entiende como inferior. Cuando se entrecruza la raza, la riqueza, la clase social, el género: categorías determinadas por el poder y la necesidad de control. Entran mecanismos de construcción de un Otro que debe ser aislado porque asusta. Da miedo aquella parte de nosotros mismos que se refleja en el espejo. El Otro no es totalmente extranjero y eso lleva a rechazar su presencia y las emociones que nos producen.

 

Luego de este breve puzzle de la otredad, una forma de entender la relación con el Otro, que permite adoptar una posición de responsabilidad ética es la que plantea Judith Butler cuando dice que en la formación misma del yo ya implica a Otro, somos vulnerables a él, puede incomodarnos, pero esto no justifica en absoluto la violencia y el intento de dominarlo. “La violencia no es un justo castigo que sufrimos ni una justa venganza por lo sufrido”.[4]

 

En cuanto a la raza, Toni Morrison, primera mujer negra en ganar el premio Nobel de Literatura, señala que uno de los propósitos del racismo es identificar a un intruso para definirse a uno mismo. “La necesidad de confirmar la propia humanidad al tiempo que se cometen actos inhumanos es determinante”.[5] Basta con revisar la historia para encontrar casos.

 

En una entrevista que dio Treuquil en la radio Universidad de Chile un día antes de morir contaba que además de la violencia física, su comunidad recibía amenazas de muerte constantemente, que la policía se encargaba de proferir por altoparlante: “indios (…) ya van a caer uno por uno”.[6] El pasado 1 de agosto, civiles cantaban “el que no salta es mapuche”, “fuera, indios” en la salida de la municipalidad de Curacautín en el desalojo que hacía carabineros de la toma pacífica de comuneros mapuches en apoyo a los presos políticos mapuche y a la huelga seca del machi Celestino Córdoba.

 

¿Acaso quien usa indio como insulto, no tiene orígenes amerindios también? Él es también un Otro, frente al europeo, por ejemplo. Lo que cabe es preguntarse qué se entiende por raza. ¿No es acaso la clasificación de una especie? Y somos todos de la raza humana, por lo tanto, el resto, ese rechazo a un grupo, pueblo, colectividad en base a su diferencia fenotípica y cultural, que legitima la desigualdad y dominación de un grupo sobre otro es otra cosa: hostilidad que nace del miedo a convertirse en el Otro. Y este Otro es el negro, el indígena, el homosexual, es también la mujer. “El peligro de compadecer al forastero es la posibilidad de convertirse en él. Perder el rango racializado es perder la diferencia que uno tanto valora y atesora”.[7]

 

¿Cómo llegan, los autores, sus cómplices y encubridores de los horrendos crímenes y amenazas que cito al principio del artículo a convertirse en tales seres humanos? La mujer del sheriff, cómplice de los asesinatos en Arde Missisipi dice “uno no nace sintiendo odio, eso se enseña”. Y esto, al igual que el machismo, la homofobia, se hace mediante el ejemplo.

 

En Chile hemos tenido problemas con calibrar la propia identidad, quien cree que llamar al Otro “indio” o “negro” es insulto, siente terror en aceptarse como tal. Busca el distanciamiento, quiere alinearse con el empresario, con el propietario de las tierras. El rechazo hacia los mapuches es algo que comparte con este y lo atesora, más bien lo atesora porque lo comparte. Siendo de clases sociales diferentes, tienen un enemigo en común. De esta manera mitiga la amenaza que le genera el Otro, le justifica para cometer actos atroces y así no correr el riesgo de convertirse él mismo en el extranjero. La excitación de sentir que pertenece a algo más grande, más fuerte que ese individuo aislado le ciega al punto de ser capaz de aterrorizar a niños, matar por la espalda porque necesita hacerlo para definirse a sí mismo, “quien busca las multitudes es siempre quien está solo”.[8]

 

“Arauco tiene una pena”, ya lo decía Violeta Parra, y es que los asesinatos que allí tienen lugar obedecen a un triste “leitmotiv” similar al de Arde Mississipi. Ataques racistas a personas que participan activamente en reivindicar sus derechos. Crímenes en la nebulosa que tardan en resolverse —si es que lo hacen—, montajes, amenazas previas por parte de la policía. Solo que en el caso de Chile, el gobierno no está muy interesado en que se esclarezcan estas muertes, no contamos un Willem Dafoe y un Gene Hackman obsesionados con revelar la verdad y hacer justicia, caiga quien tenga que caer. No es la prioridad.

 

Daniela Farías Lingüista

 


[1] Francisco Marín, “A tres años de la Muerte de Macarena Valdés: Informe de la CPI demuele tesis del suicidio de la activista mapuche” en Proceso 2238, 20 de septiembre 2019, pp. 50-52.

[2] Ibidem.

[3] Siri Hustvedt, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia, Seix Barral, 2017, Barcelona, p. 229.

[4] Judith Butler, Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2012, p. 139.

[5] Ibidem, p.11.

[6] Camilo Villa J., “La represión policial con que la comunidad mapuche We Newen debe convivir todos los días” en https://radio.uchile.cl/, martes 19 de mayo, 2020.

[7] Toni Morrison, El origen de los otros, Lumen, Barcelona, p. 12.

[8] Ibidem p. 30.

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