En La Maladie comme métaphore, en 1979 [La enfermedad y sus metáforas], la escritora estadounidense Susan Sontag hacía un llamado para que se liberara a las enfermedades graves, en especial el cáncer, de la profusión de imágenes nocivas que se les asocian. Cerca de cuarenta años después, sigue intacta la pertinencia de su propósito. Los discursos sobre el cáncer vehiculan de manera recurrente metáforas que evocan la guerra, la anti-socialidad o la locura. Mientras entendemos cada vez mejor los mecanismos del desarrollo tumoral y que la cancerología puede pretender convertirse en una medicina de precisión, es indispensable proceder a un análisis crítico de esas representaciones. Ya que distorsionan la concepción que el público se forma de esta enfermedad, alteran la percepción de los pacientes e influyen en las estrategias terapéuticas y las políticas de salud pública.
Dominan tres temas. En primer lugar, la célula maligna aparece como una sociópata que no respeta ni las leyes que rigen la comunidad de las células de un tejido ni la estructura jerárquica del órgano. Habiendo roto el diálogo con sus congéneres, da prueba de desobediencia al ignorar las señales que apuntan a limitar su multiplicación, y de insumisión al negarse a desaparecer. Además, acapara los recursos corporales para satisfacer su dependencia toxicomaníaca para con los nutrimentos esenciales. Por último, cuando expresa mejor las señales que le permitirían ser reconocida por el sistema inmunitario, se oculta en el organismo y prosigue en la clandestinidad sus operaciones de destrucción sistemática...
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