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Reescritura constitucional. Por Gonzalo Rojas Canouet

(Para Emilia, Ema, Josefa y en especial los niñ@s del SENAME)

Votaré Apruebo sin ningún adjetivo complementario. Entiendo que votar bajo esta opción deriva del binomio apuesto al rechazo, es un pelo de la cola a todo lo que viene. Este proceso plebiscitario es la entrada a otros procesos mayores en Chile. Quiero apuntar tres cosas que son contingentes y tienen una proyección más ampliada en el tiempo. Lo primero es apuntar cómo nació este plebiscito. Nace producto de las negociaciones muy al estilo del siglo XX: entre cuatro paredes y desde la clase política (14 diputados), el llamado noviembrismo, el cual abre la propuesta del apruebo/rechazo del 2020, desconociendo los movimientos sociales acentuados en el estallido social. Fue un aliciente al caos que la elite gestionó para apagar sus miedos. Los gestionó a tal punto que el plebiscito del 2020 fue de elección voluntaria y el que viviremos el 4 de septiembre será obligatorio, es decir, el control total de la masa votante desde los gestos estadísticos. Lo que si hubo fue un guiño a lo popular en la etapa de elaboración del proyecto constitucional: hacer como si fuese una redacción de todas las voces, pero que, en definitiva, los que cortaron fueron las internas de los partidos integrados en esta simulación heterogénea. Este es el acento que quiero decir: desde su gestación hasta la incertidumbre de lo que vendrá es parte de esto, un guiño, un indicio de algo que en realidad es otra cosa. Este momento histórico es camaleónico. Se muestra de una manera compleja, pero que en su ejecución sigue funcionando con los resabios de lo viejo. Basta solo escuchar como botón de muestra a Karol Cariola defendiendo a la bandera a partir de la polémica de la performance de Las Indetectables. El contexto de escozor que gane el rechazo, modula el tono de la diputada comunista como si fuese del Partido Republicano. Ese tono es parte del guiño de algo que es y se muestra de otra manera. Lo segundo, proviene de lo primero. Al leer algunos centros medulares del proyecto constitucional, por ejemplo, educación y cultura, veo esto: se potencia al Estado como el único garante en estos (y múltiples otros) temas. Me queda la idea de un Estado subvencionador que a la larga es un ente distribuidor de recursos en donde los derechos quedan como guiños.

Libertad de enseñanza o derecho a la cultura son declaraciones o leguleyadas que en el mediano y largo plazo no garantizan derechos, porque ya sabemos, que la implementación legal de esas libertades adquiridas, los harán los mismo partidos o la elite o los de siempre. El tejido social, el cual no tiene ni ha tenido un encuentro real con la soberanía de los derechos, quedará sentado en la galería del espectáculo que próximamente estará funcionando en el país. Sé que hay personas especializadas en estos procesos constituyentes, pero de lo que estoy hablando es de política y mi escaso conocimiento de estas lides me da para pensar que, posiblemente, así será. Mi alma de pitoniso no es tan lúcida para algo que el sentido de la realidad está siendo mucho más evidente que las declaraciones del grupo de expertos. El tercer punto, es que a partir de este fortalecimiento del Estado, desplazando intencionalmente o no al pueblo (esta palabra tan remarcada en el estallido y que ahora es casi inexistente), ganando una opción u otra. -acelerándose con el rechazo o enlenteciendo con el apruebo- veremos en el horizonte próximo nuevos estallidos sociales. La palabra plurinacional es solo un indicio: los proyectos educativos y la producción de conocimiento y nuestro arte, derivarán de las garantías y subvenciones del Estado en vez de ser decisiones concretadas de las localidades. Hay de eso en la nueva constitución pero solo desde el plano legalista. De la ley hacia abajo. Del Estado hacia el pueblo. El chiste se cuenta solo. Nuestra historia sabe de eso. No escuchamos nunca de la cultura hacia lo legal. Y esta nace de abajo. La ley, sabemos, las administran los de siempre, los políticos profesionales, lo cuales defienden lo que está arriba de la escala social. Esto tiene un sentido explicativo. El lenguaje construido en la nueva constitución es extremadamente legalista. Hay que ser casi experto para comprender todo el libro y no tiene que ver con las opiniones absurdas de Warnken sobre la comprensión lectora, es más bien con los alcances que nos brinde a todos nosotros un bienestar en el tiempo: comprender de qué modo estamos constituidos como parte de esta nación. En general, son leguleyadas, muchas veces crípticas a los cambios culturales que son parte del escenario mundial: feminismo, medioambiente y lo étnico, entre otras. Es un formato de respuestas poco sociables desde su carácter semántico. Esto es herencia de nuestra propia chilenidad como acción lectora y receptora textual. En el siglo XVIII y XIX no existía el mito “Chile, país de poetas” ya que la gran escritura nacional fue ensayística (hecha por abogados, principalmente) e historiadora. El mito poético nacional es de inicios del siglo XX, el cual se enmarca con la proliferación de movimientos sociales de trabajadores que extendían sus ideas en pasquines y periódicos sindicales. Producto de eso y otros pulsos sociales emergen nuestros primeros baluartes poéticos, de Carlos Pezoa Veliz hasta la mitad del siglo XX. Nuestro vínculo con el lenguaje siempre ha sido desde lo legal, ya sea por entender nuestras carencias ciudadanas debido al mestizaje excluyente del sentido de pertenencia a una nación. Y esto ya tiene una historia no menos de doscientos años. No hay, creo, otro país en el mundo que aún venda en cada esquina, aun en el actual mundo digital, los códigos y leyes laborales y otros tantos apéndices similares.

Por lo tanto, esta nueva constitución es una reescritura de la constitución milica. Sabemos la historia de cómo se hizo, quienes la crearon y también a qué respondía en el contexto de la Guerra Fría. Como reescritura, esta nueva carta magna corre el riesgo de profundizar lo neoliberal en la idea del Estado garante y subvencionador. Posiblemente, sería la profundización de una nueva etapa neoliberal en Chile, si sabemos cómo se administrará y cómo se reformará en el futuro. Es una intertextualidad de la del 80. Actualiza lo que quedó fuera e ingresa estas nuevas prácticas sociales ya dichas como el feminismo, medioambiente, entre otras. El derecho real concreto no lo veo por ninguna parte. Actualización que actúa como guiño a lo social. El Estado garantista y subvencionador será la luz del faro de la política real. Construirá su propio veneno por las posibles revueltas, ya que entrega al devenir de los mismos, la similar exclusión de los de siempre. Mientras exista una vergüenza en mencionar poder popular-sin estigmas ni caricaturas- el poder real será la gestión de la administración de leyes en un continuo flujo de exclusiones. Porque sabemos quién y quiénes las administrarán. En el fondo, esta constitución reescribirá una actualización, desplazando a lo diverso real. Es un guiño, un efecto cultural de lo legalmente óptimo. Es una constitución sin utopía posible de lo social y si lo dicen con vergüenza, de lo popular. Es más bien un entramado del viejo mundo. Por lo tanto, para que se modifique, lo más probable sea con revueltas sociales: La oligarquía siempre se ha vestido de mantos mágicos. Eso es inorgánico y simulado, es solo una representación, y ésta se distancia de lo orgánico, de lo material, del pueblo.

Gonzalo Rojas Canouet. Doctor en Filosofía. Escritor y poeta. Académico del Instituto de Humanidades de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

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