“Cuando el fascismo regrese, lo hará vestido de traje, con sombrero de copa y el paraguas bien enrollado bajo el brazo”. Esta frase se le atribuye al escritor inglés, George Orwell. El autor buscaba subir la guardia respecto a la manera en la que el fascismo se presenta en el debate público. Con esto, llamaba a atender los fundamentos que lo sostienen, que explican su auge y la permanente amenaza de su retorno para así evitar el reduccionismo que tiende a asociarlo a las milicias que ejercen la violencia política en las calles.
El auge de la extrema derecha en el mundo es palpable y recientemente han existido casos emblemáticos en donde se ha demostrado la complejidad del fenómeno. La peste bruna prolifera en el mundo, haciéndose del control de varios países y en otros casos se encuentra a las puertas del poder. Para combatir el fascismo contemporáneo, se vuelve necesario poder identificarlo, conocer sus métodos de proliferación, sus fuentes de incubación, los comportamientos riesgosos a evitar para no sucumbir ante ella y poder crear los anticuerpos necesarios para combatirla desde la izquierda.
Si bien en cada país es posible encontrar características propias que explican las formas particulares que este toma, es posible identificar ciertos elementos estructurales de un fenómeno global que lo vinculan más allá de las fronteras nacionales. La extrema derecha se encuentra articulada internacionalmente y lleva un proyecto que es compatible mas alla de la aparente contradiccion que podría sugerir su hebra nacionalista.
En una escala de larga duración es posible establecer una continuidad entre el fascismo del siglo XX y el neofascismo más allá de sus diferencias. Esta reside principalmente en la matriz de sus ideas. Sus defensores han sabido adaptarlas a los tiempos que corren anteponiendo la idea de una guerra civilizatoria a la noción de superioridad racial sin abandonar el eugenismo social. Habría que preguntarse cuáles son las condiciones que han hecho posible su retorno y las razones de su éxito para intentar llevar a cabo las políticas necesarias destinadas a hacerle frente.
El caldo de cultivo
Primero, hay que entender al fascismo no únicamente como una acción política, sino como un proyecto político bien articulado que se presenta como la alternativa a un sistema en crisis. Según el sociólogo Ugo Palheta, sus bases se asientan en la idea de la regeneración nacional a través del saneamiento de una comunidad imaginaria. Esto pasa por la dominación de las comunidades que la componen con el objetivo de expurgar los cuerpos vistos como exógenos o impuros, presentados como una amenaza a “la naturaleza trascendente” del individuo y la nación: las minorías étnicas, religiosas y/o los disidentes políticos. El fascismo en su visión totalitaria busca restablecer la pureza original de la nación y cumplir con su promesa de prosperidad a través de la erradicación de cualquier elemento extraño y/o cualquier fuente de disidencia política. Lo que explica las declaraciones de aquellos que añoran la desaparición de la ala izquierda del gobierno.
Es aquí donde la estructura da cuenta de una cierta plasticidad ideológica que le permite adaptarse de una manera coherente a los diferentes contextos nacionales. Articulando estás ideas pueden sostener discursos proteccionistas o ultraliberales según convenga el caso. Estos elementos discursivos no son vinculantes ni excluyentes entre sí. Buscan ante todo, dar respuestas a fenómenos reales y perceptibles sobre los cuales sustentar el sentido de realidad de sus discursos. De esta manera logra asociar la idea de las minorías étnicas o religiosas directamente con el fenómeno de la migración y a los disidentes políticos como aquello que impide dar una solución radical a los problemas.
Para esto, reivindica los valores del orden y la disciplina como los principales motores del progreso material, presentándose como un defensor del valor del trabajo en contra de los cómplices o traidores de la nación. Se presenta como el único actor legítimo capaz de proteger a la patria de la decadencia de sus valores ante un escenario de crisis en donde los actores políticos se muestran incapaces de dar respuestas. Esta es una de las principales condiciones de posibilidad para su emergencia: la crisis hegemónica del poder.
Uno de sus principales mecanismos de acción pasa por la politización del miedo ante las distintas amenazas que atienden a la sociedad: agotamiento del modelo neoliberal, la precariedad del trabajo, el miedo al desplazamiento social, crisis climática, aumento de las desigualdades, guerras, despolitización de la política, entre otros conforman el caldo de cultivo del neofascismo.
Tres frentes de resistencia
En algunos países se ha logrado frenar (por el momento) el avance de la extrema derecha. Los métodos empleados varían en función de las características propias del país y del contexto. No parece existir un remedio milagroso para la peste pero al menos existen tres frentes sobre los cuales se vuelve necesario actuar para contrarrestar los efectos producidos por las ideas que se propagan a través de sus discursos.
El primero pasa por los medios de comunicación. Cuando no se les llama por su nombre, no se cuestiona el fondo de su pensamiento, o no se les pone frente a sus contradicciones, estos contribuyen fuertemente a banalizar sus ideas extremas en el debate público, lo que mueve permanentemente el cerco hacia la derecha. En este nivel la contienda es desigual debido a la alta concentración de los medios de comunicación en manos de las grandes fortunas. El fascismo busca seducir al capital frente a un sistema económico en crisis, presentándose como la única herramienta capaz de mantener el orden social y económico establecido. Entonces, es urgente generar las condiciones de posibilidad para la emergencia de medios de comunicación contrahegemónicos y no abandonar la batalla de las ideas.
Por otra parte, se vuelve necesario generar un militantismo territorial que haga frente a la desesperanza sobre la cual la extrema derecha prospera. Esto implica atender sobre todo a aquellas personas que se sienten desafectadas de la política a través de acciones territoriales y discursos que expliquen la importancia de la solidaridad y la cooperación colectiva para hacer frente a los múltiples desafíos de este siglo. Generar estructuras que permitan un anclaje en los territorios y que sirvan como mecanismos capaces de movilizar al electorado abstencionista. Los grupos de acción local y el fortalecimiento de los sindicatos son fundamentales para desminar las localidades que se sienten olvidadas y no confían ni en la política ni en el Estado.
Finalmente, se vuelve urgente una alternativa política al modelo. La extrema derecha encuentra en la desesperanza el terreno para hacer avanzar sus ideas. Esta surge ante la incapacidad del sistema de dar soluciones a los problemas concretos de la gente. Una alternativa al neoliberalismo y la redistribución de la riqueza generada en el país se asume como un caso perdido, una fatalidad. La personificación de la política presentada como el remedio para hacerle frente al fascismo es una ilusión que la experiencia de este gobierno ha dejado de manifiesto. La solución pasa por la construcción de una estrategia común para la consolidación de una izquierda de ruptura con el modelo, sin matices ni compromisos, ya que estos responden a intereses contradictorios. De otra forma la izquierda se condena a alimentar aún más la desafección y la sensación de desesperanza, cuando por cálculos de corto alcance asume tácitamente una derrota. Las únicas batallas perdidas son las que no se dan. Hace falta defender sin matices en el debate público la idea de que otro mundo es posible.