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Revolución climática a 10 años plazo. Por Rodrigo Andrade y Guido Asencio

Pocos meses antes de la pandemia del coronavirus, y días después del fracaso de COP25, Naciones Unidas advirtió que para tener un 66% de posibilidades de no superar el peligroso umbral de 1,5ºC de calentamiento global respecto a la temperatura de la época preindustrial, se necesitaba que de 2020 a 2030 las emisiones de CO2 se redujeran en 7,6% anual. Eso quiere decir que de aquí a 2030 tendríamos que reducir las emisiones en un 55%.

A su vez, en 2019 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente a través de su “Informe de Brecha” indicaba que existe justamente una brecha de emisiones, entendida como la diferencia entre las emisiones de (Gases de Efecto Invernadero) GEI anuales, y el nivel de reducción de emisiones necesario para no sobrepasar el aumento de la temperatura en 1,5ºC, el cual era justamente de 7,6%.

En base a esos datos que proporciona la ciencia desde hace diez años, si los países hubieran actuado escuchándola, los gobiernos habrían necesitado reducir sus emisiones en 3,3% cada año. Por otro lado, si la reducción inicia en 2025, el recorte necesario aumentará a 15,5% cada año.

Eso nos indica con total claridad de que cada día que demoramos, más extremas, difíciles y costosas se volverán las reducciones requeridas. Eso, sin considerar que cuando termine la pandemia del Covid-19, tendremos menos recursos disponibles para llevar a cabo los programas de reducción necesarios, porque no lo hicimos a tiempo.

Llevada esta evidencia a la realidad de cada país, debemos tener conciencia de que nos queda sólo una década para actuar y hacerlo con la mayor rapidez posible. Diez años significan dos campañas presidenciales en la mayor cantidad de países del mundo, lo cual corresponde a dos periodos en que debemos elegir a las autoridades que se harán cargo del desafío más relevante de nuestro tiempo, con características y trascendencia de carácter civilizatorias, por lo que no es cualquier componenda electoral ni una simple repartija política a la que nos hemos acostumbrado.

A escala local, en el rumbo correcto de la historia, son miles de organizaciones de todo tipo quienes convocan, con justas razones, a una revolución climática, energética y civilizatoria llamada a impulsar los cambios urgentes que deben partir desde lo más cotidiano hasta alcanzar las esferas de poder, con el fin de influir eficientemente en la toma de decisiones que buscarán asegurarles un planeta más amigable a las nuevas generaciones.

Sin ninguna duda, este es un movimiento en que ha destacado, a escala global, Greta Thumberg y que el mismo Premio Nobel Al Gore ha secundado con bastante protagonismo, indicando ambos con meridiana claridad que los gobiernos y el aparataje estatal y burocrático del mundo no están a la altura del desafío planteado, que no es otro que salvar a la humanidad del desastre ecológico, y que debemos buscar en la sociedad civil organizada las respuestas y el liderazgo a este momento inigualable.

De alguna manera, al estilo latinoamericano por supuesto, estas razones explican en buena parte, el irreconciliable divorcio que existe en Chile entre la sociedad civil y el sistema político, desde mucho antes del 18 de octubre pasado, y que se expresó con fuerzas a contar de esa trascendental fecha.

Es todo el sistema político se perdió el eje, esto no corresponde a un solo gobierno, sino que a un proceso que se ha venido acumulando por muchos más años, en materia medioambiental podemos dilucidar por ejemplo el papelón de COP 25 y la vergonzosa negación a firmar el Acuerdo de Escazú; en fin, son muchos los hechos que han generado una cadena de desaciertos.

Son años de corrupción, acomodos de todo tipo y a todo nivel, componendas, arreglines, chanchullos y todo un diccionario de palabras que se fueron grabando en la memoria colectiva del pueblo chileno, latinoamericano y mundial cuando campeaba el capitalismo en lo económico y el neoliberalismo en lo político, arrasando con culturas, sociedades y ecosistemas por todo el orbe.

Ahora buscan una “recuperación verde”, pero con los mismos viejos instrumentos que avalan todo el aparataje que se ha utilizado en los últimos años, en esto debemos recordar la sabia frase de Albert Einstein “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

¿Serán ellos, los de siempre, quienes ahora pretendan llevarnos en otra dirección? ¿Y por qué necesitan estar ellos a cargo? Todos lo sabemos. Para ellos el modelo necesita corregirse, ajustarse a la nueva realidad y también necesitan ser ellos quienes lideren esta nueva transición, la que ahora es “verde”.

Necesitan ser parte del negocio y los veremos fundando nuevos partidos, nuevas agrupaciones y empresas sin convicción alguna, sin una pizca de decencia y sin asumir que han sido ellos los culpables de la situación en la que el planeta, las personas, los ecosistemas, los animales y plantas se encuentran.

Por otro lado, se han anunciado millones de dólares para reactivar la economía, una cantidad de dinero que podría ser un impulso para acercarnos al rumbo del Acuerdo de París, pero ninguno de dichos planes considera desistir de los combustibles fósiles y tampoco convoca a una transición acelerada a una revolución energética 100% limpia. Mucho menos del transporte y/o la calefacción.

No hay plan alguno para transformar definitivamente la matriz energética del extremo sur del país por energías renovables, fundamentales para que la calefacción no sea un factor que nos impida avanzar en el cumplimiento de los compromisos climáticos y que, a la vez, multiplique las fuentes de trabajo cada vez más urgentes y necesarias.

Rodrigo Andrade Ramírez (TW: @randrader)
Guido Asencio Gallardo

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