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Rítmicas sobre la poesía chilena: la basura y el encuentro con el presente. Por Gonzalo Rojas Canouet

Para Fer Olivares y Humberto Rojas Vergara, por la diversión presente y pasada, respectivamente

Cuando pienso en Rimbaud y me toca hacer clases de él, en paralelo a todo lo que pueda hablar, siempre gira en mi cabeza algo: un adolescente, provinciano y homosexual que cambiaría el rumbo de la poesía occidental. Me gustan sus centros neurálgicos con los que trabajó, sus perspectivas materiales de la poesía. Distante de lo que se habla de lo inefable de su poesía, es la organicidad de su escritura: modificar su presente y futuro de la historia desde la poesía. Este adolescente sin miedo, construyó una propuesta que perfectamente se puede actualizar en este presente. Veo tres elementos que podrían surtir algunas perspectivas en la poesía chilena actual. Me centro en tres, a estas alturas clichés de sus frases, que condicionadas, nos permiten abrir campos de batallas posibles para salir del barro actual a través de la activación del lenguaje reproducido como bot: la poesía ha estado dando cuenta últimamente de una decoración del mundo y esto se puede observar como claves feministas, étnicas y de clase social. Ejemplos hay muchos, pero no me dan ganas de distraerme en eso.

Voy a las frases conocidas. Cuando menciona en el inicio que sienta a la belleza (con mayúscula) en sus rodillas y al encontrarla amarga, la injuria. Casi al final de Una temporada en el infierno, en el capítulo, encuentra a su propia belleza (con minúscula) y se despide del mundo de la poesía. La tercera frase en la resonante de la Carta del vidente: para llegar a la videncia se deben desarreglar los sentidos. Estas tres ideas expresan la contundencia y ecos hasta hoy. Cómo se podría actualizar esto de sentar a la belleza y expulsarla del panorama: cómo readecuar ese pulso en otra cosa que no sea lo mismo. La línea de fuga es a partir de lo que llamamos belleza hoy. No a los cánticos!! Menciona como no cantar himnos, la cual es su débil pronunciamiento de la realidad como lo que se concibe de la poesía hoy y ayer, su ornamentación. No impugna nada. Da vueltas en sí misma y decora el mundo de nostalgias, críticas políticas somníferas y sobre todo, un yo que habla de si y desde si como automatismos tramposos que no libera más que así mismo o el simulacro de este. Y tengamos algo claro. El arte o su sistema dejó de ser algo que remita a algo más que sus propias quejas. Es una industria reproducida como máquina de deseos coaptados por el yo, el individuo dando cátedra de su propio mundo sensible. La responsabilidad del otro, es su propio ojo individual mirándose en el espejo. En la poesía chilena, hay casos que podemos dar cuenta de lo que estoy diciendo.

Lo dejaré para más adelante. Esta belleza, en concreto, no es una máquina de guerra. No impugna ni descompone nada. Aplaudo que se desinfle la alta cultura, pero no cabe duda que el urinario de Duchamp fue un descontrol a la mirada del arte de su época. Hoy, descomponer y crear algo nuevo lleva más de una batalla: es el fondo blanco que sostiene el urinario. Estamos en un momento epocal radical en el cual debemos desmoronar lo que hemos heredado y también, es un presente incierto, de blanco fondo, en donde el vacío traduce la voz como manotazos de ciegos. Y me parece que está bien. Este momento inaudito por lo que acabo de mencionar me parece muy atractivo, pero denso. Por lo mismo, es una responsabilidad apuntar bien el tiro para ver cosas nuevas, pero la trampa es que salen engendros equivocando el tiro. Lo que podría seducirnos más es, quizás, descomponer lo que tenemos y no cruzar pasivamente nuestras piernas esperando que llegué el mesiánico de turno a embolinar la perdiz.

Hago un alto en el camino de algo que estoy viendo en este minuto en Facebook y se me repite la imagen en varias ocasiones. Personas encapuchadas versión selfie. Desde la gorra frigia hasta la capucha fueron siempre objetos que han tenido un espesor demonizador. Su uso reivindicaba una ruptura sistémica. Ya me imagino a mi amada mamá encontrándome en mi adolescencia dicho tejido en mi mochila de colegio. Inclusive esas fotos de los tipos del frente patriótico Manuel Rodríguez cuando asumen el atentado a Pinochet aparecen con sus capuchas, pero con pompones. Radicalidad de vida y ternura naif a la vez. Un logro aun no explotado como imagen digital de las redes sociales. Pero si aparecen estas capuchas de colores rojos edulcorados con telitas y ojitos seductores que no es ni más ni menos que la versión higiénica de la revuelta de octubre en Chile. Hay que salir de la belleza y de su sistema ornamental.

Vuelvo. Como decía anteriormente, vivimos una época radical e incierta. Acción y reacción en cada minuto y en cada dimensión. La belleza que he estado hablando en su ornamentación es lo más parecido a la de un bot: desde su gestión algorítmica, es la reproducción como si fuese una máquina de guerra, pero no lo es: es un agenciamiento flácido, sin erotismo. Aún más que eso, es violento si pensamos que son muros y no redes o redes de muros. Propaganda del lenguaje que cada vez nos deja menos espacio de movimiento. Descomponer un bot es desarreglarlo desde el lenguaje, al igual que la belleza. Desarreglar los sentidos para ser vidente o consiente de algo (del presente hablando con el pasado y posiblemente hacia el futuro), es desobedecerse, deseducarse desde lo que más se pueda. El lenguaje es un contundente inicio, casi perece ironía lo que digo. Desobedecer la belleza de esta época es desobedecer a la estética de la cual está compuesta. Y entiendo por estética ese reparto de lo sensible que muy bien lo expuso Ranciere. Esa belleza como bot es poetosa: solo acrecienta tristeza, es decir, debilidad. Una cosa es solo una y su centro es maximizar al imperio del yo. Por lo tanto, la tarea de nuestra poesía es desobedecer ese lenguaje. Ejemplos también hay varios en nuestra poesía actual. Quizás lo mencione en algún momento. La poesía sería un cambio radical, desactivante, no solo del lenguaje sino de la vida. Cómo hacerlo. Si la queremos sentar a la belleza y putearla, y de pasada encontrar una belleza menos ampulosa –por lo tanto, tramposa-, con minúscula, pero que sea nuestra, deberíamos desarreglarla dirigiéndonos hacia nuestra basura, la cual no la entiendo como algo despectivo. Al contrario, son los restos de nuestra historia que la han dejado de lado.

Que nadie se ha querido hacer cargo. Invito a pensarlo, obviamente, desde el capitalismo, claro está. Ir a la basura seria ir a los retazos cualquiera estos sean, no necesariamente poéticos, más aun, mucho más fascinante que estén fuera de ese lugar. Se me abren muchos puntos de fugas equivalentes a estos restos, a estos elementos que son lo que botó la ola que quizás, también, mencionaré en otro momento. Como principio conceptual, Bajtín y sus cronotopos podrían promover una sistematización abierta. Explico, pero antes, queda una leve mención a lo bajtiniano con respecto al uso de sus planteamientos que, en general, lo centra en la novela. No será este el medio que hoy en día, el tema de los géneros ya no es una disputa actual. Los géneros son hipertextuales, pero dejaré eso para otra ocasión. Vuelvo de nuevo, cómo ir hacia nuestra basura. Quizás lo óptimo es ir a lo descompuesto o marginado de la materialidad orgánica que ha despojado el poder. Y aquí, reitero, esta materialidad no es necesariamente, de orden literario. La basura es y será lo periférico de la órbita del poder. Por lo tanto, cómo se podría organizar nuestra basura. Lo primero, creo, habría que escuchar, mirar y reflexionar desde las subjetividades sociales (lo étnico, las clases sociales y el género u otras tantas más): grupos de pertenencia social que rescaten sus organicidades materiales (hablas y cuerpos en movimientos). Metodológicamente, podría ayudar en esto los cronotopos bajtinianos, los cuales caracterizan, desde el tiempo y espacio, los dispositivos culturales.

Desde la poesía chilena, desobedeciendo siempre el bot como algoritmo del deseo coaptador. Debería plantear los elementos constitutivos de su propia basura para así rescatar y proponer renovaciones de lo que ha sido la basura en el tiempo. En líneas de Bajtín, seria carnavalizar desde el pasado, la memoria de la basura, con el presente, creando nuevas y renovadas imágenes de la poesía. Estorbar así al bot de la belleza que con su deseo intenta automatizar las posibles desobediencias. Tal vez, no resulte nada bueno de lo que propongo, pero si la humanidad es un desastre, podría en algo potenciar la vida y despercudir el miedo cotidiano.

Gonzalo Rojas Canouet
Doctor en Filosofía. Escritor y poeta. Académico del Instituto de Humanidades de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano

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