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Roberto Ampuero y su Diálogo de Conversos

El miércoles 6 de septiembre asistí con mi amigo Darwin al lanzamiento del libro Diálogo de Conversos 2. La Fundación para el Progreso agradecía la ocasión para celebrar un lustro de existencia y con su director ejecutivo tomando la palabra recordé la primera vez que leí una tesis de Axel Kaiser: “el problema de Chile es la envidia”. Creo que con ese aporte inauguraba su connotada intervención pública en “la lucha por las ideas” –como le gusta decir. Y no es que quiera traerlo en la forma de una cita antojadiza; mi sensación es que me encontraba por primera vez en una convocatoria donde esas ideas nacen y son vividas con la convicción de la fe.

Esta vez fue en el Golf, corazón de Sanhattan –“la idea era un lugar más céntrico”, nos comentó después uno de los organizadores del evento. A minutos de comenzar la jornada aparecen los autores del libro, acompañados de un individuo cuyos permanentes tics nerviosos no dejaron de llamarme la atención. Se trataba de quien se sabe el próximo presidente de Chile.

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En una columna del Diario El País Vargas Llosa daba el mérito al Diálogo de Conversos: “un jaque mate a las utopías estatistas y colectivistas”. Tal como dice uno de los paladines ideológicos que ha cosechado la derecha latinoamericana después de la derrota de los proyectos históricos de la izquierda. No sólo para declarar el fracaso de utopías derrotadas a sangre y fuego, sino también para alimentar la vieja caricatura de que la vía chilena al socialismo consolidaba una segunda Cuba.

Quien ha sabido arrimarse a este carro es Roberto Ampuero. Antes joven comunista, hoy firme liberal. Renovación que Vargas Llosa atribuye a un “realismo de cosa vivida”. El clásico “yo sé, porque estuve ahí” del cual Ampuero se sirve para certificar la preeminencia de su conversión. Un recurso que le permite al Senior Fellow de la FPP instalarse en el epicentro de la escena, aprovechándose de la crítica disidente a los socialismos reales para aparecer bajo la doble treta: intelectual converso.

Se sabe que con el tiempo las palabras sufren transformaciones de sus significados, pero estos cambios exigen de vez en cuando un esfuerzo de restitución. La palabra converso lo exige, sobre todo porque se refiere al compromiso histórico y a la dignidad del sufrimiento humano en contextos de represión total.

A modo relampagueante vale señalar el ejemplo de Alejandro Solyenitzin. Símbolo de la disidencia y nobel de literatura en 1970, cuya obra denuncia las calamidades del comunismo soviético. Realidad que no conoció desde la comodidad exilio, o a través de meras escuchas, sino a partir de la propia vivencia a la que estuvo condenado por casi una década en los campos de trabajo forzados.

Sobre Archipiélago Gulag –obra que le costó cárcel y destierro perpetuo a su autor-, retengamos la sola imagen de lo que habría sido componer semejante testimonio con la amenaza de la KGB encima. Este libro fue redactado en la obligada itinerancia de la clandestinidad, bajo la única garantía de la lealtad del silencio de quienes hicieron posible su publicación. Eso valía la literatura para Solyenitzin; una literatura que no se pierde ni un instante en lo que le da vida: el deber de transmitir el sufrimiento de los más débiles.

A partir de casos como éste la disidencia respecto de los socialismos reales merece calibrar su peso histórico. La conversión de Solyenitzin remite a circunstancias que a cualquiera de nosotros, simples mortales, nos serían imposibles salvar; todo en cuanto dicen del contacto directo con el aparato represivo del régimen autoritario. De ahí que la dignidad del sufrimiento humano tenga un significado de trascendencia para el auténtico intelectual converso: la capacidad, pese a la infinita desventaja, de enfrentarse a la magnitud de los totalitarismos y de poder sostener un mandato interno que se resiste a domesticar la propia inteligencia.

Y, ¿qué hay del converso Ampuero? El transcurso de casi una década entre la RDA y Cuba. Periodo que el escritor chileno juzga como su “desencanto de los regímenes comunistas”. Sin embargo, él no salió en calidad de exiliado de Chile, sino como joven comunista becado. En los años siguientes podemos hablar de la realización de un escritor, estudiante universitario, periodista y traductor. Así, pues, su recorrido por el comunismo… y de paso una afirmación decisiva en primera persona: “¡esto no lo quiero para mi país!” –dijo Ampuero recién llegado a la Isla en 1974.

Lo que no podemos agregar es que se las haya tenido que ver en algún frente de combate o que haya sido perseguido por algún aparato secreto de inteligencia. Tampoco podemos afirmar que Ampuero tuvo un rol protagónico en la recuperación de la democracia. Más bien, se le carga un pasado de militancia blandengue1 e incluso de ser un agente infiltrado2.

No se trata de reprochar el hecho de que una persona cambie de principios, que pueda “renovarse”, aunque responda a los amos de turno. La lista de intelectuales mercenarios en el contexto de la vuelta a la democracia chilena merece varios tomos para asumir la soberbia de un ejercicio semejante3. Lo que aquí interesa es poner en su lugar ese “realismo de cosa vivida”, el cual, frente a un Solyenitzin –podríamos mencionar otros notables como Leszek Kolakowski o Czeslaw Milosz- no es más que una verdadera caricatura sólo imaginable a través de la pura exaltación verbal.

Las preguntas a Ampuero llegan solas a esta altura: ¿Por qué habiendo tenido una experiencia totalmente secundaria en los procesos históricos insiste en aparecer como converso? ¿Desde qué lugar o experiencia de vida llega a esa conclusión? ¿Qué le hace (y que nos hace) suponer que conoce realmente lo que pasaba al interior de regímenes que declara como fracasados? En definitiva, ¿qué es lo que te hizo “converso” Roberto?

Con todo, hay que concederle el mérito de una enseñanza: el rendirse en espíritu a la facticidad de lo real y hacer de ello una importante carrera literaria y política. En eso consiste la destreza del intelectual mercenario cuya función va por el decidido esfuerzo de naturalizar simbólicamente un statu quo acorde a los intereses de los grupos de poder4. No importa que Ampuero cumpla dicha función colgándose de la obra de autores que realmente sufrieron, o que sus argumentos suenen a un elemental parafraseo de las ideas de Karl Popper o Jean-François Revel. El problema es que toda esta operación le permite un atajo gratuito y muy poco decoroso: arrimarse a un carro para denostar a quienes se jugaron la vida por la utopía de una sociedad más justa e igualitaria.

Vale una última pregunta: ¿Qué tienes Roberto para decir sobre tanta gente generosa y solidaria que te tocó conocer en tu recorrido por los socialismos reales y que hasta el día de hoy mantiene un compromiso de izquierda?

Notas

1. Ismael Llona (2014), “Roberto Ampuero, más mentiras”, en Cooperativa.cl, Opinión Política: http://blogs.cooperativa.cl/opinion/politica/20141111102918/roberto-ampuero-mas-mentiras/ O también del mismo autor (2014), “Último round y final con Ampuero”: http://blogs.cooperativa.cl/opinion/politica/20141122093622/ultimo-round-y-final-con-ampuero/

2. Fernando Flórez Ibarra (2001), "Ampuero es un agente yanqui”, en emol.com: http://www.emol.com/noticias/magazine/2001/05/09/54403/florez-ibarra-ampuero-es-un-agente-yanqui.html

3. Baste la mención a Eugenio Tironi, José Joaquín Brunner, Enrique Correa y Max Marambio, entre otros. Véase el libro de Mónica Echeverría (2016), ¡Háganme Callar!, Ceibo Editores.

4. Véase la sección de “Vida Social” (A 10), El Mercurio, 12-09-2017: http://impresa.elmercurio.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2017-09-12&dtB=12-09-2017%200:00:00&PaginaId=10&bodyid=1

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