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Rubios y morenos. Por Juan Pablo Cárdenas S.

Es muy posible que las audaces expresiones de la ministra del Interior sobre las discriminaciones que existen en Chile en materia policial y judicial respecto del aspecto físico y apellido de los que cometen faltas y delitos sean compartidas por el propio Presidente de la República y por muchos millones de compatriotas.

Posiblemente, por su alto rango Izkia Siches fue imprudente, lo que no significa que sus expresiones sean erradas. A todos nos constan situaciones agraviantes al principio de la igualdad ante la Ley que tanto se proclama.

No se trata de un mal solo nacional. En todo nuestro continente se pueden apreciar las ventajas que en general tienen los caucásicos respecto de la mayoritaria población morena. En Bolivia, por ejemplo, transcurrieron muchas décadas antes que un Evo Morales llegara al poder, cuando la población indígena es muy mayoritaria. Y nos consta que solo en Uruguay es posible encontrarse con algunos mendigos rubios y de ojos azules entre quienes piden limosnas en uno de los países de mejor estándar socioeconómico.

Lo del color de la piel y de los ojos siempre ha sido determinante en la suerte de los seres humanos. Los que son más claritos coinciden con los que tienen más dinero. En nuestra Capital, por ejemplo, es posible descubrir barrios que por el color de sus habitantes podrían parecer de Escandinavia más que de América Latina. En los poblados de los pobres, por supuesto, predominan por mucho los morenos, los que raigambre indígena, así sea que prácticamente un 75 por ciento de nuestra población es mestiza.

Digamos con franqueza que la propia población morena sufre de un vergonzoso racismo al preferir a los niños más rubios y o que parecen más europeos. En Estocolmo, precisamente, tuvimos la oportunidad de conversar con una pareja de exiliados chilenos muy morenos y que se sentían muy felices de tener un recién nacido de cutis muy albo y cabello rubio. Ingenuamente, ambos padres nos aseguraron que aquello se debía a la posibilidad de estar viviendo largo tiempo en un país tan al norte del mundo… Seguros de que el clima en menos de una generación podía provocar estas sorprendentes mutaciones.

En nuestra historia política es completamente cierta la influencia de aquellas familias de apellidos supuestamente más ilustres y de ancestros castellano vascos. Cuestión que algo ha variado con la irrupción de apellidos franceses, ingleses y alemanes, pero de color blanco y ojos azules, corrientemente. Hasta aquí ha sido muy difícil ser indígena o tener ascendencia árabe para llegar a los más altos cargos del Estado. Aunque el poder económico alcanzado por muchos inmigrantes de oriente posiblemente los haga romper las cadenas de la discriminación que por décadas lo ha afectado. Se trata de una realidad muy generalizada. En la propia Iglesia Católica se puede comprobar que quienes alcanzan los más altos rangos de la Curia han sido personas de “buenos apellidos”, como se dice. Lo curioso y ejemplar es que sean éstos los que se han demostrado más partidarios de la justicia y la igualdad social. Mucho más que sacerdotes de modesta extracción social, habitualmente más conservadores que sus pastores.

Ni que decir en las Fuerzas Armadas, donde se encumbran como oficiales los que son más blancos y erguidos que la tropa y en que sus apellidos también resultan muy importantes, aunque se trate de sujetos cuyos padres los instaron a seguir la carrera militar en la idea de que no servían para otras tareas. Asimismo, entre los carabineros es perfectamente constatable que prácticamente no existen en sus filas rubios y de ojos claros. La morenidad francamente se generaliza. Además, son precisamente estos efectivos los que discriminan más entre la población, soslayando a los infractores de colores claros, de los barrios acomodados y apellidos “vinosos”. Algo muy similar a lo que ocurre con los policías negros en Estados Unidos, siempre muy dispuestos a maltratar a sus hermanos de origen social. Los casos son cotidianos tanto aquí como allá, donde llegó a la Presidencia un negro que poco o nada hizo para diferenciarse de sus antecesores blancos, rubios, racistas y criminales.

El color de la piel es muy coincidente con el nivel económico de los chilenos. La población está estratificada tanto por sus recursos y aspecto físico. En los paradigmas raciales que el país tiene solo podrían salvarse los morenos de ojos verdes, a quienes es muy difícil descubrir y que, sin embargo, han marcado lo que se estima belleza masculina y femenina. Agreguemos que la rubiedad cosmética abunda en los rostros de la televisión y el espectáculo, aunque también se puede apreciar en la sociedad morena que transita por todas nuestras calles y ciudades. Como últimamente, también, en los afamados futbolistas latinos.

Toda esta diferencia se explica en un conjunto de factores, principalmente por el nivel adquisitivo de cada cual. Pero también es consecuencia de la educación diferenciada: entre quienes pueden asistir a los colegios pagados y elitistas y los que deben conformarse con la formación carencial que procura el Estado. De allí que sea tan urgente que la educación se democratice y que desde los primeros años de vida existan las mismas posibilidades para los morenos, los rubios y quienes pertenecen a los pueblos originarios. Como, además, a los que llegan a Chile por el gran flujo migratorio que vivimos y le ha agregado el color de los afroamericanos a nuestra población.

Tiene toda la razón la ministra Siches, aunque se haya expresado demasiado vehementemente para los estándares de nuestra política tradicional. Porque en Chile se cree que, al alcanzar los altos cargos, los ministros, parlamentarios, jueces y otros deben dejar de pensar como antes lo hacían y terminen gobernando justamente para los que les conviene prolongar estas discriminaciones. En favor de quienes aceptan sin remilgos que existan barrios distintos para los pobres, la clase media y los ricos. Que haya colegios y universidades, clubes y partidos políticos marcados por la clase e ingresos de sus integrantes. En “reducciones” para los mapuches, por ejemplo, en barrios fastuosos y exclusivos para los blancos de piel y amarillos de cabeza.

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