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Sobre el dramático testimonio de José Luis Vásquez. Por Miguel Lawner

DIFÍCIL DECIR QUIÉN SOY YO, PORQUE EL ESTADO NO NOS RECONOCE Y NOS NIEGA.

Estas dramáticas palabras fueron dichas ayer, en la Convención Constituyente por el representante del pueblo selk’nam José Luis Vásquez Chogan, emocionado hasta las lágrimas, al igual que yo, cuando escuché su testimonio trasmitido por redes sociales y que adjunto con esta columna. Vivimos un momento histórico trascendental en la historia de Chile. Ha comenzado el reconocimiento de nuestros pueblos originarios, víctimas de un genocidio practicado durante quinientos años, primero por los conquistadores españoles y más tarde por el Estado chileno, en particular con el pueblo mapuche, desde fines del Siglo XIX.

En el caso de los pueblos selk’nam, kawescar y yaganes, que poblaron la Tierra del Fuego y los canales australes durante diez mil años, su exterminio comenzó a fines del Siglo XIX, a raíz de las matanzas organizadas por compañías chilenas y algunas extranjeras, con motivo de la colonización de la Tierra del Fuego. Estancieros, compañías balleneras, loberos, o buscadores de oro como el cruel Julius Popper, se ensañaron en la cacería de los aborígenes que osaban pisar los territorios asignados a su dominio, o que se permitían navegar en las proximidades de las aguas entregadas a su voracidad.

Desafortunadamente debemos admitir que el eminente naturalista Charles Darwin, contribuyó a la imagen negativa de estos pueblos originarios, a raíz de su histórico viaje cruzando el estrecho de Magallanes en 1831.

Darwin calificó a estos indígenas como "las criaturas más abyectas y miserables". Al oír a un fueguino hablar su idioma, Darwin comentó que "los gritos de los animales domésticos eran mucho más comprensibles".

Nada más injusto. Los selknam dominaban una lengua normal y creían en valores espirituales superiores, anteriores al tiempo, que definían como el ser que está allá arriba. Su nombre era Timáukel.

Tras el viaje de la Beagle, se intensificaron los viajes de navíos cruzando el Estrecho de Magallanes, y comenzó a hacerse un hábito, la captura de indígenas que eran trasladados a Europa, a fin de ser objeto de estudios científicos y anatómicos o su confinamiento en los que pasaron a llamarse zoológicos humanos.

Nos avergüenza hoy día tener que admitir la existencia de actos tan bárbaros cometidos por la supuesta civilización occidental, contra pueblos primitivos que no hacían daño alguno a nadie, e incluso que acogían con asombro y cariño a estos extraños hombres blancos.

A fines del Siglo XIX, se estableció en la Isla Dawson, una Misión Salesiana, con el fin de salvar del exterminio a los pueblos selk´nam, kaweskar y yaganes que estaban siendo diezmados por los colonizadores de la Tierra del Fuego. El Estado Chileno les concedió una concesión por veinte años, para cumplir con esta noble misión.

Pero la metodología empleada por dichos misioneros con los pueblos nativos fue muy inadecuada, por cuanto se esforzaron en evangelizarlos, imponiéndoles una cultura ajena, en conflicto con sus tradiciones milenarias. Cien años atrás, la metodología de relación con las minorías étnicas era muy primitiva. No había conciencia respecto a la necesidad de preservar una cultura y valores considerados paganos. Es de imaginar entonces, las dificultades enfrentadas por las hermanas y los padres salesianos, empeñados en justificar los beneficios de un asentamiento sedentario, en disciplinar el horario de los indígenas, en imponerles hábitos de higiene, en despojarlos de los parásitos adheridos a su cabellera, en habituarlos a comer en un plato, o a hacerles entender las ventajas de un vestuario convencional. Todo esto, además de la inevitable trasmisión de los virus, desconocidos para estos pueblos primitivos, que terminaron siendo diezmados por la tuberculosis.

En su testimonio, José Luis Vásquez, señala, que varios de sus antepasados fallecieron al ser enviados a la misión establecida en la Isla Dawson.

Cuando nosotros fuimos confinados a esa isla en septiembre de 1973, pudimos echar un vistazo al cementerio indígena donde fueron sepultados los antepasados de José Luis. Es una vergüenza. Las tumbas están invadidas por la maleza, matorrales y por animales que invaden el terreno desprovisto de cercos adecuados.

La Isla Dawson fue entregada por el gobierno de Salvador Allende al dominio de la Armada, dado su alto valor estratégico. Tras el advenimiento de la democracia, hasta ahora, los marinos niegan el acceso a la isla a toda persona que no sea personal de las fuerzas armadas. Es una conducta inaceptable, ya que las instalaciones militares, que podrían calificarse de valor estratégico, ocupan un área muy reducida de la Isla. Esta conducta irracional, es parte de los numerosos privilegios concedidos por la dictadura a las fuerzas armadas, que se mantienen hasta nuestros días.

Los aires que soplan en Chile a partir de la insurrección popular iniciada en octubre de 2019 y la admirable composición de la Convención Constituyente, aseguran que tendremos un nuevo texto constitucional que pondrá fin a privilegios tan irritantes.

No habrá territorio nacional alguno, proscrito para nadie y podremos ir junto a José Luis Vásquez Chogán, a rendir tributo a sus antepasados, cuyos restos reposan en la Isla Dawson. Es uno de los numerosos derechos que podremos disfrutar todos los chilenos.

13.08.2021.

Cementerio indígena en Isla Dawson. Fotografía tomada en 2012, por Ángel Cabeza, Director, a la fecha, del Consejo Nacional de Monumentos Nacionales

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