Nuevamente la clase política pone difícil la tarea a la escuela, en pos dicen, de velar por el bien de los niños y niñas del país. Hay acusaciones, ultrajes y actuaciones de la peor calaña. Se llenan las redes sociales y los canales de televisión de profesionales educados no defendiendo ideas, no ofreciendo argumentos, sino más bien exponiendo una suerte de baño público que no hace más que ofender y olvidar aquello en que todos debiésemos concordar: un humanismo social que entiende el respeto y la ética como algo cotidiano.
Hace algunas semanas, la oposición anunció una acusación constitucional contra el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, para interpelar su gestión en cuanto a temas como la educación no sexista, educación sexual, Junaeb, entre otros. Hace dos días, la comisión revisora recomendó rechazar la acusación constitucional contra el ministro. Ayer, finalmente, la cámara de Diputadas y Diputados rechazó totalmente la acusación. Sin embargo, más allá de la viabilidad política y jurídica de la acusación, lo que resulta verdaderamente desconcertante es el escenario mediático en el cual se desarrolla este evento.
Fuimos testigos de un espectáculo lamentable: insultos, descalificaciones homofóbicas y epítetos de la peor creatividad se tomaron la tribuna de la acusación constitucional. Desde cuestionamientos sobre la orientación sexual del ministro hasta insultos sobre su cuerpo. Agravios que se hacen eco en redes sociales con un particular modo celebratorio y que no hacen otra cosa que desnudar una sociedad inestable y desintegrada. Podemos ver que palabras como “inclusión” o “diversidad” son palabras sin fondo, artimañas, palabras de moda que se comercializan en el marketing de los like y los me gusta.
Este escenario, por lo tanto, interpela lo que entendemos por lo público, por la democracia y por el rol de la escuela. En estos tiempos de inconsistencias hay que trabajar con los niños y jóvenes en una pedagogía del amor, del respeto, en una pedagogía de las diferencias. La inestabilidad de nuestra sociedad hay que trabajarla como oportunidad enseñando las cosas esenciales, para salir de lógicas del no respeto, del no valorar al otro en tanto otro, salir de lógicas de competencia y centrarse en aquello que nuestra sociedad está olvidando; el sentido, la ética, el respeto por el otro. Hay que trabajar para salir de los prejuicios, de las posiciones dogmáticas, de las relaciones dicotómicas de normal y anormal que generan estigmatización y exclusión. Hay que salir de ese pantano para abrir enfoques educativos y pedagógicos curiosos, respetuosos, amplios y creativos.
Entonces, ¿qué espera la escuela de su clase política? De manera urgente espera un comportamiento cívico ejemplar, el abandono de toda superficialidad ética, espera probidad y palabras que tiendan puentes, una memoria histórica y una responsabilidad compartida; sobre todo, cuando se dice velar por bien de los niños y niñas del país.
Dra. Carmen Gloria Garrido y Dr. René Valdés
Escuela de Educación, Universidad Andrés Bello