En kioscos: Julio 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Sobre las primarias. Por Francisco Suárez

Hace algunos meses, gran parte del debate público giraba en torno a las primarias. Analistas de izquierda y derecha, periodistas y dirigentes políticos coincidían en su importancia estratégica. Se especulaba sobre si la derecha celebraría las suyas o si solo el oficialismo lograría el cometido. Finalmente, el progresismo presentó cuatro candidatos, dando pie a que “el pueblo” eligiera al abanderado que enfrentaría a la extrema derecha en las presidenciales de noviembre. Toda una épica. Unos meses después, otra parece ser la realidad.

Las primarias despiertan poco interés más allá de los círculos reducidos que aún se interesan por una política desprestigiada. Incluso dentro de esos sectores, pocos parecen sentirse realmente involucrados con el proceso, salvo los militantes más convencidos. Y es que, tal como fueron planteadas, las primarias resultan poco atractivas. Fueron concebidas principalmente como una manera de consolidar la unidad del progresismo, lo que lleva a preguntarse: si el objetivo era la unidad —y esta ya se había alcanzado— ¿cual es el sentido de las primarias? y ¿Qué lugar tiene el proyecto en todo esto? ¿Existe acaso?

Si el sentido era ver detrás de qué programa se alinea el progresismo, la realidad apunta a otra cosa. Por ejemplo, cuesta creer que el ala más neoliberal del sector apoye un programa de gobierno del PC. Además, la forma en que se han presentado las primarias ha condicionado fuertemente el debate. Como la unidad se volvió el alfa y el omega de la izquierda, esta debía protegerse a toda costa. En consecuencia, no queda mucho espacio para la disputa política de fondo, es decir el programa. Todos debían mostrarse como aliados entrañables, evitar enfrentamientos y celebrar sus coincidencias pero esconder sus diferencias (lo que denota, dicho sea de paso, una visión bastante estrecha e ilusoria de la política y la democracia).

En este sentido, el debate llegó con cerrojo: ¿cómo diferenciarse del resto si se parte de la base de que todos defienden lo mismo, es decir, un proyecto difuso? Solo queda el recurso de destacar cualidades personales, lo que no hace más que contribuir a la personalización y banalización de la política. ¿Hablar de los problemas estructurales del país? Para qué, si se puede hacer una franja entretenida y simpática, que (ojalá) tenga arrastre en redes sociales. Un video, una cuña, y seguimos.

Así se construye el perfil de los candidatos: una representa la experiencia y el espíritu de los acuerdos; otra, el carisma heredado de la expresidenta Bachelet; aquel, el elocuente padre millenial. Ni una sola palabra sobre el fondo de lo que los distingue. Es como escoger entre tres marcas distintas de queso mantecoso: cada una tiene sus matices, pero al final del día, sigue siendo queso mantecoso.

Por otra parte, este discurso transmite un mensaje preocupante: el desacuerdo está mal visto. El resultado es una política que evita las diferencias, cuando lo que se necesita es confrontar ideas, debatir con argumentos y construir mayorías en torno a un proyecto que busque resolver la crisis multidimensional. Las primarias, tal como están planteadas, no permiten que se aborden las diferencias de fondo. ¿Alguien piensa acaso que el financiamiento ilegal de la política es un detalle que nada tuvo que ver con el desprestigio de la política? ¿o que entregarle el litio a SQM es una cuestión puramente económica y no fundamentalmente política?

Un espejismo democrático

En 2021, en las primarias legales participaron poco más de 3 millones de personas, equivalentes al 23,36 % del padrón electoral. Este año, todo parece indicar que no será ni la mitad de eso, quizás un tercio. Estamos hablando entre 6.5% del padrón. La participación, además, tiende a concentrarse en los sectores más instruidos. Las clases populares, que tienden a abstenerse más, apenas participan. En este sentido, las primarias se asemejan a un voto censitario de militantes que representan sectores muy específicos de la población, que no representan la realidad del país.

Ahora bien, las primarias sí son atractivas para los partidos. Les permiten medir fuerzas internas, definir cuotas de poder y negociar posiciones en futuras listas parlamentarias. También sirven para proyectar liderazgos y defender intereses de facción. La candidatura testimonial de Jaime Mulet ilustra esto con claridad: aporta diversidad aparente —lo que le da aires de legitimidad al proceso— sin ser una verdadera amenaza al control de las cúpulas. Mulet, por su parte, mira el podio de cerca y le da aires de grandeza a su partido. Todos ganan. Lo cierto es que, en las primarias, la sociedad civil brilla por su ausencia. El mensaje es claro: en esta fiesta democrática, la música la ponen los políticos profesionales.

Cara gano yo; sello pierdes tú

Las primarias surgen en Estados Unidos a fines del siglo XIX como un mecanismo para transparentar las nominaciones partidarias, hasta entonces controladas por cúpulas acusadas de corrupción. Con el tiempo, se institucionalizaron en el marco de una democracia federal con lógicas muy distintas a las chilenas, en un país caracterizado por un bipartidismo estructural, en donde se hace casi imposible la emergencia de otra fuerza política, es decir otro partido que compita de igual a igual con los demócratas y los republicanos.

En Chile, las primarias se introdujeron en 1993 con un diseño pensado, según cuenta Sergio Bitar, para posicionar a Ricardo Lagos asegurando la victoria a Eduardo Frei. Todo se organizó como una farsa para darle aires democráticos a la designación partidaria del próximo presidente de la República. Hay que tener en cuenta la realidad política del país en ese entonces, en donde el sistema binominal prácticamente le aseguraba la victoria a la concertación (Frei ganó en primera vuelta con un 57,98%). Desde entonces, el sistema de partidos ha cambiado profundamente. La antigua Concertación se desintegró, y las apariciones de MEO y el Frente Amplio pueden entenderse como expresiones del proceso de descomposición del sistema binominal.

Sea como sea, hoy las primarias son mecanismos que, más allá de las apariencias, en el fondo siguen validando decisiones tomadas previamente por las cúpulas de los partidos. Las primarias no dejan de ser un mecanismo de legitimación democrática débil, en un contexto donde más de la mitad del electorado no se siente representado por ningún partido político.

El centro parte con ventaja

Las primarias tienden a favorecer a quienes se ubican en el centro del espectro, es por esto que JAK y Kaiser no las aceptaron: tienen mucho más que ganar yendo directamente a primera vuelta. Esto les entrega un mayor margen de crecimiento para sus partidos, más autonomía frente a los grupos hegemónicos del sector, es decir Chile Vamos y un mayor margen de negociación con estos. Lo que fue MEO y el FA para la Concertación, lo fue Evópoli para Chile Vamos. Lo que distingue el proyecto de la extrema derecha es la disputa por la hegemonía del sector, ofreciéndose como respuesta a la crisis. En la izquierda este equivalente no existe.

Pero, ¿por qué favorecen al centro? Principalmente porque estructuralmente las reglas del juego, es decir las instituciones, los medios de comunicación y las encuestas, tienden a favorecer al establishment. Los candidatos más identificados con la izquierda deben enfrentar constantemente ofensivas por parte de los medios: son estigmatizados, caricaturizados o silenciados. Cuando son entrevistados, se ven muchas veces empujados a pasar su tiempo defendiéndose, en lugar de plantear propuestas.

En cambio, los candidatos más afines al establishment gozan de mejor trato mediático: son invitados a los programas más prestigiosos, presentados como personas sensatas y cuentan con la posibilidad de tener grandes notas en los periódicos de mayor circulación; en donde además, con un poco de suerte, pueden ser entrevistados por amigos. Esto, porque los candidatos de la izquierda moderada cuentan con todos los códigos del establishment. Es decir, más allá de las diferencias que puedan tener entre los miembros de la elite, habitan los mismos espacios, tienen modos de vidas semejantes y hasta pueden veranear juntos.

El canto de las sirenas

En las primarias, se baila al ritmo de las encuestas. Estas determinan los candidatos, los discursos y los enfoques. Tohá y Jara fueron designadas porque ’marcaban’ bien. Algunas encuestas miden a los candidatos por medio de menciones espontáneas (dependientes de la exposición mediática) mientras que otras proponen listas cerradas (definidas por la empresa). Luego, los resultados son amplificados por los medios, quienes les dan exposición a los candidatos y van creando así un efecto de bola de nieve.

En el caso de Winter, su designación se decantó porque el “candidato natural” del FA rechazó ser candidato a la presidencia. Esto ilustra bien dos cosas: por una parte, que las encuestas son el factor más determinante para la oferta política de los partidos; y por otra parte, qué el programa es completamente secundario. La primera opción era el alcalde porque marcaba más en las encuestas, y no porque fueses el más apto o capaz de llevar a cabo un proyecto “progresista” (aunque nadie sepa muy bien qué quiere decir el término). Esto muestra que el programa no es una brújula,sino un instrumento. Este no se actualiza: se construye sobre la marcha. En suma, es completamente desechable: se adapta a lo que dictan las encuestas, y se abandona si hace falta. La falta de coherencia solo alimenta la desafección política que termina capitalizando la extrema derecha, quien, contrariamente al oficialismo, es percibida como consecuente y coherente con su discurso.

Frente a la amenaza de que Kast llegue al poder, se urge emplear el “voto útil”. El canto de sirenas exige apoyar a una candidata que promete duplicar los ingresos del 50 % más pobre del país (que gana menos de $583.000 mensuales), pero para el 2050. Cabe preguntarse si de verdad piensan que la gente aguantara tanto. En fin, todo en nombre del pragmatismo y la responsabilidad fiscal: neoliberalismo de manual. Quizás el verdadero problema del Estado no se encuentre en el gasto, sino en los ingresos. Este tipo de discusiones, es decir de fondo, brillan por su ausencia. Por esta y otras razones, las primarias pueden ser consideradas como una verdadera trampa para la democracia.

Compartir este artículo