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Sobre mentiras “técnicas” y “verdades” políticas. Por Felipe Quiroz

Sobre mentiras “técnicas” y “verdades” políticas. Por Felipe Quiroz

Desde el primer gobierno de Sebastián Piñera en adelante se ha posicionado el debate, dentro del no muy diverso espectro político chileno, respecto de enfoques técnicos o políticos de gestionar, precisamente, a la política. La paradoja señalada, no es casual. El sector que defiende una gestión de la política con la menor cantidad de política posible es el mismo que se instala en el estado con la idea de reducir, en la mayor medida posible, al estado mismo; es aquella fracción que defiende, a ultranza, la ideología neoliberal, cuya característica principal es estar, aparentemente, libre de ideologías. La ironía, aquí, abunda, como suele ocurrir con el trasfondo de las grandes mentiras.

Pero, hasta este momento del análisis, la naturaleza de la falsedad en cuestión pareciera ser epistemológica; refiere al error de pensar teorías libres de teoría, a la siempre contaminada apelación a la pureza; equivocación típica del positivismo a ultranza. Por tanto, lo señalado podría asumir cierto carácter de inocencia moral. Sin embargo, estamos recién en la superficie de la problemática. Un poco más profundo nos encontramos con que esta apelación a la gestión técnica ha tenido, como resultados, ejemplos emblemáticos de imprecisión, lo cual resulta comprensible sólo desde el interés político, debido al cual, es posible que se hayan vuelto tan sospechosamente oscuros los datos de la realidad.

Como ejemplo, “destacan” el Censo 2012; prometido como “el mejor de la historia”, resultando, algo muy parecido al extremo justamente opuesto, o el espectacularmente errático manejo comunicacional de la pandemia de este 2020, por el Ministerio de Salud liderado por Mañalich, o la desesperada apelación al argumento técnico, cuando el ejecutivo proyectaba el fin del mundo de liberar el 10% del fondo de las pensiones, apocalipsis que, por supuesto, no ocurrió. No es posible imaginar escenario más alejado de las bondades que se defienden respecto de la imparcialidad técnica, ni más inmediato a los vicios que se acusan de la gestión política, que lo señalado. Se termina, en cada uno de estos casos, por encarnar la antítesis de aquello que se propone. Ello indica dos posibilidades generales: o un nivel extraordinario de ineficiencia, o una voluntad igual de extraordinaria para con el engaño. Por supuesto, no podemos adivinar, racionalmente, intenciones. Sin embargo, podemos inferir que, cuando siempre se es tan preciso en apuntar tan lejos del blanco declarado, pero tan milagrosamente exacto en la conveniencia, en realidad nunca se estuvo apuntando a lo primero, y siempre a lo segundo.

Lo señalado se ha utilizado no pocas veces como argumento para defender la supremacía de la gestión asumidamente ideológica, por sobre la apelación a la pureza técnica. Sin embargo, esto tampoco esta exento de equivocaciones. En efecto, no es la utilización correcta de la reflexión técnica lo que ha devenido en absurdo; ha sido la manipulación del discurso técnico, con fines puramente políticos, la manipulación del dato como escondite de la maniobra, lo que ha generado, como fruto, el innegable desprestigio de la clase política en la ciudadanía. Esta desconfianza resulta grave, en democracia, ya que la estabilidad de este sistema de gobierno depende, en muchos sentidos, de la capacidad de generar confianza, mediante formas de gestión transparente, así como de comunicación efectiva. Es, precisamente, entre la eficiencia de la gestión y la transparencia de la comunicación donde habita hoy una tensión que, a estas alturas, duele a la ciudadanía, tanto como a la superestructura política del país.

En este contexto sensible, renacen liderazgos extraños, propios de la demagogia, la cual es, desde tiempos de Aristóteles hasta hoy, un indicador inequívoco de corrupción de la democracia. Cuando figuras asociadas públicamente con el pinochetismo, el neoliberalismo, el conservadurismo, se declaran, hoy, “socialdemócratas”, resulta tan extraño como que sean camaradas del mismo sector quienes ahora se posicionan a favor de cambiar la constitución, cuando por largos treinta años se opusieron tenazmente a cualquier modificación sustancial a la misma, o que, justamente en un contexto constituyente, como el actual, declaren, públicamente, que temas como la pena de muerte, por ejemplo, debiesen ser asumidos “libremente” por la ciudadanía, al margen que, desde un argumento verdaderamente “técnico”, en efecto, no exista evidencia de que tal medida permita la disminución del delito, mostrándose la evidencia, de hecho, orientada hacia la conclusión opuesta.

Todo ello es, por supuesto, racionalmente raro, pero completamente comprensible, desde un escenario que, sospechosamente, esta girando desde lo constituyente hacia lo electoral. En efecto, tal movimiento devela un uso equivalente de las circunstancias a como se utiliza el disfraz técnico con fines, en realidad, ideológicos; utilizando la necesidad ciudadana de cambiar una constitución ilegitima, para el mantenimiento y supervivencia del estatus quo. ¿En qué sentidos se trata todo esto del mas antiguo arte del engaño, y no de un error de cálculo? Ante ello, la condición ciudadana misma se juega en la participación activa, tanto en el sufragio, como en mantener la conciencia alerta.

Mg. Felipe Quiroz

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