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Sobrediagnóstico de TEA y TDAH: entre la moda y la etiqueta. Por Carlos Fernández Jopia

“…Niño, deja ya de joder con la pelota
Niño, que eso no se dice, que eso no se hace
que eso no se toca…”
(Joan Manuel Serrat)

Chile ha experimentado un crecimiento significativo de estudiantes con diagnósticos TEA/TDAH. Esto ultimo no debe mirarse solo desde criterios médicos o como avance en la salud mental infantil. Mas bien, hay que comprenderlo desde la estructura social propia. Es bajo ese contexto que el diagnóstico pasa a ser la forma en como se gestiona la diferencia. Vale decir, una forma de silenciar los conflictos pedagógicos y de dar algo de certeza al apoderado y la opinión pública frente a determinado comportamiento. No buscamos en estas líneas poner el punto final al tema. Mas bien, lejos de lo anterior, buscamos hacer una reflexión – en voz alta si se quiere- y analizar desde una perspectiva más cercana a las ciencias sociales que al diagnostico clínico. Por tanto, se propone comprenderlo desde la construcción social del discurso que responde principalmente a dinámicas culturales e institucionales. Desde este escenario se sostiene, como idea principal, que la Escuela, al verse incapaz de albergar lo diferente, transforma la diferencia en patología. Algo muy propio de la homogenización del mundo y del rol que se le designó a la educación por parte de la modernidad organizada.

Por tanto, el TDA y el TDAH son síntomas de nuestra época. Estamos insertos en un mundo de etiquetas que nos permiten sobrellevar la realidad. Lo que en una primera instancia pareció ser una conquista de la neurodiversidad, hoy a mutado en un sobrediagnóstico que hace desbordar el diagnóstico clínico y nos clasifica en mayores o menores etiquetas sociales. Profesores, Apoderados y estudiantes se refugian en dichas etiquetas que, en algo, puedan dar explicación a todo, pero que, a la larga, no logran explicar nada. Para el caso, el diagnostico se convierte en moda, en sentido de identidad, en consuelo ante una Escuela que se complica con la diferencia.

Para lo anterior, la Escuela, desde su origen, es un dispositivo de control social que busca adiestrar a las personas para su comportamiento en el espacio público. Es decir, valora el rendimiento por sobre el proceso y prefiere la homogeneidad por sobre la singularidad. De ahí que, alguien que no cumpla con el ABC de la educación entregada por esta debe ser marginado o etiquetado. Luhmann (1990) diría; “La inclusión del sujeto diverso no es integración real, sino absorción condicional a cambio de una etiqueta clínica”. Por tanto, con esta visión autopoiético de la educación, es decir, que esta última se va a reproducir así misma siempre, los diagnósticos de TEA y TDAH no nacen solo por criterios médicos, sino mas bien, y en su gran mayoría, como una respuesta de adaptación al sistema. Es decir, si un alumno no rinde dentro de la ecuación estructural elaborada para generar rendimiento, o no se ajusta a los planes extremadamente racionalizados, se les diagnostica con una etiqueta. Sin embargo, el diagnostico no genera una cura, sino que permite tener un chivo expiatorio para que, ese dos mas dos en educación siga siendo cuatro.

En el contexto actual, donde, bajo la mirada de Bauman, nuestra sociedad es líquida, las identidades son cambiantes y débiles. Por tanto, los diagnósticos se vuelven salvavidas y timbres de distinción. Padres necesitan de etiquetas que den explicación de determinadas conductas de sus hijos, sin embargo, antes, ese comportamiento se abordaba desde la pedagogía y desde lo social. Ergo, en la actualidad, ser TEA/ TDAH ha pasado a ser parte del repertorio identitario de muchas familias y colegios. Es decir, en la mayoría de los casos, ya no se trata de una condición médica, sino mas bien de un relato social que algo de certeza da para entender determinados comportamientos. Bauman (2007) dice; “La identidad, en tiempos líquidos, se vuelve una cuestión de elección, y el diagnóstico una nueva forma de autodefinición”.

Por otro lado, y como un amplificador de las etiquetas, las redes sociales se han encargado de masificar este fenómeno. Así, nos enfrentamos a frases e “influencer” que nos invitan a entender el mundo y se presentan como; “cómo ser profesor teniendo TDA”, “cómo ser Mamá con TDAH”, “cómo llegue a ser profesional siendo TDA”, etc. Poniéndole un valor estético a una condición compleja. De lo anterior solo se busca desarrollar un gran mercado simbólico donde, a todas luces, el diagnostico vale mucho mas como marca y sentido de pertenencia.

Recapitulando el tema; en la mirada de Byung-Chul Han, la actual sociedad del exceso de positivismo donde opera esa cultura del “tu todo lo puedes”, ha terminado por generar mayor frustración y con eso, mayor tendencia a las etiquetas sociales. El paso de la sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento generó una falsa sensación de libertad, pues ahora es el propio sujeto el que se explota a si mismo. Es esa misma lógica la que ha logrado introducirse en la infancia. Para lo anterior, al niño ya no se le está permitido aburrirse o ser inquieto, mas bien se le exige concentración, autocontrol y por, sobre todo, productividad. Por tanto, la hiperactividad no es una patología, sino un síntoma lógico de una cultura del rendimiento excesivo (Han, 2012).

Por tanto, y bajo la mirada de Han, el TEA/TDAH son más que una explicación científica o neurocientífica. Serian entonces el rechazo infantil a una escolarización cargada al exceso de racionalidad y el rechazo a la domesticación y sociabilización forzada de la infancia. Sin embargo, lejos de ser entendido así el tema, se ha institucionalizado la medicalización para contrarrestar la diversidad. Por tanto, la educación, esa sin voluntad de cambio con la otredad, necesita una etiqueta de lo diferente. Entonces, por un lado, el profesor, sin herramientas que le permiten enfrentar el tema, exige el diagnostico. Por otro lado, el apoderado, buscando algo de certezas, acepta llevar a su hijo a un especialista para generar la etiqueta.

Para finalizar, el TEA/TDAH no lo podemos clasificar en su totalidad como un problema médico, sino más bien como un gran síntoma sociocultural. Esto ultimo porque vivimos en una sociedad que designa etiquetas al no concebir la diferencia. Una sociedad que diagnostica por el placer de no reconocer sus fallas estructurales. La Escuela, para el caso, ante la incapacidad estructural, no se transforma. Lejos de eso, opta por transformar al otro. Y la forma de hacerlo, desde la higiene social, lo hace patologizándolo. Por tanto, a lo anterior, diremos que los niños no están enfermos; están aburridos, cansados, mal comprendidos.

Dr. Carlos Fernández Jopia

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