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Sociedades iconoclastas, cansadas y eficientes. Por Felipe Quiroz, Sonia Brito y Lorena Basualto

La situación que enfrenta la sociedad chilena respecto a los efectos del neoliberalismo resulta profundamente paradójica y, al mismo tiempo, emblemática de un fenómeno global. Si bien, como país, nos encontramos atrapados en la promesa de progreso y bienestar que nos ha vendido el modelo neoliberal desde la dictadura, los resultados no son tan alentadores como se nos ha hecho creer. A pesar de la creciente satisfacción de algunos sectores con el sistema, las encuestas no mienten: la cantidad de personas que se ven afectadas por enfermedades como el estrés, la ansiedad y la depresión ha aumentado exponencialmente en el mismo período. Esta contradicción se presenta como un reflejo claro de los efectos perversos del modelo, que promete bienestar, pero, en la práctica, genera un malestar profundo y extendido en la población.

El análisis de esta paradoja se puede comprender a través de la obra de filósofos contemporáneos como Byung-Chul Han, quien describe de manera precisa las dinámicas del capitalismo neoliberal en nuestras sociedades actuales. Según Han, vivimos bajo la tiranía de lo que él denomina "sociedades del rendimiento" o "sociedades del cansancio", en las que la promesa de éxito, eficiencia y autooptimización se presenta como el único camino hacia una vida plena. En la superficie, todos somos "gerentes de nosotros mismos", nos proyectamos como individuos eficaces, productivos y exitosos. Sin embargo, lo que realmente ocurre a nivel interno es una desconexión profunda de nuestras emociones y nuestras necesidades esenciales, lo que nos lleva a vivir en un estado de agotamiento físico y psicológico sin un propósito claro que oriente nuestra existencia.

La metáfora de la "rueda de la ardilla", aquella en la que giramos sin cesar sin avanzar, es una imagen poderosa que captura perfectamente la sensación de estar atrapados en un ciclo que no conduce a ningún lado. La velocidad de este ciclo nos impide verlo con claridad, y, por tanto, no somos conscientes de su existencia, pero está ahí, presente en cada uno de nosotros, en la forma en que vivimos y nos relacionamos con el mundo. La sociedad nos exige avanzar, competir, consumir, pero, al mismo tiempo, nos castiga por no encontrar el tiempo y el espacio para descansar, reflexionar y encontrar un sentido profundo a nuestras vidas.

En este contexto, resulta más urgente que nunca recuperar el tiempo, no solo en términos de productividad, sino para permitirnos hacer una pausa en la acelerada marcha que nos ha impuesto el sistema. Esa pausa no es un lujo, sino una necesidad vital. Necesitamos reencontrarnos con lo esencial de nuestra humanidad: el pensamiento reflexivo, la capacidad de cuestionarnos, de parar para pensar en el sentido de nuestra existencia. El problema no es que se nos exija productividad, sino que hemos olvidado que somos seres pensantes, que nuestra verdadera fuerza radica en nuestra capacidad de cuestionar, de imaginar, de crear y de explorar el mundo a través de las ideas, las artes, la literatura, las ciencias, las humanidades.

El error más grande que hemos cometido como sociedad es reducir nuestras capacidades humanas a simples herramientas, a funciones técnicas que deben ser desempeñadas de manera eficiente y veloz. Las máquinas, en su naturaleza, son creadas precisamente para optimizar y complementar nuestras capacidades técnicas. Desde la invención del telescopio, que superó la capacidad del ojo humano para ver el universo, hasta la creación de la escritura, que extendió nuestra memoria y capacidad de comunicación más allá de los límites de la mente humana, las tecnologías siempre han sido creadas para extender nuestras capacidades. Sin embargo, nuestra era parece haber olvidado este principio básico. Hemos llegado a la absurda conclusión de que debemos inclinarnos ante nuestras propias creaciones, perdiendo de vista el hecho de que somos los creadores y los que damos sentido a esas herramientas.

Hoy, cuando las máquinas parecen ser más rápidas y eficientes que nosotros en tareas técnicas y repetitivas, se nos presenta la falsa dicotomía de que nuestra humanidad está en peligro, que nuestras capacidades intelectuales y creativas son obsoletas frente a la inteligencia artificial. Pero esta preocupación no tiene fundamento. Las máquinas siempre han sido creadas para realizar tareas que no eran posibles para los humanos. El microscopio permite ver lo que el ojo humano no puede, la rueda facilita el movimiento, el automóvil acelera el transporte. Ninguna de estas herramientas reemplaza lo humano, sino que lo potencia. El error de nuestra época es creer que, al mejorar las capacidades humanas a través de la tecnología, debemos rendirnos ante ella, y, en consecuencia, hemos comenzado a idolatrar lo que nosotros mismos hemos creado.

La reivindicación de lo humano, por lo tanto, no es solo una cuestión cultural, sino una necesidad vital. Es necesario retomar la conciencia de lo que nos hace humanos, de nuestras capacidades intelectuales, emocionales y creativas. La creatividad, que ha sido el motor del arte, la ciencia y la filosofía, se encuentra hoy adormecida bajo el peso de la inmediatez y la eficiencia. Vivimos en un mundo de "sueño virtual", en el que nuestras mentes están atrapadas en un ciclo interminable de consumo de información superficial y entretenimiento rápido. Es fundamental despertar de ese sueño, volver a pensar profundamente, a preguntarnos por el sentido de lo que hacemos y por la dirección que queremos que tome nuestra sociedad.

Este despertar no es solo una cuestión individual, sino colectiva. La sociedad debe volver a darle valor a la reflexión, a la creatividad, a las humanidades, a la capacidad de imaginar un mundo diferente, más justo, más humano. Esto no significa rechazar la tecnología, sino usarla de manera consciente y crítica, para que sea una herramienta que nos permita expandir nuestras capacidades, no para sustituirlas ni para reducirnos a meros consumidores de lo que la tecnología produce. Necesitamos recuperar el control sobre nuestras vidas, sobre nuestro tiempo, y sobre nuestras mentes, para dejar de ser marionetas del sistema que nos ha impuesto un ritmo insostenible y sin sentido. Solo así podremos despertar de ese "sueño virtual" y retomar el rumbo hacia una sociedad que valore lo humano en su esencia más profunda.

Mg. Felipe Quiroz
Carrera de psicología
Universidad Autónoma de Chile

Dra. Sonia Brito Rodríguez
Departamento de Trabajo social
Universidad Alberto Hurtado

Dra. ©. Lorena Basualto Porra
Departamento de Trabajo social
Universidad Alberto Hurtado

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