La soledad debe ser lo que más nos encadena, en estos tiempos, a un laberinto de temor que, a veces, se vuelve radical y va creciendo y nos angustia y nos lleva por senderos inhóspitos y a vivir en territorios de todo tipo de trampas. La soledad que es la más fiel pareja que tenemos porque nos acompaña de día y de noche, incluso cuando estamos acompañados y, en especial, mal acompañados que es muy típico en estos días (se prefiere estar muy mal acompañado, para no estar solo). Y al parecer no podemos hacer nada para salir de la soledad, porque su fuerza es tal que todo intento por salir de ella o nos lleva a otro laberinto o nos sumerge en una soledad enfermiza.
La trampa por excelencia de la soledad es casi su opuesto esto es, el otro. Un otro que, creemos (porque es una creencia), nos quitará la soledad de forma casi instantánea, como por obra de magia y gracias a esto nos sentiremos por fin plenos y así pensamos que podremos vivir de otra forma nuestras vidas, con un sentido más acabado y riendo y alegres. Y se busca con afán en ese otro, cualquier otro, un amigo, un familiar, un compañero de trabajo, una madre, un hijo, un amor, un gran amor, un perrito, etc., algo nos quitará por fin la soledad; y no es así, nada puede con ella y todo otro se disolvió en la nada, porque todo otro era un espejismo de otro y solamente era una soledad en la inmediatez de su aparecer y no otra cosa. Y ante eso se disuelve, se diluye, pasa y no queda nada o, a veces, lo que es más triste, queda menos que nada. La soledad se nos vuelve abismal, porque se nos vuelve sin fondo, no hay donde agarrarse y ante eso, no sabemos qué hacer, solamente caer de un lado hacia el otro, dando tumbos e intentando agarrarnos de lo que sea, por lo general otro fantasma.
Y otras veces pensamos que podemos conjurar la soledad no con un otro concreto, sino con un otro que se vuelve inmaterial, un significante, una idealización, una mercancía, un modo de estar, por ejemplo, escribir, caminar, construir algo que no tiene mucho sentido, quemar un pasto seco, hablar solo, jugar con un casco virtual, imaginar y recordar e inventarse recuerdos que nunca fueron, comprar y comprar cualquier cosa, bosquejar y soñar con mundos imposibles, conectarse a Netflix y ver alguna serie horrorosa durante horas todas las noches, masturbarse de una u otra forma, hay tantas formas de autoerotismo, acumular, capitalizar, trabajar 48 horas al día, o 72, no dejar de producir valor, creer en lo que sea o cambiar de creencia según la utilidad, o apoyarse en cualquier otro intangible para no pensar en la soledad que siempre está al lado de cada uno y nos acecha.
¿Cómo volver la soledad un poco acogedora? Esto es, en algo que no nos melancolice ni nos angustie. ¿Cómo poder vivir acompañados con la soledad de un modo afirmativo y no meramente repetitivo y reproductivo del mismo fantasma tangible o intangible? ¿Cómo en esa soledad acogedora poder estar atento a la llegada de un otro pleno y no meramente inmediato? ¿Cómo construir un NosOtros en tiempos nihilistas y capitalistas? Tiempos en que nos da pánico perder lo que tenemos, porque perder algo nos inseguriza radicalmente, porque es preferible tener que no tener. Y también estamos en tiempos en que buscamos la seguridad a cualquier precio y para eso pedimos perdón por existir y nos volvemos culposos con nosotros mismos por aceptar vivir vidas que no queremos vivir y así siempre estamos en deuda con un falso otro, un fantasma de lo inmediato. O dicho todo de forma más simple, ¿cómo es posible amar en tiempos de soledad?
Es posible que ese NosOtros de Amor solamente pueda acontecer en la libertad por medio de dos momentos muy importantes, estos son, la distancia y la mediación evanescente. Y con esto me refiero, lector solitario que lee esta columna o lector que se cree que no está solo cuando lee este texto, a dos momentos de la vida que si no somos sutiles no los vemos, porque se trata de sutileza y en estos tiempos de tanta estupidez bulliciosa no nos damos cuenta del Matiz de lo Sutil en el que estamos, a saber, de esos detalles que nos permiten amar realmente junto a nuestra soledad que nos constituye.
La trampa de la inmediatez de un otro que ahora, por ejemplo, sí será el gran amor de nuestras vidas o este sí será el trabajo que hemos buscado y que ahora nos llenará todas nuestras expectativas de confort y motivación profesional, es tomando distancia. La distancia es lo que nos da la separación necesaria para que libremente luego podamos acoplarnos y bailar los unos con los otros. La distancia es el modo en que podemos ver cómo lo otro se mueve y ver, a su vez, si uno quiere ese movimiento y en ello uno mismo dejar su posición rígida y puede moverse hacia ese otro. La distancia es parte de nuestra propia perforación estructural por ser trozos de materia sedimentada y así surge el pánico que nos constituye por ser lo que somos. En esa propia perforación existencial somos a distancia de nosotros mismos y estamos a distancia de cualquier otro. Y solo en esa distancia nosotros mismos nos movemos y somos.
Y también esa soledad en distancia, en especial, de nosotros mismos, porque solamente así puede acontecer un otro real y pleno y no meramente un otro fantasma de la inmediatez, se requiere de un mediador evanescente. El mediador implica como un juego, esto es, en esa distancia que somos es algo que puede ser cualquier cosa que nos permite apoyarnos, descansar y opera como un fetiche, como algo apotropaico que nos permite mediatizar nuestro pánico y en ese apoyo, en ese sostén, podemos dar un paso en la soledad de nuestra distancia y salir de algún modo del laberinto en el que estábamos y, además, hemos querido estar viviendo “felizmente” engañados.
El mediador evanescente nos coloca, en la distancia, un dos y es en ese dos donde podemos ser y así ese otro se puede volver un NosOtros y amarnos. Ese dos del mediador, como por ejemplo una gran roca en el Lago Silvapalna, un caffè speciale en Polignano a Mare, una lluvia torrencial en Playa Ancha, un perro que espera que le des un trozo pan en El bar Lobo de Barcelona, una mirada de un amigo, un texto de Nietzsche que te dice que todo uno es vuelve un dos, una caricia en donde puedes apoyar tu cabeza, ese acto sexual que te hace exclamar: ¡Sí otra vez!, nos implica el dos necesario en libertad y en la materialidad de la contingencia, la bendita y sana contingencia que nos posibilita vivir junto a nuestra soledad. La distancia y la mediación, la perforación y el dos, en el matiz de la vida nos deja a las puertas para que nos amemos y esto que es tan simple, hoy se nos vuelve en la faena más compleja y titánica por realizar, porque todo nos juega en contra.
Y cómo lograr que esto se dé, amigos, no depende del todo de nosotros; lo que depende de nosotros son ciertas decisiones que nos posibilitan vivir en la distancia, pero el dos no, el dos solo acontece en ella y para que acontezca depende de como la distancia esté siendo y si no se da es porque vivimos atrapados en lo inmediato y así no podremos nunca vivir en la soledad, ni menos podremos amarnos los unos a los otros. Ese dos acontece solamente en nuestra distancia y lo que les digo-escribo a Uds., es que estén atentos viviendo esos detalles y gestos, porque si les acontece el dos, en esa distancia de los gestos, será el momento de ser felices y, a lo mejor, amarán de forma verdadera y eterna.
Playa Ancha, 22 de agosto de 2023