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“Sus pechos son como amaneceres”: La Negra Ester. Por Alex Ibarra

Ester es sin duda la Reina del mítico cabaret “Luces del Puerto”, como dice uno de los libros bíblicos: “…y ganaba Ester el favor de todos los que la veían” (Est, 2:15). La belleza de Ester es la luz que encandila al interior del lugar de tránsito de marineros, pescadores, obreros, artistas, que dan vida a la bohemia porteña.

Esta clásica obra del teatro chileno adaptada por Andrés Pérez en 1988 es parte de un musical de Roberto Parra escrito en 1971. El tono trágico de las décimas es permanente a lo largo de los relatos cantados por los protagonistas que van apareciendo en escena. La tragedia es la miseria que sufren los pobres, no sólo el que anda de a pie sino del que no tiene ni un peso en los bolsillos -como deja ver “Roberto”- y que dada tal condición no puede pretender el amor, el cual se le presenta esquivo e imposible. De ahí la tragedia del amor, que clama en la voz de Roberto: “Gloria para los desgraciados”. Los desgraciados son los condenados de la tierra que saben de la experiencia de la injusticia, ¿cómo comprender el amor apartado de la felicidad?. Como canta Mario Rojas en “Para ti, Luces del Puerto”: “Encontró el amor en esa estación y lo perdió”.

La apuesta de Andrés Pérez sin duda es valiente, teniendo en cuenta el contexto de dictadura en el cual surge la adaptación de la obra. La experiencia del genocidio estaba caliente en el corazón, la garganta y la conciencia del oprimido. El ambiente de este paraíso utópico del “Luces del Puerto” es opaco, no es la gran fiesta carnavalesca, el amor es re-sentimiento.

Esta nueva presentación de “La Negra Ester” que se está realizando en el Teatro Nescafé de las Artes aparece como acto de inauguración a las “celebraciones” nacionales, viene a ser la experiencia de un rito que en el sinsentido esconde algo de verdad. La obra saca aplausos desde el inicio, apenas entran los músicos en escena. El público aplaude a cada acto, la presencia del reconocimiento de aquello que somos en cuanto a lo que hemos sido. Hay un amorío entre el público y la obra que refleja la identidad.

La música siempre presente en escena con la banda entre cuecas, boleros, tangos y foxtrot, entre otros ritmos, junto a las décimas entonadas en cada relato. Los actores exigidos por la danza en un movimiento que no cesa, en ese espacio de tránsito de existencias en los recovecos del cabaret. Los artistas en plena conciencia entregando todo su talento homenajeando esta gran obra del teatro chileno que sigue siendo reconocida con el cariño popular. En el mes de exacerbación del nacionalismo es lícito vitorear al teatro chileno, no sólo por su calidad sino que también por su persistencia a pesar de la siempre mezquina política cultural.

Alex Ibarra Peña.
Colectivo de Música y filosofía:
“desde la reflexión al sonido que palpita”.

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