En la práctica médica, es común encontrarse con pacientes que minimizan los riesgos del tabaco, algunos afirman no haber tenido nunca síntomas, otros evocan casos cercanos el abuelo que fumó toda la vida y nunca enfermó como si una anécdota pudiera invalidar el cuerpo entero de la evidencia científica. Pero quienes ejercemos la medicina respiratoria sabemos que el tabaquismo es mucho más que un mal hábito, es un agente silencioso, persistente y profundamente transformador.
Hoy contamos con herramientas que nos permiten ver el daño del tabaco con una precisión antes inimaginable, estudios de imagenología avanzada muestran remodelación de las vías aéreas pequeñas en pacientes sin síntomas; técnicas de transcriptómica revelan activaciones celulares anormales en tejidos expuestos al humo; biomarcadores circulantes permiten identificar inflamación crónica incluso en etapas subclínicas. Todo ello confirma algo que ya intuíamos, el pulmón del fumador comienza a deteriorarse mucho antes de que aparezca el primer signo clínico perceptible o evidente.
Más aún, sabemos ahora que el humo del cigarro no solo inflama o intoxica, reprograma, reconfigura el comportamiento celular, altera las respuestas inmunológicas locales, modifica los circuitos de regeneración tisular, y perpetúa procesos patológicos incluso cuando el paciente ya ha dejado de fumar. Se trata de una forma de daño que persiste, que se infiltra en la arquitectura del pulmón y que desafía la idea de que basta con suspender el consumo para “volver a estar sano”.
Lo más preocupante es la desconexión entre esta sofisticación científica y la percepción social del riesgo, muchos aún creen que el daño ocurre solo en casos extremos o con años de abuso, cuando en realidad los cambios pueden aparecer incluso con exposiciones más limitadas y aparentemente inofensivas. Esa falsa seguridad retrasa diagnósticos, debilita la prevención y, en muchos casos, impide intervenir a tiempo en fases aún reversibles.
Desde la consulta, nos corresponde no solo tratar, sino también educar, y educar con evidencia, no con juicios morales. El tabaquismo no es un mito ni una exageración, es una agresión biológica comprobada, con expresión celular, funcional y estructural. No hay que esperar que el pulmón grite para saber que está siendo dañado de forma continua, progresiva, insidiosa, a veces irreversible.
Reconocer esto no es dramatizar, es asumir con claridad lo que la medicina actual nos permite ver, que el daño del tabaquismo puede ser profundo incluso sin síntomas visibles. Actuar a tiempo no es alarmismo, es prevención fundamentada, si no atendemos el silencio temprano de la enfermedad, corremos el riesgo de intervenir demasiado tarde, cuando ya hay poco por recuperar.
Diemen Delgado-García MD, MPH, PhD
Doctorado en Ciencias de la Salud en el Trabajo
Universidad de Chile