El impacto mediático de los juicios por corrupción relacionados con el abogado Luis Hermosilla, quién es acusado de soborno reiterado, lavado de activos y delitos tributarios, es provocado por cuestiones que van más allá del propio caso, la compleja situación que rodea el asunto ha permitido visibilizar algo que como dijo su propio hermano, Juan Pablo, era vox populi, y que implica que el juicio usa a su defendido como una especie de “chivo expiatorio de un sistema del cual profitaban todos”. En lo que se equivoca el abogado, es que no profitaban todos, sino solo aquellos que eran parte grupo “selecto” de personas con los privilegios suficientes para efectivamente profitar del sistema.
El caso deja en evidencia que en Chile existen dos países en los cuales la institucionalidad democrática funciona de modo distinto, existiendo un país de las élites y un país del resto de la población, en este contexto queda claro que la justicia no funciona igual para toda la ciudadanía. Una y otra vez lo muestran los datos de investigación desde hace ya algunos años y hoy lo confirma el Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2024, el que señala que el 67% de los encuestados, planteó que los liderazgos políticos (élites políticas) son responsables de obstaculizar acuerdos para resolver los problemas en el país.
No obstante, la responsabilidad de obstaculizar los avances no es solamente de las élites, sino de un sistema que ha relativizado los valores que están en la esencia de la democracia desde la revolución francesa, tales como la libertad, la verdad, la igualdad y sobre todo la fraternidad. La dinámica anómica actual de la sociedad chilena, se sustenta en transformaciones sociales producidas en dictadura y su posterior consolidación, estas trasformaciones implican la instalación de un profundo individualismo, condición estructurante del modelo neoliberal, no obstante, no solamente el individualismo es responsable de la comisión de delitos, también la idea que tiene la población de que el Estado no es, ni será capaz de satisfacer necesidades, qué es ineficiente y que no se puede confiar en ese Estado si se llega a vivir una situación de precariedad.
En este contexto aquellas personas que tienen carencias, que piensan que las tendrán en el futuro o simplemente que desean “demostrar” que son “personas exitosas”, no tienen o no ven otra alternativa, y cometen delitos para satisfacer sus necesidades básicas, pero también para satisfacer las necesidades superfluas a las que obliga un sistema cuya vara para el éxito es lo que tenemos y no lo que somos.
Si lo que nos define es lo que tenemos, y lo que tenemos lo adquirimos en el mercado, es el mercado el que regula nuestras relaciones en sociedad, por lo tanto, es donde la ciudadanía busca la identidad, ahora bien, individualismo más mercado como ente regulador de las relaciones en sociedad, más un estado disminuido, da como resultado una sociedad totalmente neoliberal, Chile es conocido como un laboratorio y hoy estamos viviendo las consecuencias finales del experimento.
El experimento chileno combina todos los ingredientes del neoliberalismo, su resultado es la ética neoliberal, la que establece como “bueno” el tener cosas y como “malo” el no tenerlas, por lo tanto “todo vale para conseguir cosas”, es aquí donde se cierra el círculo, se rompe el pacto y aparece la anomia. No es más que el mundo de la vida colonizado por el sistema, dinero y poder como mecanismo de integración social se convierte en un fin, olvidando que el fenómeno produce, psicopatías individuales y una falta de sentido colectivo, poniendo en riesgo a la sociedad en su conjunto, podríamos hablar entonces de un “estallido anómico”.
El culto al dinero como el más importante sinónimo de poder y de prestigio social, tiene también una versión menos elegante que se manifiesta en el aumento de la comisión de delitos cuya violencia asombra, tales como los “portonazos”, asesinatos diarios, el hallazgo de cráneos y cuerpos sin vida en las calles o el asesinato de carabineros en diversas circunstancias, que refuerzan el ya instalado miedo y desconfianza en las instituciones.
La naturalización de la violencia física y simbólica que se manifiesta en los hechos antes señalados, y pese a los esfuerzos gubernamentales, contribuyen a la sensación masificada del sinsentido de cumplir las normas que hemos acordado como sociedad democrática. La pregunta que se hace la ciudadanía común es ¿por qué he de cumplir la ley si los de abajo no la cumplen y tampoco los de arriba?, si ellos burlan la ley ¿por qué nosotros no podemos también burlarla? El éxito de una actitud al borde de la ley o francamente ilegal, con el caso Hermosilla, ha quedado en evidencia que no tiene nada que ver con la justicia, sino solo con contar con el dinero suficiente y los contactos para contratar a los mejores bufetes de abogados de la plaza.
En este contexto ¿qué hacer para detener el “estallido anómico”. Quizás la respuesta sea complementar la estrategia de control abordando el problema también y sobre todo, desde una perspectiva ética, lo que incluye diseñar campañas que contribuyan a poner en el centro los valores de la vida buena, entendiendo que la vida buena no se logra cuando existen profundas diferencias socioeconómicas sino cuando la ciudadanía en su conjunto alcanza niveles de bienestar y justicia que le permite el buen vivir. Esta estrategia implica a su vez, poner atención a: las relaciones en sociedad, tratarnos bien; a la equidad en su más amplio sentido; pero por sobre todo implica, actuar bien por el solo hecho de que se debe actuar bien, ese actuar bien debiera estar sustentado a su vez en la empatía, es decir ponerse en el lugar del otro, pero por sobre todo “no hacer a otros lo que no me gustaría que me hicieran y hacer por otros lo que me gustaría que hicieran por mí” parece una frase muy gastada pero no por ello menos cierta, por algo aparece en los textos fundamentales de todas las religiones del mundo.
Dra. Mónica Alejandra Vargas Aguirre