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¡Todos somos emigrantes! Por Juan Pablo Cárdenas S.

Una de los peores extravíos que se cometen en Chile es atribuirle a los inmigrantes la responsabilidad en la violencia y el crimen que asola a la población chilena. Si bien es innegable que por nuestras fronteras ingresan delincuentes, lo cierto es que por sobre todo llegan muchas personas y familias motivadas por encontrar trabajo y asentarse en un país que creen de mayores oportunidades en relación a sus naciones de origen.

Las migraciones acompañan toda la historia de la humanidad. No hay ya lugares en el orbe habitados solo por sus pueblos originarios. Ser chileno hoy en día es reconocerse amerindio, europeo, africano y asiático. Basta revisar nuestros nombres y apellidos para comprobar que desde los españoles conquistadores son cientos de miles y millones los inmigrantes que se han avecinado en toda nuestra geografía. Algunos de los cuales perpetraron verdaderos genocidios en la Araucanía y la Patagonia al empoderarse en estos territorios. Así como palestinos, ingleses, alemanes y tantos otros están instalados especialmente en la industria y el comercio, reconociéndose sus aportes, pero también muchos despropósitos.

Los hechos más luctuosos de nuestra historia se explican en la voracidad de quienes administraron las salitreras en el norte o los que usurparon las tierras ancestrales en el sur, al grado se llevarnos a guerras fratricidas con Perú y Bolivia, países hermanos. No hay duda que las matanzas practicadas por nuestros militares y policías se inspiran en las prácticas prusianas que tanto se reflejan también en sus propias vestimentas y protocolos. Solo al revisar los apellidos de todos nuestros últimos gobernantes basta para concluir sus ancestros italianos, franceses, británicos y croatas, además de los españoles vascos, andaluces, castellanos y otras autonomías de la llamada Madre Patria. Estados Unidos y Europa le deben amplio reconocimiento a la mano de obra africana y asiática, a la migración forzada por la esclavitud, incluso, de millones de seres desarraigados de sus lugares de origen por el negocio esclavista o la supervivencia. A la llegada de millones de mexicanos y centroamericanos al campo californiano, como de aquellas ingentes poblaciones de obreros que fueron al viejo continente a ejercer las tareas que sus moradores ya no querían ocuparse. Si hasta las guerras imperiales se sirven de miles de mercenarios de otros continentes, además de los negros que hoy integran su raza variopinta.

No hay que ir tan lejos para descubrir que el propio desarrollo nacional le debe a bolivianos, peruanos, haitianos y otros que vienen a cosechar los frutos de nuestras exportaciones agrícolas. Cuando ya muchos de campesinos chilenos se abstienen de estas pesadas y mal remuneradas tareas. Como también muchos otros llegan al duro trabajo minero. Los agricultores y las empresas que explotan el agro pueden testimoniarlo, así como las grandes cupríferas.

Chile es hoy un país que ha progresado enormemente en su diversidad cultural y hasta en sus hábitos y prácticas culinarias gracias al aporte de los que siguen llegando. Se nota en el arte, la música y hasta en el uso de un idioma que tanto venía empobreciendo por los anglicismos importados de películas y canciones. Por algo se repite que la cueca ya no es nuestro baile nacional h que más bien son la cumbia y otras danzas las que predominan en nuestras celebraciones. Pasearse ahora por los malls y calles comerciales sirve mucho para descubrir nuestra pérdida de identidad. En que todo se ha extranjerizado a causa del libre comercio, nuestra débil personalidad y la dependencia que todo ello conlleva y tantos aplauden.

Es indiscutible que en la inmigración que se combate existe un franco racismo, además de ignorancia, en el deseo que muchos tienen de que nuestra estirpe no se haga más morena de la que tenemos. Por eso es que hay tanta animadversión con los latinoamericanos llegados, así como complacencia por los que vinieron de los países rubios. La nueva “pacificación” de la Araucanía es prueba contundente de esto, cuando se vuelve a agredir y despojar de sus derechos a pueblos que habitaban nuestra geografía antes de la conquista española. Discriminación y despojo que se extendiera por siglos con la anuencia de todos nuestros gobiernos republicanos.

¿Qué podríamos hacer hoy sin los venezolanos, colombianos, haitianos y otros para cosechar las miles de hectáreas de cerezos, la nueva perla de nuestra exportaciones frutícolas? ¿Qué podríamos hacer sin el profuso comercio chino, japonés y de los asiáticos que llegan con productos aratos que hoy tienen invadidos nuestros hogares, medios de transporte y comunicación? ¡Vaya que fatídica ha resultado tanta adhesión a la globalización mundial y al libre comercio para nuestra identidad nacional!

En realidad, hasta la llamada “porosidad” de nuestras fronteras es administrada por traficantes chilenos o importadores de mano de obra barata. Qué irresponsable y cínica fue la invitación que le hizo Sebastián Piñera a los venezolanos para que concurrieran a nuestro país, marcando la condición deleznable de muchos de nuestros grandes empresarios que ven hasta en el tráfico de personas una oportunidad de negocio.

Solo es responsabilidad de nuestras autoridades regular los flujos migratorios que impidan el ingreso de delincuentes. Hace tiempo que entrar a otros países es algo que está casi plenamente regulado, incluso cuando las fronteras son mucho más amplias y sin las barreras naturales como el mar y la Cordillera de los Andes. Es indiscutible que la diáspora chilena y latinoamericana llevó también a mucho lumpen al extranjero, pero en el balance de aquellos países huéspedes se ha reconocido siempre el aporte que significo recibir a millones de perseguidos por la política y el hambre.

Asimismo, cuán injustas e irresponsables son los medios de comunicación y los políticos atribuyen nuestros males e inequidades a los inmigrantes. Pareciera que, de pronto, los canales de televisión tienen como línea editorial la imputación de todos los delitos a quienes vienen en su derecho humano a transitar e instalarse libremente donde encuentren una posibilidad de sobrevivencia y prosperidad. La debilidad de nuestras policías, la complicidad de los jueces y la indolencia de nuestros gobernantes no es culpa de los inmigrantes, hacía quienes debiéramos estar agradecidos, realmente, por su cotidiano aporte. En el que hay que recordar, también, a los miles de educadores, científicos y artistas que han contribuido tanto a nuestro desarrollo intelectual.

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