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Tres propuestas para la universidad que viene. Por Luis Nitrihual Valdebenito

En primer término, dado que la Ley de Universidades estatales y la Ley de Educación Superior, ya dan por hecho la participación de todos los estamentos en la toma decisiones al interior de las casas de estudio, hay que dar vuelta esta página, perderle miedo y abocarse a trabajar en como esta anhelada participación comunitaria contribuirá al desarrollo de la Universidad que viene y no todo lo contrario: es decir, que se transforme en una lucha sempiterna que trabe la gestión. En este aspecto es posible rescatar ejemplos de participación porcentual en las elecciones de autoridades unipersonales y en ámbitos claves de la gestión universitaria, en las mejores Universidades del mundo.

En una sociedad donde la gente desconfía crónicamente de sus autoridades, negarle participación a la comunidad universitaria es contribuir al deterioro de estas instituciones. Muy por el contrario, necesitamos que las universidades avancen hacia una comunidad más solidaria. Hay que construir una universidad menos competitiva, menos individualista y más cooperativa. Esta lectura no es ingenua, por supuesto, sabemos que modificar la cultura de “todos contra todos”, es difícil. Sin embargo, para hacer sobrevivir instituciones tan relevantes como las Universidades, es necesario echarnos al camino y trabajar con creatividad, rigor y generosidad.

Hay que derribar algunos mitos y miedos en el ámbito de la participación triestamental. El primero de ellos es que los estamentos estudiantil y funcionario serían más pasajeros que el académico. Construidos como categorías, los tres estamentos son igual de permanentes e importantes. Lo efímero y perecedero son los individuos que las componen, pero bueno, todos y todas estamos sometidos al inevitable deterioro temporal y eso no hace que un estamento sea más pasajero que el otro. La prueba evidente de esto es que las demandas estamentales permanecen en el tiempo, aún cuando los individuos ya no estén. El segundo mito es que los estamentos son bloques de votos que van a ir a dar a una determinada corriente de pensamiento. En absoluto, pensar esto es no comprender que los estamentos están compuestos por individuos con diversas sensibilidades identitarias, políticas, culturales y sociales.

En segundo lugar, hay que entender que las Universidades son centros de conocimiento, desarrollo de las artes y cultivo de las mejores capacidades intelectuales y técnicas de personas que vienen con anhelos de cambiar su decurso vital. La Universidad no puede ser una máquina de “hacer profesionales” como si fueran bienes de consumo inmediato. A la Universidad se viene a más que eso. Un ejemplo de esta deformación son los llamados “indicadores de empleabilidad”, los cuales obligan a las universidades a asegurar trabajo a sus egresados, como si de ellas dependiera la precaria matriz laboral de un Chile desindustrializado y tercerizado.

En el plano académico, la Universidad tampoco puede ser una máquina infernal de recoger papeles de todo tipo: congresos, publicaciones, cursos, evaluaciones, etcétera. Debemos ser capaces de reconocer nuestros quehaceres fundamentales para ponerlos en una matriz que pondere méritos, considerando variables de género y de interculturalidad, y no sólo cantidades de documentos recogidos. La Universidad así concebida no es un territorio-máquina, donde la producción de papers por toneladas es sinónimo de dominio de una disciplina o de un arte determinado.

La Universidad debe ser una pausa, al igual que la cultura, como diría el escritor argentino Ricardo Piglia. Como institución del conocimiento y de la formación de personas, debe intentar lidiar de forma más armónica con el aseguramiento de la calidad y con la obligación de investigar, formar y vincularse con su entorno.

Me gustaría agregar una propuesta, planteada a nivel general y como insumo para discusiones futuras: es necesario crear un sistema de jerarquización o encasillamiento académico que salga de las Universidades y se sitúe a nivel nacional. Ejemplos hay de sobra en otros países. El proceso de ascenso en los escalafones académicos debe unificarse en un sistema profesionalizado que no se encuentre sometido a los vaivenes de la política universitaria local. Por supuesto, esto debiera sustentarse en un valor fundamental: la valía igualualitaria de los diversos quehaceres académicos: formación, investigación y vinculación. Debemos ser capaces de reconocer a un/a maestro/a que ha entregado su vida a la formación rigurosa de generaciones enteras. Debemos ser capaces de reconocer a quienes hacen bien su trabajo, pero no por cantidad de papers publicados, sino por coherencia y rigurosidad en el cultivo de un saber; el cual ha sido publicado entre pares, pero también difundido a comunidades más amplias y transmitido con calidad a los estudiantes.

Por último, las políticas sobre Educación Superior, Ciencia y Tecnología, deberían ser políticas de Estado y no estar sometidas a los zarandeos de los gobiernos pasajeros. No es sostenible que toda vez que asume un nuevo gobierno, se de a la tarea de pensar “mejores y más creativos” sistemas de avaluación y seguimiento de la calidad, esto con la finalidad de condicionar la entrega de recursos económicos, con el pretexto de la austeridad y “el bueno uso”. Los rectores, y el Consejo de Rectores, deben dejar de ser pedigüeños que van a negociar todos los años con el gobierno central. Una educación superior sometida a este régimen es temporalmente inviable y esto ha quedado demostrado durante esta pandemia.

Es poco serio que el financiamiento de las universidades, de la ciencia y de la cultura, dependa de cuanta sensibilidad tenga el ministro y los subsecretarios, con las instituciones. Urge una política que dote de autonomía y tranquilidad financiera a las Universidades. Esto no quiere decir, por supuesto, no tener formas de vigilancia de los recursos públicos, pero hay que poner controles en todo el sistema universitario y no un “sobre control” en las públicas. A la luz de los hechos, los privados se han coludido más veces que los públicos y esto es una realidad indesmentible.

Se abre un necesario debate sobre el estatus de la educación superior, el valor del conocimiento y de la cultura, en el Chile que comenzará a dibujarse desde el 2021 con la elaboración de la nueva Constitución. Avancemos hacia la recuperación de una Universidad rigurosa con sus saberes, más democrática e igualitaria en su trato, acorde a las necesidades de un planeta y de una sociedad que requiere cambios urgentes para asegurar su subsistencia.

En Temuco, noviembre del 2020

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