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Trump, el mundo y el mar de los sargazos. Por Gustavo Gac-Artigas

En un pasado cercano, no más allá de cinco o seis siglos atrás, los osados navegantes se arrojaban al mar en busca de nuevas rutas hacia las riquezas que llenarían las arcas de sus imperios. Sin rumbo fijo, sin tener una cartografía definida, rogaban no toparse con el mar de los sargazos, sentir sus naves inmovilizadas, y ser devorados por los monstruos que allí habitaban.

Hoy, tras presenciar un ejemplo de democracia, un milagro, puesto que vivimos tiempos en que se considera un milagro que el que detenta el poder lo entregue cuando su mandato termina, hoy, tras disiparse la humareda de los fuegos artificiales –esa muralla de humo que ocultaba la realidad en la hermosa explanada que un día albergó la marcha del millón liderada por Martin Luther King y que un sombrío día del mes de febrero del 2017 hacía lagrimear al hasta entonces impasible Lincoln– comenzamos a navegar por aguas tormentosas.

El inexperto timonel que tomó el mando cuenta con una serie de inexpertos expertos que al igual que Américo Vespucio tienen como tarea ir dibujando un nuevo mapa sobre viejos y gastados pergaminos. Sin embargo, siendo, hoy como ayer la motivación la misma –nosotros ante y sobre todo– algo cambió, la dirección de las aguas no es la misma, la elite que gobierna es diferente. De la elite política que gobierna para las corporaciones se pasó en medio de marchas, fanfarria e inflamatorios llamados al patriotismo, a la elite económica que gobierna sin intermediarios.

Antes, de mano segura, los Estados Unidos, la primera potencia del mundo, navegaba por el mundo liderando el comercio y la política mundial imponiendo tratados que aseguraban que las naves regresarían a puerto cargadas de riquezas para aumentar la riqueza de los pocos que al igual que ayer dominaban y gobernaban.

Antes vivíamos tiempos de certidumbre, los roles y el mapa de navegación estaban bien definidos: a cada uno su lugar, y busque cada uno el lugar que le asignaron en un escalafón marcado por una profunda desigualdad. Los sueños de movilidad en ese escalafón, esos pueden ser universales porque como de todos es sabido soñar no cuesta nada, y el que los de abajo sueñen no compromete en nada a los de arriba ya que los sueños, sueños son.

Hoy entramos en tiempos tormentosos. Estados Unidos se repliega sobre sí mismo, el capital global tiembla temeroso, la incertidumbre es mala consejera, los organismos internacionales ven cómo la nave desaparece en medio de la nube de humo que cubre la Casa Blanca, los comerciantes rasgan sus vestiduras, el papel, y una firma se transforman en cheques sin fondo o sin sentido.

Y el mapa de navegación del nuevo capitán produce temor y desconcierto, temor al ver que el símbolo, la sede del gobierno palidece y se vuelve aún más blanca en un gobierno en el cual la diversidad se da en la diferencia en los tonos de los blancos, en el tono de los ternos grises de los banqueros.

Temor en aquellos que llevan marcada la diferencia en su piel, en su alma, en su forma de caminar, cabeza gacha o cabeza alta pero temerosa, en aquellos que se atrevieron a declarar su amor, su amor por la diferencia, su amor por la igualdad, su amor por la justicia, su amor, simplemente su amor.

Lejos, en otras latitudes, el sistema se desconcierta, tiembla, se atemoriza, duda. Les cambiaron el timonel, y con ello, perdieron la brújula y se acercan a la inmovilidad del mar de los sargazos de donde surgirán los tentáculos que pueden hacerlos naufragar.

Entramos en tiempos tormentosos, y prefiero las tormentas a la inmovilidad que devora y mata. Vivimos tiempos en que los grandes tratados comerciales pueden saltar, y prefiero los pequeños tratados regionales en que los pequeños podemos defendernos de los afilados dientes de la globalización.

Entramos en tiempos en que se quieren cerrar las fronteras, todo tipo de fronteras, de las físicas a las invisibles que intentan limitar los derechos civiles.

Entramos en tiempos peligrosos, no por lo tormentosos, por el timonel, por lo que el discurso hermosamente decorado, pero vacío y populista, enardece y adormece y otros aprendices de timonel más allá de nuestras protegidas fronteras intentan replicarlo. Un viejo proverbio chino dice dale un pez a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá toda su vida.

Al disiparse la nube de humo que cubría la sede de gobierno, nuestros pies cansados de marchar para decir, existimos, aquí estamos, reclamamos respeto a nuestros derechos, es más, reclamamos ampliar nuestros derechos, reclamamosnuestro derecho a ser el WE, el ser NOSOTROS, el pueblo, y por lo tanto soberano, al disiparse la nube de humo mientras los Estados Unidos se repliega, otros tentáculos emergen de las profundidades en el mar de los sargazos para ocupar el puesto.

Es que como dice un nuevo refrán: los chinos aprendieron a pescar.

Gustavo Gac-Artigas
Escritor chileno-norteamericano
Miembro colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)

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