“Una mujer es asesinada cada 10 minutos por su pareja u otros familiares”. Así titulaba ONU Mujeres la publicación de su informe mundial sobre feminicidios en el año 2023. Ochenta y cinco mil mujeres fueron asesinadas en razón de su género durante el transcurso del año.
El 60% de los feminicidios fueron perpetrados por parejas íntimas o familiares. Esto da cuenta, sin lugar a dudas, de la profundidad y el carácter sistemático del patriarcado.
El terror que provocan estas cifras no tuvo eco durante la jornada en que se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Es más, pasaron prácticamente desapercibidas. Poco o nada se habló en la prensa, incluso en los medios del progresismo. El gobierno no impulsó ninguna reflexión o debate. En definitiva, todos los focos estaban puestos en otra parte.
La noticia en el transcurso del día, fue sin lugar a dudas, el resultado de las elecciones de gobernadores. El oficialismo se congratulaba templadamente de su victoria en las elecciones. Y la verdad es que difícilmente podía ser de otra forma. El discurso que buscaba instalarse desde el “progresismo”, —que acomodaba bastante a los medios e incluso a la derecha— giraba en torno al triunfo de la moderación. Una moderación en la que ninguna mujer fue electa. Analistas de bando y bando, se apresuraban en construir el relato, al punto que incluso el diputado Shalper sostenía la noche de aquel domingo la necesidad de buscar acuerdos con el oficialismo. El fin del péndulo declaraba más de alguno; “volvimos a ser fomes como en los tiempos de la concertación", exclamaba un analista de derecha.
Pero más allá del entusiasmo y la voluntad de aquellas afirmaciones, ¿en qué se sustentan estos análisis? Si la moderación es el nuevo tótem de los chilenos, cabría preguntarse en qué andan Amarillos, Demócratas, la DC o cualquier partido que tradicionalmente ha buscado instalarse como un partido de centro. ¿Dónde están sus alcaldes, gobernadores y concejales?
Pero, más seriamente esta vez, cabría preguntarse si estas interpretaciones cuentan con algún marco teórico, y en ese caso cuál sería. Conocerlo le haría bien al debate público. Desde estas líneas, planteamos que los resultados se deben sobre todo a la falta de oferta política, y particularmente en el caso del oficialismo, a la estrategia del chantaje, es decir: o votas por mí o gana la (ultra) derecha. Una versión centroizquierdista del “nosotros o el caos”, más común a la derecha.
En toda lógica, el oficialismo debe creer que tienen garantizado un treinta por ciento a partir del cual centrarse —aún más— para buscar los votos que faltan para lograr el 50% más uno en la presidencial. ¿Qué significa esto concretamente para los movimientos sociales y las problemáticas que presenta el país? Por otra parte, ¿de verdad lo que alguna vez se presentó como una izquierda transformadora piensa postular al gobernador de STGO como candidato? ¿o a un alcalde cuyo discurso se basa en parafrasear a Marcelo Bielsa?
Pensar que la gente va a votar con entusiasmo a unas elecciones nuevas —las de gobernadores— de las cuales poco se entiende el propósito, e interpretarlas como un voto de convicción en busca de la moderación en el país, es un análisis pobre, conformista y autocomplaciente. Presentar a las encuestas como argumento, resulta irrisorio. Basta con decir que la gente que llega a responder, responde lo que se le pregunta. Las encuestas sirven sobre todo, parafraseando a Pierre Bourdieu, a construir la opinión pública, no a medirla.
Dicho esto, no tenemos la intención en estas líneas de analizar los resultados de las pasadas elecciones, ni adentrarnos en la “petite histoire”. Mencionamos esto principalmente para destacar cómo la moderación, convertida en el tótem del gobierno, impacta la defensa de las banderas del sector.
La sociedad patriarcal: un entramado multidimensional.
Para esto, es necesario precisar los términos. La sociedad patriarcal no comenzó ayer. Esta existe al menos desde la antigüedad, aunque cada vez más investigaciones apuntan a que esto no siempre fue el caso. En resumidas cuentas, el patriarcado es un tipo de organización social en la cual el hombre concentra el poder. A partir de esto, se dicta una sociedad a su imagen y conveniencia, a la cual todos deben someterse. Esto se proyecta tanto en el espacio público como privado.
Con el tiempo esto ha consolidado estructuras que perpetúan un sin número de violencias y desigualdades, de las cuales son particularmente víctimas las mujeres y las disidencias sexuales, pero también los hombres que no logran alcanzar lo que la sociedad patriarcal exige de ellos.
El informe de ONU mujeres da cuenta de un fenómeno global y multidimensional. Las cifras hablan por sí solas. Sobre todo cuando se considera que en el 60 por ciento de los casos, las mujeres son víctimas de personas con las cuales mantuvieron relaciones afectivas o tienen vínculos familiares. Por falta de datos, no se pueden establecer correlaciones más precisas, pero cabe decir que en países en donde se logra consolidar esta información, tales como Francia, nueve de cada diez víctimas de violacion declaran conocer a sus agresores. En Chile, se registran 41 femicidios consumados y 265 femicidios frustrados este año según SERNAMEG.
Por su parte, la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres informa que en Chile ocurren 51 agresiones sexuales diarias, de las cuales 86% de las denunciantes son mujeres y niñas y el 95% de los agresores son hombres. Los datos son claros: No todos los hombres cometen estas agresiones, pero cuando ocurren, casi en la totalidad de los casos lo son. Los números vienen a probar la existencia del fenómeno. Esto debería alertarnos como sociedad, sobre todo a los hombres (a las mujeres se les advierte desde la niñez) ya que demuestra que potencialmente cargamos en nuestra concepción de la realidad, un potencial agresor.
La sociedad patriarcal nos transforma a cada uno de nosotros en un potencial agresor por la manera en que esta estructura los roles de género. Más allá de nuestra voluntad, ninguno de nosotros está exento de aquello, puesto que todos estamos inmersos en ella. La única manera de liberarnos de esto es transformando la sociedad. Por eso, es menester que reflexionemos, de manera constante, tanto social como introspectivamente sobre nuestro comportamiento y cómo estructuramos la sociedad.
La buena noticia de esto, es que el patriarcado se basa en preceptos culturales, y por lo tanto no es una fatalidad. Sin embargo, para esto son necesarios cambios estructurales, tanto en el mundo de las ideas como en sus bases materiales. La dificultad se encuentra, sobre todo, en la resistencia por parte de aquellos que se benefician de la sociedad capitalista y patriarcal. Esto lo entienden muy bien las fuerzas reaccionarias y conservadoras de Chile y el mundo, por lo que esparcen la desinformación y tergiversación de las ideas, tal como acostumbran a hacer en todo ámbito político.
Ciertamente hace falta una fuerza política capaz de defender sin renuncia la necesidad de una ruptura con el patriarcado y el capitalismo en su versión neoliberal. Para esto, no basta simplemente con llegar al gobierno, o ganar una gobernación. El problema es mucho más grande y complejo. Hace falta disputar el pensamiento hegemónico en todas sus dimensiones para desarticular el entramado y seguir empujando para hacer avanzar nuestras ideas.
Un backlash amparado por la moderación
Ante esto, la situación política actual en Chile se ve bastante compleja. Qué duda cabe que el caso Monsalve y la actual acusación contra el Presidente golpearon fuertemente al gobierno. Más de alguno dirá que lo primero le impidió manifestar su compromiso con la causa. Sin embargo, este golpeo mas fuertemente a los avances culturales de la lucha feminista, y esto se debe principalmente a la estrategia electoral del oficialismo.
En efecto, con un gobierno —autodenominado feminista— que llegó al poder en base a un discurso de transformación, que luego fue abandonado poco a poco sus banderas hasta cambiarlas por la defensa de la moderación ¿Quién defiende las banderas de aquello que se presenta como radical en el discurso que ensalza la moderación? La ministra Orellana optó por la lealtad al gobierno en el caso Monsalve, a pesar de no haber sido integrada en la discusión. Lo mismo la ministra Vallejos y el oficialismo en su conjunto. Lo cierto es que el inmovilismo favorece a aquellos que se benefician del actual modelo y de la sociedad patriarcal.
Por otra parte, a partir de la lógica electoral se sostiene que criticar al gobierno es hacerle el juego a la derecha. Esto produce un efecto perverso en donde las causas profundas que motivan la defensa del sector que votó por el actual gobierno, como la causa feminista, son reconducidas en favor del sistema que las perpetúa. Así, en lugar de impulsar una transformación, lo que hacen es justamente consolidar un sistema que hace aguas por todos lados, pero que se sostiene en nombre de la defensa de esas mismas ideas.
Un ejemplo concreto de esto es la manera alborotada en la que se ha llevado a cabo la defensa del Presidente ante la denuncia por acoso sexual. Por una parte, el primer comunicado del abogado del mandatario presenta al acusado como “una víctima”, mientras que por otra parte, la denunciante ha sido el objeto de un escrutinio público, contradiciendo todas las máximas que se defendían hace poco.
Más allá del plano jurídico, puesto que esto es sobre todo un asunto político, ¿Se puede racionalmente sostener que Gabriel Boric es una víctima? Estamos hablando de un hombre blanco, cisgénero, de una familia acomodada, que fue diputado durante dos periodos y que actualmente es Presidente de la República.
Ante eso, ¿qué capacidad tiene para afrontarlo una persona cuyo perfil se asimila más al de un ciudadano promedio? Suponiendo, en un ejercicio contrafactual, de que se trate de una jugarreta política orquestada por el Partido Republicano, ¿no transformaría esto a la denunciante en un objeto de manipulación de parte aquellos que orquestaron la jugarreta?
Dicho esto, retomemos la pregunta: ¿Ante la renuncia y la moderación del oficialismo, quién podrá defender las banderas del feminismo y de la necesidad de una ruptura con la sociedad patriarcal y neoliberal? La respuesta es simple y la historia lo demuestra. Los mismos que han alcanzado todos los avances en defensa de los y las trabajadoras: los movimientos sociales.