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Un punto de vista. Por Francisco Javier Villegas

Con frecuencia ansiamos buscar el bien, o el estar tranquilos, en medio de todas las vicisitudes que tenemos en este país y en medio de las necesidades materiales y espirituales, que debieran asegurar nuestro día a día, aunque ya no sea la necesidad instintiva del espíritu, como antes. En efecto, la situación que aqueja a la mayoría de los habitantes de este territorio es que no alcanzan a llegar a fin de mes, que están abarrotados de deudas, que los arriendos les consumen el sueldo o que los gastos variados de una u otra cosa se envuelven en la deuda de los créditos o simplemente se impide tener una vida imaginada de bienestar porque el escaso recurso del dinero, desde el quehacer de aquí o de allá, se va como el agua escurriéndose entre los dedos.

Nadie nace feliz o nadie nace apesadumbrado y lleno de problemas, escribió hace años un connotado médico chileno, en un estudio que combinaba asuntos de psiquiatría y ensayo. Sin embargo, en la actualidad, viendo y experimentando tantas cosas, la expresión citada, cualesquiera sean las circunstancias, verifican que estamos en medio de una vida donde no hay bienestar consumado, ya que no tenemos tranquilidad o sosiego, por lo que estar apesadumbrados, y sin esfuerzo de voluntad, se ha tornado una tónica y una realidad que se vive en plena piel lo que, por extensión, da como resultado que no seamos felices.

El sistema quiere que sobrevivamos. Un poco a la suerte. Pero no que vivamos. En algunas regiones del mundo prácticamente ni siquiera alcanza para eso porque el mismo sistema capitalista necesita utilizar asuntos como las guerras fratricidas o los movimientos económicos de abuso para generar lo que se ha denominado el biopoder, es decir un poder que busca aniquilar ideas, mentes y personas para hacernos solo dependientes de una orgánica de pensamiento, aunque parezca una locura. Es la peste negra de estos tiempos que no permite la auto gestión o la autosuficiencia porque ni siquiera podemos escapar a tantas cosas que no nos ayudan como seres humanos.

¿Cómo es posible, entonces, que salir a las calles se haya vuelto un tema de absoluto peligro? ¿por qué el sueldo, en verdad, no alcanza para las cosas del mes a mes? ¿por qué los presupuestos, en distintas reparticiones, cambian o simplemente se desconocen los ítems porque lo que vale es el mandato absurdo e insensible y la discrecionalidad de una mala gestión? ¿debido a qué asunto mucha gente no tiene para un desayuno o no tiene para un almuerzo? Estamos en un tiempo de plena indolencia, parece, que hace que todos y todas asuman como normal algo que, a buenas y a primeras, no es dable de aceptar.

Qué decir de todas las personas que han sido abusadas en sus derechos básicos y, otras, asesinadas, en nuestro país, desde un Estado en plena alienación, en los últimos años. Pensar, parece, que es ir de pérdida. Aun así, dividir nuestra rabia no ayuda para desarrollar intuiciones sociales claras y solidarias. Tendríamos que pensar y movernos desde adentro, desde lo que tenemos, atávicamente, como personas, desde ese imaginario del conflicto que va, también, con nosotros, aunque no nos demos cuenta, todavía, ya que siempre habrá gente que desea oscurecer las ideas de aquellos y aquellas que tienen claridad en sus mentes y corazones porque, según lo que observo, la consigna siempre ha sido diferenciar la dinámica social de la del Estado.

Sin saberlo, a pesar de tantos estudios o análisis que existen, seguimos en una lucha por la vida que tiene décadas de antigüedad, en las exigencias, ya que no hemos sido capaces de desprendernos de nuestros egoísmos y de las megalomanías, de esos afanes del poder y de los cargos. Porque, con esta escasez en la mano, ya no tenemos visiones particulares, o no nos dejan tenerlas, porque el concepto siempre ha sido robar la memoria de la derrota, no tener ideas propias y asumir, por lo general, proyectos de otros sin dejar espacio para la creatividad o a la explosión de iniciativas nuevas y con fuerza imaginativa.

Al parecer, muchos no tienen identidad o no particularizan la identidad humana porque para ello, para asumir una, hay que creer que están allí, es decir, que existen. Me pregunto, entonces, desde esta ética escritural, dos cosas: la primera, si el nuevo libro por una constitución del país, desde una crónica de escritura que viene desde ese poder controlado, y que ayer apareció como borrador con 499 artículos, nos brindará la visibilidad y el movimiento hacia la presencia de aquellos y aquellas que siempre han quedado invisibles. ¿Servirá para enfocar nuestras energías de vivir en nuestros cuerpos como seres humanos realmente? O ¿todo será una respuesta de movimiento homogéneo dentro de la jaula, algo que ya conocemos?

La segunda, es si la manida expresión de las clases media y baja existen o es solo una entelequia de los economistas y especuladores, puesto que las personas, de manera concreta, no reciben ayudas, no existen retiros, bonos ni dineros a su favor; sino que es al revés, ha aumentado la pobreza y aquellas deben pagar disciplinadamente sus tributos y aceptar los consensos como una práctica de la desprotección. Me interrogo si la relación con el poder, desde esos grupos sociales, es solo para afanes discursivos, del nivel dirigente o gobernante, porque la lógica abstrusa del sistema que tenemos no rinde ningún alimento feliz ni tampoco es una ilusión de optimismo. El actuar, en diversos lugares de nuestra sociedad, se convirtió en una religión para repetir, una y otra vez, usando los medios comunicacionales, que el racionalismo y el poder lo pueden todo y que las operaciones de diálogo, de debate y de crítica no entran en la fenomenología de la vida común ya que el discurso ecuménico es prometer el paraíso de la calidad y la excelencia diciendo que ya no tenemos problemas, sino desafíos, sin saber hacia dónde vamos porque no quieren ser útiles a los otros y otras; sino que solo les importa ser importantes avanzando contra cualquier obstáculo.

Hacia dentro o hacia afuera solo tendremos, a mi parecer, una manera de reocuparnos: aparecer en las vidas de los otros, de verdad, más allá de las intervenciones y pensamientos que menosprecian el estar vivo y el compromiso de la crítica o del no estar de acuerdo. Hay que salir de las cifras estadísticas, de mirar encuestas y de rodearse de tantos analistas y asesores. Las personas, lisa y llanamente, también ven la realidad, porque la experimentan, lo que es también un sentido de claridad y un punto de vista desde el convencimiento y de la condición inevitable del vivir.

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