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Un relato de la identidad en el vino chileno: “de la viña a la mesa”. Por Alex Ibarra Peña

Hablar sobre la identidad del vino chileno puede resultar, por distintas razones, una temática provocadora que, sin embargo, resulta necesaria. Nuestra condición de país productor de vino, poco a poco, comienza a crecer permitiéndonos ver una incipiente concientización que contribuye al entendimiento de que el vino es cultura. Esta afirmación es la que establece controversias desde su fundación inicial, dado que “lo cultural” suele verse como un producto de la élite que conforma parte del mundo burgués, sin embargo los componentes de la cultura son aquellas producciones que podríamos considerar parte de su cotidianidad.

En este sentido más amplio acerca de la cultura es pertinente el reconocimiento de esos quehaceres que muestran ciertas prácticas que son parte de nuestra identidad como pueblo, constituyendo eso que somos. Es aquí en donde la producción de vinos toma un relevante protagonismo que encontramos desde nuestra historia colonial hasta nuestros días destacándose como uno de los cultivos más nobles para nuestra alimentación, elevación del espíritu, manifestación social y festiva, etc. Estas motivaciones han sido importantísima para los grandes historiadores que marcan nuestra época como bien lo testimonian los profundos y hermosos trabajos de Michel De Certau en “La invención de lo cotidiano” o de Eric Hobsbawm en “Gente poco corriente”.

La historia del vino en Chile, requiere de trabajos que sigan esa línea con la intención de aportar a un relato más genuino que logre escapar a los límites de la industria promoviendo la convicción en las buenas prácticas que se enmarcan dentro de los códigos de las buenas prácticas que ennoblecen la labor agroecológica. Para esto es necesario romper con las visiones que homogenizan la historia del vino, resulta honesto rescatar las profundas convicciones que poseen los vitivinicultores, enólogos, productores, profesionales, consumidores o militantes en la cultura del vino.

Dentro de esta gran historia hay un debate en los relatos, varios de ellos con convicciones genuinas en los que se han puesto la pasión o el sentido de la vida. He ido conociendo parte de los relatos con cambios de opiniones honestos que son parte de “la revolución del vino” en Chile, menciono algunos de los nombres que me van pareciendo más genuinos y que veo en ellos una especial forma en el cómo comunican sus ideas, a veces desde un diálogo simple otras desde la confrontación, cualquiera sea el modo, siempre imperando lo constructivo: Carolina Alvarado, Arturo Herrera, Manuel Moraga, Renán Cancino, Louis Antoine Luyt, Juan Carlos Palma, Sergio Amigo, Sebastián Fuentes, Sebastián Albornoz, Ricardo Lowick, Paco Leyton, César Lupo, Roberto Henríquez, Clara Arteaga, Viviana Morales, José Sepúlveda, Paulina Belmar, y otros amigos como Rocío Alvarado, Nadia Parra, Alan Grudsky, Álvaro Tello. Todos ellos portadores de un relato auténtico que fortalece nuestra comprensión sobre el vino.

Es necesario seguir escribiendo sobre el vino en Chile ahora aumentando la producción del contenido, escapando de las reiteraciones, contribuir a la claridad para poder acceder a los relatos que nos permitan comprender la identidad diversa de estos productos que escapan a los estándares exclusivamente comerciales y que hacen resistencia a las corporaciones. Un mejor relato, que supere los esfuerzos habituales debería promover el consumo de los vinos naturales que esconden tradiciones de varias generaciones o de los conversos utopistas que abrazaron un credo a favor de esos vinos que podríamos denominar como botellas que van “de la viña a la mesa”.

Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra

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