Actualmente los territorios rurales hacen frente a las dinámicas del actual sistema agroexportador, sistema que ha profundizado a partir de las dinámicas neoliberales la privatización del agua, el incremento de monocultivos en detrimento de la producción de las familias campesinas y rurales, la disminución del suelo agrícola generando impactos visibles en los ecosistemas. La migración rural-urbana, la precarización laboral que viven las familias en rubros como la agroindustria o el extractivismo minero, dan cuenta de la reproducción de las violencias y las tensiones a la sostenibilidad de la vida.
El actual modelo agroexportador no sólo tensa la seguridad alimentaria de las familias, quienes mayoritariamente generan sus ingresos de trabajos no agrícolas en la misma ruralidad, sino que tensa la vida misma de la flora y la fauna irrumpiendo en las vinculaciones ecosistémicas. La sostenibilidad de la vida abordada por distintas feministas y organizaciones campesinas y rurales en América Latina da cuenta de la importancia de la vida en su totalidad, tal amenaza no se debe sólo a los conflictos que traer el cambio climático, sino al despojo de una economía que depreda los ecosistemas, controla los bienes comunes como el agua y la tierra, generando mercado donde hay vida.
La actual propuesta constitucional profundiza la explotación y el beneficio sobre los bienes comunes, entre estos el agua ya que la continuidad de los derechos de aprovechamiento de aguas conflictúa a las/os pequeños agricultores y las familias rurales al no tener recursos económicos que les permitan tener derechos de aprovechamiento de agua y, por tanto participar de las discusiones del agua. Es más, la titularidad sobre el agua (propiedad) y goce de estas (control) permiten que en la actual propuesta constitucional las agua se sigan transmitiendo y transfiriendo, como señala Mina Navarro ello pone en evidencia como el agua al convertirse en mercancía es “un recurso apropiable, dominable, cosificable, controlable y contaminable por el ser humano y administrable a través de la mediación del mercado y el dinero” (Navarro, 2019).
Esta visión que trae el mercado y la cual se caracteriza por la figura del hombre económico autónomo y liberal, esconde las relaciones de interdependencia colectiva que permiten sus cuidados y sobre todo, la reproducción de la vida. Esta falsa noción de autonomía continúa profundizando que el ser humano no necesita de nadie para vivir, pero al contrario su vida es posible por una serie de relaciones que suceden en el marco de las configuraciones entre los distintos ecosistemas humanos y no humanos. No es de extrañar entonces que esta propuesta constitucional camine en una lógica de “despojo múltiple” sobre la cual la vida es amenazada en todas sus formas.