Se avecina la conmemoración del Día Internacional del autismo. Un espacio de reflexión donde es posible visibilizar lo invisible, acompañar a una persona y caminar para mostrar el descontento de la sociedad ante la falta de políticas públicas y de su gestión.
Mi historia comienza en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, donde viví por 25 años y de allegado con la familia de mi padre. Hoy soy un orgulloso profesional de Ingeniería Civil industrial y vivo en Maipú, en una casa propia y afortunadamente con ingresos y ahorros. Puedo decir que el trabajo, la educación y la perseverancia entregan una perspectiva del mundo que facilita lograr objetivos. Afortunadamente, mi madre me enseñó lo básico de una convivencia: la comunicación y el respeto. Estas enseñanzas están ausentes en muchos adultos y profesionales sin diferenciar la carrera profesional, la experiencia laboral y su comuna de origen.
Aunque mi padre gozaba de un buen sueldo, mi madre era la dueña de casa y en muchas ocasiones era padre y madre. En dicho rol, suplía una falencia de mi padre, la educación financiera, motivo por el que nunca concretó el sueño de un chileno, tener la casa propia para su familia.
Detengámonos en mi madre. Ella, sin estudios universitarios, llegó del sur a trabajar de nana puertas adentro, lo que hasta el día de hoy he visto reflejado en que aquellas niñas que ella crio la adoren como una madre sustituta. Recién a los 6 años, pude aprender a decir algunas palabras, recuerdo que me molestaba mucho el no ser entendido por lo demás. Me sacudía a golpe la cabeza en el piso, lloraba con mucha rabia, gritaba sin parar, pero también abrazaba mucho a la primera y más importante terapeuta, mi madre. Esto, se debe a que nací en forma prematura, con problemas severos del habla, aunque con mucha perseverancia y apoyo de mi familia y profesoras, pude salir adelante.
Desde muy temprana edad, ya sabía que me tenía que esforzar el triple que mis compañeros. En el pre-kinder y kínder, me sentía acompañado, pero cuando tenía que pasar a primero básico, me rechazaron del colegio. Buscando colegios particulares y subvencionados, encontramos uno en San Miguel, el Colegio Chile. Sin embargo, por mi inmadurez, se tomó la decisión de volver a realizar Kinder. Recién en 1996, pude saber lo que era ir a enseñanza básica, no obstante, a diferencia de muchos, era evaluado diferencial, pero pude aprender a leer, contar, sumar y restar en primero básico, un gran logro. Sin embargo, se tomó la decisión junto con la profesora jefe de matricularme en un colegio especial para mejorar mi comunicación, lo cual llevo a otro costo económico. El solo recibir ese costo en el bolsillo era sentirme más triste por mi familia, pero sabía que mi vida social se iba a reducir. Mis horas de educación eran bastantes y acudir al hospital para conseguir horas para acudir al fonoaudiólogo era una rutina también. Posteriormente a clases de mi colegio, acudía al colegio especial y volvía al anochecer a casa para realizar las tareas. Muchas veces me frustraba, lloraba por no ser normal y mi madre recibía todo ese dolor, por los golpes que daba a las paredes. En ocasiones recibía bullying por parte de compañeros, pero la profesora los hizo reflexionar ya que todos éramos distintos, todos teníamos rasgos diferentes como el color de la piel, algunos ocupaban lentes, otros eran rubios, etcétera, pero lo más importante era que todos nosotros éramos 40 alumnos en una sala. Hasta sexto básico, pude realizar diferentes actividades tales como participar del club de baile del colegio, un orgullo para mi madre, quien me acompañaba. Prefería la matemática, el arte, la música, el inglés y finalmente el lenguaje, que era lo que más me costaba. Me rodeaba con personas iguales a mí, éramos los extraños, cuando empecé a crecer vi mucha discriminación a mis compañeros, por el solo hecho de no saber comunicarse o por tener una simple condición. La ultima acción que realicé antes de irme de ese colegio al Liceo de Aplicación para entrar a Séptimo básico por la vía normal (prueba de selección y sin evaluación diferencial), fue ir a despedirme de aquella gran profesora, -María Angélica Cáceres-, que nunca perdió la fe en mí.
Años después, a mis 33 años fui diagnosticado orgullosamente autista y hoy estoy trabajando para visibilizar el entorno laboral y las buenas prácticas de la inclusión.
Hoy, podemos ver y escuchar en los medios como los autistas son un peligro, o que por ser autistas somos delicados. Lo más lamentable es que dichos comentarios vienen de profesionales de salud mental, educadores diferenciales, comunicadores, entre otros. He leído con estupefacción frases que señalan que los autistas no pueden trabajar con otras personas o no pueden ejercer profesiones tales como la Ingeniería, el derecho o la medicina.
Cuando fue diagnosticada mi condición, fue una especie de reinicio a mi sistema operativo. A partir de ahí entendí los reales motivos de mis errores. Solicité apoye a mi institución de educación superior y me la negaron por diagnóstico posterior a mis estudios. Luego acudí a buscar ayuda en la municipalidad, quienes solo podían apoyar con una caja de mercadería para pasar los malos momentos económicos. Muchos me decían que estudiara un postgrado, debes seguir postulando a trabajos, debes bajar tus expectativas de renta, en fin, tanto consejo poco estimulante provocó que me diagnosticaran depresión. Con posterioridad a esa crisis, problemas de ansiedad y problemas físicos me afectaron. Al ser profesional, con discapacidad, cesante, solo se puede optar con la credencial a una atención preferencial, no es común ir al servicio nacional de discapacidad, solicitar saber si hay beneficios, ya que depende del porcentaje del registro civil. El ir a terapias en transporte público, sin tener dinero para cargar la tarjeta es difícil, pero, además, revisar que se acumulaban deudas de origen educacional, riesgo de embargo fue la realidad en dicho momento.
En el contexto de lo descrito, lo más doloroso es la poca esperanza y las promesas incumplidas de profesionales, el recurrente lo llamaremos. Hasta el día de hoy me es difícil confiar en las personas. En el ámbito laboral, cuando se postula para un nuevo puesto, la experiencia no debe limitarse únicamente a conocimientos técnicos. Es crucial también saber cómo utilizar la comunicación efectiva, el tono de voz adecuado, y en casos de teletrabajo, emplear las palabras correctas para evitar pensamientos excesivos y dudas constantes sobre si se realizó bien o mal la tarea. Esto me lleva a reflexionar sobre la importancia de que un líder que supervise a una persona con necesidades especiales esté debidamente capacitado para manejar estos procesos.
A lo largo de mi experiencia, en varias entrevistas de selección me han preguntado: “¿Qué dirían tus ex jefes de ti?”, o “Cuéntame de ti, ¿cuáles son tus fortalezas y debilidades?”. Sin embargo, los reclutadores, tanto con experiencia como sin experiencia en inclusión, pueden no entender que las respuestas dadas por un profesional con autismo suelen ser más estructuradas, ya que esperan flexibilidad y dinamismo en las respuestas. Esta falta de comprensión puede llevar a que los candidatos sean descartados del proceso. Además, en ocasiones, al revelar mi discapacidad, no se hacían ajustes en el proceso, lo que refleja una falta de preparación en la gestión de entrevistas con personas autistas. Lamentablemente, no es posible denunciar estas malas prácticas de manera efectiva.
Lo más importante es mantener la salud mental. Esto implica alejarse de amistades y creencias que no nos aportan, y tener la capacidad de conocerse a uno mismo. Saber cuáles son nuestras fortalezas personales y técnicas es fundamental, y es igualmente importante reconocer nuestras debilidades y convertirlas en fortalezas. Este proceso no solo nos genera mayor confianza en nosotros mismos, sino que también nos permite tener un enfoque más claro sobre cómo podemos seguir creciendo.
Mientras muchos activistas encuentran su público objetivo en redes sociales convencionales, yo decidí encontrar mi oportunidad y hacer una diferencia en redes profesionales. Estas redes suelen estar llenas de mensajes positivos sobre lo felices que se sienten dentro de las organizaciones. Sin embargo, mi intención al compartir mi testimonio en primera persona no es recibir felicitaciones, sino visibilizar la realidad del mercado laboral. Especialmente en áreas como gestión, proyectos, tecnología y administración, quiero destacar que existen profesionales con altas capacidades para cumplir y superar objetivos. Solo necesitamos comprensión, organización y paciencia. Un trabajador con estas características no solo será un empleado, sino un valioso aliado en el logro de objetivos organizacionales.
(*): Angel Matías Vargas Bahamonde es Ingeniero Civil Industrial en Sistemas de gestión. Data Engineer, Management & Governance Associate de Accenture Chile. Mis más sinceros agradecimientos a mi madre, mi padre, mi profesora María Angélica Cáceres y Don René Fernández Montt, quien me ayudó a revisar estas líneas.