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Universidad de Chile y Covid-19: su historia en el presente. Por Felipe Cabello Cárdenas

La prolongación de la existencia humana como resultado de la elevación de los estándares de vida y de los adelantos médicos y sociales, le permite ahora a un individuo durante su vida hacer lo que el filósofo G.W.F. Hegel llamara historia reflexiva. O sea, un análisis sobre periodos históricos más extensos que en el pasado, que comprendan su existencia y que trasciendan los límites del presente. En los dos años de la epidemia Covid-19 en Chile, un examen de las cifras de mortalidad por 100 000 habitantes revela que el país está entre aquellos que han manejado la epidemia de una manera bastante deficiente y trágica. La tasa aproximada de mortalidad por el virus por 100 000 habitantes en Chile está entre las peores del mundo, 301.04 x 105, y se contrastan de mala manera con las de otros países americanos como Costa Rica (164.9), Cuba (113.3) y Uruguay (207.0). Esta tasa de mortalidad es comparable a la de países, en los cuales científicos y legos están de acuerdo que, por múltiples razones, el manejo de la epidemia ha sido catastrófico, como Brasil (313.1) y los EE. UU. (298.3). Esto ha sucedido en Chile, a pesar de la perseverancia y el éxito con que la población se ha estado disciplinadamente vacunando, los enormes y heroicos esfuerzos del personal de salud y la extensa cobertura de la atención primaria a lo largo del país.

Como está sucediendo en otros países con elevadas mortalidades por el Covid-19, es adecuado preguntarse cuales podrían ser las causas de esta debacle sanitaria, y además ética, en un país que hace cincuenta años atrás era señero en el desarrollo de la salud pública y de la epidemiología en Latino América y el mundo. La descomposición de la efectividad de la salud pública, de la epidemiología y de la microbiología en Chile respecto de la enfermedad infecciosa, como lo he señalado con anterioridad en diversas publicaciones legas y científicas (Revista Mensaje, mayo, 1990 y Revista Médica de Chile, mayo, 1997), comenzó durante el periodo obscuro de la dictadura. También he discutido (Revista Chilena de Infectología, febrero, 2008 y agosto, 2012), como en los 30 años de “democracia”, la restauración y el fortalecimiento de estas ciencias fue mínimo y a lo más cosmético. En este contexto tampoco hay que olvidar que presentemente campean incontrolados en el país otros patógenos como el VIH, el de la tuberculosis y los de las enfermedades de trasmisión sexual. En mi opinión, es esta situación de penuria y de degradación de las disciplinas científicas relacionadas con la enfermedad infecciosa, lo que explica parcialmente el infortunado manejo de la epidemia Covid-19 en Chile y su terrible mortalidad, que azota desigualmente a los segmentos más vulnerables de la población.

La Universidad de Chile a fines de los 60 y comienzos de los 70, a través de sus Escuelas de Medicina, de Salud Pública y de Ciencias, había logrado crear núcleos de profesionales y una cultura y tradición de salud pública moderna, dinámica y capaz de hacer el diagnóstico y de ofrecer soluciones a los apremiantes problemas de enfermedades infecciosas en el país. Por ejemplo, dándole relevancia a la epidemiología practica de terreno o de campo, trabajando con la población donde la infección se propaga, para descubrir las fuentes de infección y sus medios de propagación geográfica y poblacional, para impedirla. Esta clásica y efectiva técnica de epidemiología investigativa es el modelo fundamental para el testeo, trazabilidad y aislamientos (TTA) necesarios para bloquear por ejemplo la diseminación de COVID-19 y de cualquier otro patógeno en una población. La Universidad también creaba en esa época un núcleo de microbiología molecular y cuantitativa, que, viajando más allá de la microbiología de Pasteur y Koch, convierte a la microbiología en una ciencia rigurosa y sólida, con firmes bases fisicoquímicas, matemáticas y estadísticas. Este aspecto de la microbiología es cardinal para entender por ejemplo los mecanismos y los parámetros de diseminación del Covid-19 en una población, la frecuencia de sus permanentes elementos de variación genética y de su evolución, y para concebir y para estudiar la respuesta inmune a él y la efectividad de vacunas a lo largo del tiempo.

Desafortunadamente del año 1973 hacia adelante fui testigo, presencial y también alejado, de cómo estos importante logros científicos y académicos, resultados de años de esfuerzo, fueron destruidos en poco tiempo de manera violenta e incivilizada. En la mañana del jueves 20 de septiembre de 1973 presencie como en los jardines y patios de la Escuela de Medicina y el hospital J. J. Aguirre, sus académicos eran arreados humillantemente por la bestial bota militar y sus armas, y su destino puesto en la mano artera y cobarde de soplones encapuchados. Subsecuentemente, académicos de gran experiencia en epidemiología, en salud pública y en microbiología molecular y cuantitativa, fueron suspendidos de sus funciones y obligados a emigrar voluntaria e involuntariamente abandonando múltiples proyectos docentes y de investigación en su área. Tejas Verdes, Pisagua, el Estadio Nacional y otros recintos de represión fueron el destino de académicos poseedores del acervo cultural de la epidemiología y de la microbiología moderna, y por lo tanto no fue inesperado que los 17 años de dictadura se caracterizaran por repetidas e incontroladas epidemias, que a mi modo de ver cobraran en esa época más víctimas que la violencia política (Revista Mensaje, mayo, 1990).

A mi juicio, la bárbara destrucción de este bagaje científico y técnico hace 49 años, que desgraciadamente aún no se recupera totalmente, se ha manifestado actualmente de manera patente al permitir los ignorantes y repetidos pronunciamientos e ineficaces acciones sanitarias de las autoridades de salud, que han resultado en los elevadísimos niveles de infección y de muerte por Covid-19 en Chile. Sin lugar a duda se podría escribir un detallado texto al respecto de estas monstruosidades epidémico-microbiológicas, pero la inversión irracional de los objetivos ético-científicos de la epidemiología llevados a cabo por el Dr. J. Mañalich al concentrar el esfuerzo de salud pública en tratar la infección por COVID-19 en vez de prevenirla, ha sido una de las más aberrantes y humanamente costosas. Los levantamientos imprudentes de cuarentenas y cordones sanitarios sin atención a la información epidemiológica, cuantitativa y real, de COVID-19 en el país, llevadas a cabo reiteradamente por el Dr. E. Paris (diciembre 2020, diciembre 2021), produjeron similarmente miles de infecciones y de muertes evitables. Estas medidas de laissez faire epidemiológico, que han propendido a estimular repetidas ondas de altos niveles de infección y de muerte en la población, además de su precio presente y futuro en disminuido bienestar y en vidas, han socavado también la efectividad de las vacunas, ya que en una población este parámetro decrece como resultado de los niveles altos de infección (fuerza de la infección).

Otro factor que ha influido negativamente en estos letales procesos biológicos y sociales es también el miedo generado por la descrita violencia política, y que persistentemente aun hoy en dia al parecer inhibe, por ejemplo, a llamar a las cosas por su nombre y al desafío y la discusión científica y pública, de las irracionales y deplorables decisiones alejadas de la ciencia, de la autoridad sanitaria de turno. Sumada esta perniciosa pusilanimidad, a una prensa mayoritariamente dócil y anodina, que fracasa en cuestionar los fundamentos de erróneas medidas sanitarias, se crea en la esfera técnica y pública un desierto de la realidad del proceso epidemiológico, abriéndole el paso a ideas y acciones estrambóticas, nocivas y contrarias a la ética, que pretenden solucionarlo. Finalizando, la cristalización del temor de Don Andrés Bello “ … de que el cultivo de las ciencias y las letras (en la Universidad) pudiera mirarse como peligroso bajo un punto de vista moral, o bajo un punto de vista político,” ha resultado en políticas de salud respecto de Covid-19 con caracteres de necro política (a la A. Mbembe). Evidenciado esto por los elevados casos de enfermedad aguda y crónica y de muertes evitables en poblaciones vulnerables y sin gran participación e influencia política, consideradas al parecer objetos pasivos y desechables de sacrificio y de muerte.

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