Es reciente la noticia de la muerte de Hilda Leiva, de apenas 21 años, trabajadora de un local de McDonald’s del Barrio República. Los primeros indicios fueron conocidos a través de redes sociales, de fuentes más bien de prensa independiente. Esta noticia no debiese pasar de ser percibida, tiene componentes muy lamentables, su desaparición durante el turno y su hallazgo sin vida al día siguiente no son solo una tragedia personal: son el reflejo de un sistema que ha normalizado la desprotección y la indiferencia hacia quienes trabajan, especialmente las y los jóvenes.
Según los reportes, Hilda terminó su jornada el miércoles 22 de octubre de 2025 y no regresó a su casa. Fue denunciada como presunta desgracia esa misma noche y al día siguiente fue encontrada muerta en un edificio contiguo al restaurante donde trabajaba. Los antecedentes de investigación deben avanzar y resolverse. Sin embargo, lo más inquietante no es solo su muerte, sino lo que ocurrió mientras ella estaba desaparecida: el local continuó funcionando, atendiendo clientes, como si nada pasara. ¿Qué cultura institucional permite que una trabajadora desaparezca en turno sin que se active un protocolo, sin que se detenga la operación, sin siquiera cerrar sus puertas?
Hilda no era solo “una trabajadora de McDonald’s” era una estudiante, amante de la música, descrita por sus cercanos como alegre, comprometida y soñadora. Su muerte corta una trayectoria vital en construcción y nos recuerda que el trabajo, lejos de ser un mero espacio productivo, debe ser un espacio de reconocimiento, resguardo y cuidado humano ¿vemos a la persona más allá del uniforme?
La empresa operadora, Arcos Dorados, emitió un comunicado expresando su “profundo pesar” y señalando que colabora con la investigación, Sin embargo, la respuesta posterior no borra la pregunta inicial ¿por qué no hubo una reacción inmediata? En contextos laborales marcados por la rotación, la sobre exigencia y los contratos flexibles, algo así referido como “La corrosión del carácter de Richard Sennet” y las formas de configuraciones laborales en el capitalismo, la vida del trabajador tiende a volverse prescindible. Esa despersonalización no es un accidente; sino más bien, es el resultado de una cultura organizacional que prioriza la continuidad del servicio por sobre el bienestar de las personas.
En este sentido el caso de Hilda interpela la ética del cuidado dentro de las organizaciones. No basta con protocolos de seguridad física; también se necesitan mecanismos de atención psicosocial, redes de acompañamiento entre otros elementos. Aquí hay un desafío, promover prácticas laborales que reconozcan la dimensión emocional y humana del trabajo, y no solo su valor económico. La lamentable muerte de esta joven nos obliga a preguntarnos que lugar ocupa la empatía, la responsabilidad y el sentido humano dentro de las cadenas de producción contemporáneas. Cuando una empieza empresa sigue vendiendo mientras una trabajadora falta, lo que esta ausente no es solo la trabajadora, sino también el vínculo ético humano. Es por ello que el caso de Hilda debería impulsarnos a exigir cambios concretos, reales en torno a protocolos de emergencia laboral, supervisiones con enfoque humano y desde el rol del Estado; políticas públicas que refuercen el deber del cuidado de las empresas hacia sus trabajadores, más allá de marcar un “check list” para ahorrarse multas.
Hoy desde mi lugar de trabajo a pocas cuadra de ese McDonald’s, reflexiono de este tema con mis estudiantes, porque visibilizar que esta pasando, no solo gira en encontrar culpables que satisfagan los deseos de castigar, sino que trata de transformar las prácticas que permiten que alguien desaparezca de su puesto de trabajo sin que a la empresa le importe, porque más que cerrar un local, lo relevante aquí es “ir cerrando estas concepciones de silencio, indiferencia y rutinas, donde la muerte se vuelve parte del horario.
Valentina Elisa Hernández Segura
Trabajadora Social
Mg En Intervención Social Mención Familias
Académica Universitaria
