Esta columna no busca ser una discusión tediosa de la política interna de una universidad, sino más bien un análisis en perspectiva histórica del pasado y del presente de uno de los hitos más importantes en los últimos años para la política universitaria del país.
La mañana del jueves 9 de octubre, los diarios informaban de un triunfo inédito. Por primera vez en la historia de la Universidad Católica, ninguna de las derechas lograba pasar a segunda vuelta. En cambio, dos fuerzas progresistas —una de izquierda y otra de centroizquierda— se abrían paso como las únicas opciones para liderar la Federación de Estudiantes.
En un escenario político nacional marcado por el avance de los discursos negacionistas como los de Kayser y Kast, se hubiese esperado que su narrativa impactara con fuerza en una de las casas de estudios más conservadoras y con mayor historia en relación con las derechas de este país. Sin embargo, ocurrió justamente lo contrario, esas mismas fuerzas fueron totalmente aplastadas por el proyecto político que juran destruir.
Amanecer, el pacto político de las Juventudes Comunistas, el Frente Amplio, la Brigada Socialista y Surgencia, junto a la Nueva Acción Universitaria (NAU) —el movimiento de Jackson y Crispi— derrotaron a las fuerzas gremialistas de Jaime Guzmán, al movimiento político de RN y Diego Shalper, Solidaridad, y a Avanzar, una fuerza política ligada a Horizontal, la fundación de Evopoli.
Si volviéramos el tiempo hace tan solo 5 años atrás, nadie hubiese pensado en que la derecha iba a estar completamente marginada de una segunda vuelta eleccionaria en su propia cuna. Hoy, en la universidad de José Antonio Kast y frente a su militancia más leal, la izquierda demostró que la organización vence al miedo, y que incluso los espacios más cerrados pueden ser transformados cuando la juventud se atreve a actuar.
Lo ocurrido en la UC representa, justamente, esa ruptura: una fisura en el continuo histórico, una confrontación directa entre la historia marginada y la historia oficial. ¿Quién habría dicho que en la universidad donde se incubó la enfermedad gremialista, un comunista levantaría con firmeza su bandera reivindicando a Recabarren? ¿O que un proyecto de centroizquierda invocaría a Fernando Castillo Velasco para hablar de triestamentalidad?
Este triunfo no es un hecho aislado. Es el resultado de una herencia histórica de movilizaciones tanto en la Universidad como en el país. No se puede hablar del triunfo de las izquierdas sin antes recordar la toma de Casa Central en 1967 y la posterior reforma universitaria, las movilizaciones estudiantiles de 2011, o la toma feminista de 2018. El triunfo es la organización, la memoria, el proyecto histórico, abriéndose paso en las narrativas de la oficialidad. Son las juventudes militantes, y no militantes, confrontando a Jaime Guzmán y su legado. Es Fernando Castillo Velasco, y su persistencia en nuestro imaginario colectivo.
Vale la pena mirar hacia atrás. Porque qué felices deben estar Rodrigo Ambrosio, Diana Aron y tantos y tantas otras al ver que el proyecto contra el cual resistieron hoy se encuentra más debilitado que nunca. Qué felices deben estar al saber que, gracias a su lucha, las nuevas generaciones de izquierda vuelven hoy a levantar sus banderas. Porque las bases de este nuevo ciclo reconocen a quienes abrieron el camino, a quienes soñaron cuando soñar era peligroso.
Este triunfo sin duda abre nuevos cauces, tanto para imaginar futuros como para disputar el presente. Que en la cuna del neoliberalismo y de la Constitución del 80 haya triunfado justamente el proyecto político antagónico, en un contexto marcado por el retorno de los discursos más reaccionarios de las extremas derechas, nos invita no solo a soñar, sino también a creer. No solo en una universidad distinta, sino en un país mejor.
El triunfo de las izquierdas a su vez está enmarcado en una nueva ola de movilizaciones estudiantiles de en todo el país. No es solo el triunfo en la Universidad Católica, es la toma de la Usach, es la toma de la Universidad de Chile en solidaridad con Palestina, son las movilizaciones por Julia Chuñil desde la Ufro al Instituto Nacional. Lo que demuestra, que, a pesar de los discursos pesimistas, la juventud está más efervescente que nunca. Ello como siempre en la historia, ofrece una posibilidad inédita si los estudiantes vuelven a condensarse en un gran movimiento estudiantil.
Existe, entonces, la posibilidad de un nuevo porvenir en la universidad y en la política universitaria del país. Pero el pasado ha sido claro en advertirnos que esto solo será posible si abandonamos las miradas esencialistas y tradicionales de hacer política. No basta con el voto ni con el triunfo. Como alguna vez dijera Gladys Marín: “hay derecho a soñar, pero hay deber de construir”.
De ahí surge la necesidad de un proyecto en la UC y en el país, más colectivo, más deliberativo, más territorial y crítico frente a las clases políticas que solo buscan mantener el statu quo. Un proyecto que se construya desde abajo y desde adentro, y que permita al estudiante ser parte de la política más allá de lo eleccionario. Un proyecto político que se consolide en el tiempo y que combata las subjetividades impuestas desde la oficialidad.
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Benjamín Muñoz Rojas es estudiante de Ciencia política en la Universidad Católica, y Militante del Colectivo de Memoria UC.
Héctor Vásquez es exestudiante de ingeniería en la UC, y ex dirigente del MUI en la UC durante la Unidad Popular. Militante del Colectivo UC.
