La Villa El Arenal, situada en el límite norponiente de la comuna de Pudahuel, entre el antiguo cauce del río Mapocho —conocido por los vecinos como La Hondonada— y la tradicional avenida José Joaquín Pérez, constituye un enclave cargado de historia y significados (Lindón, 2007a). Más allá de su ubicación periférica, este barrio se levanta como un entramado de prácticas, vínculos y memorias que lo convierten en un territorio con una profunda densidad simbólica y comunitaria.
En sus calles, pasajes y rincones se condensan particularidades sociales y culturales que otorgan al lugar un carácter distintivo, donde lo material y lo inmaterial se entrelazan en el devenir cotidiano de sus habitantes (Lindón, 2007b). La Villa El Arenal no es solo un conjunto habitacional en la periferia de Santiago, sino un espacio que refleja las dinámicas propias de los sectores populares como son la autoconstrucción, la organización vecinal y la creación de lazos de solidaridad en medio de la precariedad.
Sin embargo, la Villa El Arenal es mucho más que una animita. Su gente guarda anhelos, sueños y deseos de transformación que se entrelazan con la memoria del lugar y con la voluntad de construir una vida mejor en comunidad. Detrás de sus calles no solo habita el recuerdo de una historia marcada por la marginalidad o el abandono institucional, sino también la fuerza de quienes recrean vínculos, imaginan futuros y resisten el olvido.
Entre las expresiones más representativas de esta territorialidad popular destaca la presencia de una animita considerada milagrosa, cuya existencia ha trascendido las fronteras del barrio para convertirse en un referente devocional y comunitario. Este pequeño santuario, ubicado en la intersección de la avenida José Joaquín Pérez con Río Bueno, encarna una religiosidad situada, propia de las periferias urbanas chilenas, donde la memoria colectiva y la fe popular confluyen en un mismo espacio (Jacobs, 2011).
Con el paso de las décadas, la animita de la Villa El Arenal ha dejado de ser una simple estructura levantada en memoria de una tragedia para transformarse en un refugio simbólico de la fe popular. Su permanencia en el paisaje urbano de Pudahuel expresa la resistencia frente a los procesos de modernización, olvido y desarraigo que han marcado la historia reciente de la Región Metropolitana.
Tal como señala Ojeda (2012), las animitas se presentan como “pequeños santuarios —edículos, templetes, grutas o capillitas— que sobresalen en el entorno urbano de las ciudades latinoamericanas y que, en su mayoría, son reconocidos socialmente bajo esa denominación”. Estas construcciones insertas en la vida cotidiana son testimonio del vínculo persistente entre espiritualidad popular y territorio, manifestando la manera en que la sociedad chilena sacraliza espacios a partir del dolor, la pérdida y la memoria.
La historia de las animitas en Chile ha dejado una huella profunda en la cultura popular, configurando una red de lugares que median entre lo profano y lo sagrado. En este marco, la animita de la Villa El Arenal tiene nombre y rostro: Janett del Carmen Luengo Panes. Su historia se remonta al 23 de febrero de 1969, fecha inscrita en una placa que reposa bajo su fotografía. Según relatan los vecinos más antiguos, la menor fue víctima de violación y asesinato a los cinco años, un hecho que marcó al barrio de manera indeleble.
El sitio donde se halló su cuerpo fue transformado paulatinamente por la acción colectiva en un espacio de memoria y reparación simbólica. Primero se encendieron velas como gesto espontáneo de duelo y protección; luego se construyó una pequeña gruta, y con el tiempo los propios vecinos levantaron una edificación más sólida, hecha de materiales duraderos, que hoy alberga la imagen de la niña y múltiples ofrendas: flores, fotografías, cartas y velas que nunca se apagan.
Este proceso de apropiación material y simbólica evidencia una forma comunitaria de hacer territorio desde el afecto y la memoria, donde la fe se convierte en herramienta de resistencia frente al olvido. La animita de Janett no es solo un altar, sino un punto de articulación entre la fe, el duelo y la memoria social. En su luz constante —esa vela que nunca se apaga— se condensa una forma de habitar la ciudad: una geografía del recuerdo y la esperanza que, pese al paso del tiempo, sigue afirmando la vida en medio del dolor.
En este contexto, el mural aparece como un acto de esperanza, una acción colectiva que busca devolver identidad, color y sentido a la Villa El Arenal. No es solo pintura sobre un muro. Es un gesto simbólico y político que restituye la palabra a quienes históricamente han sido silenciados e invita a la comunidad a reconocerse en su propia historia.
El muralismo se convierte en un lenguaje de pertenencia y dignidad, un espejo donde las vecinas y vecinos pueden verse reflejados no desde la carencia, sino desde la potencia de lo que son y de lo que pueden llegar a ser. Cada trazo, color y figura plasmada en el muro expresa una voluntad compartida de reconstruir el sentido de comunidad, de afirmar que la Villa El Arenal no es un lugar olvidado, sino un territorio que renace desde su memoria (Lizana, 2025).
El mural “Relatos de Nuestra Villa El Arenal” reconstruye, a través de una secuencia visual de escenas cotidianas, los lazos afectivos, culturales y comunitarios que dan vida al territorio. En la primera sección se rescata la historia de esfuerzo y solidaridad frente a las dificultades: la lluvia, el barro, el trabajo colectivo y la fe se entrelazan como símbolos de resistencia y esperanza.
La segunda parte recoge escenas donde el acto de regalar una flor, el juego y el compartir alimentos representan la ternura y la reciprocidad como fundamentos del tejido social. La presencia femenina —en el deporte, en la cocina y en la participación comunitaria— revaloriza los roles de las mujeres en la construcción del barrio, visibilizando su fuerza, cuidado y liderazgo.
Finalmente, el mural muestra la vida cotidiana en el espacio público y doméstico: la abuela que transmite cariño y memoria, las personas que conversan al atardecer y los niños que juegan en la plaza. Estas imágenes subrayan la importancia del encuentro intergeneracional y de los espacios comunes como lugares de afecto, pertenencia y convivencia.
Así, el mural no solo embellece el entorno, sino que teje una narrativa de resistencia y esperanza, uniendo generaciones, saberes y experiencias. Es el arte puesto al servicio de la memoria: una herramienta de Buen Vivir que transforma el muro en símbolo de identidad, encuentro y futuro.
En su conjunto, la animita y el mural dialogan como dos gestos que, aunque separados en el tiempo, responden a una misma necesidad: resistir el olvido. La primera nació desde el dolor; el segundo, desde la esperanza. Ambas expresiones revelan la capacidad de las comunidades para resignificar el territorio y reconstruir su identidad desde el afecto, la fe y el arte.
El mural prolonga el eco de la animita: allí donde antes ardía una vela solitaria, hoy se encienden los colores de la memoria colectiva. En ambos casos, la comunidad actúa como protagonista de su historia, creando espacios donde la vida se afirma sobre la pérdida.
La Villa El Arenal demuestra que la transformación comunitaria no surge solo desde las instituciones, sino desde los gestos que nacen del corazón popular. En la luz de una vela o en la pintura de un muro, este territorio se piensa, se recuerda y se celebra. Este en última instancia es un lugar donde la memoria sigue viva y el arte se convierte en esperanza.
REFERENCIAS
Jacobs, J. (2011). Muerte y vida de las grandes ciudades (1.ª ed. en español; obra original publicada en 1961). Capitán Swing.
Lindón, A. (2007a). Los imaginarios urbanos y el constructivismo geográfico: los hologramas espaciales. EURE (Santiago), 33(99), 31–46. Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Lindón, A. (2007b). La construcción social de los paisajes invisibles del miedo. En J. Nogué (Ed.), La construcción social del paisaje (pp. 217–240). Editorial Biblioteca Nueva.
Lizana Vásquez, F. (2025, octubre). Reimaginando la identidad profunda de Pudahuel a través del muralismo. Le Monde diplomatique, edición chilena. https://www.lemondediplomatique.cl/reimaginando-la-identidad-profunda-de-pudahuel-a-traves-del-muralismo.htm
Ojeda, L. (2012). Animitas: Una expresión informal y democrática de derecho a la ciudad. ARQ (Santiago), (81). https://doi.org/10.4067/S0717-69962012000100007
• Diario La Nación (Miércoles 1 de abril de 1970)
Los autores son del equipo de trabajo de Espacio por el Buen Vivir
Boceto Mural (Heri Tapia)
