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Violencia Escolar: familia ausente. Por Verónica Zúñiga Carrasco

La violencia escolar es una complejidad en nuestro paisaje cultural. Es difícil de entender cuando se mira aislada de los múltiples factores que pueden intervenir para que ocurra una situación de la envergadura de lo que ha ocurrido en San Pedro de la Paz hace unos días: alumnos baleados por otros adolescentes dentro de la escuela; o la amenaza con pistola hacia una profesora. Los factores son muchos. El contexto sociocultural, la dinámica familiar y las características propias de cada estudiante son algunos de ellos. Es cierto, tal vez, la pobreza y la desigualdad social pueden aumentar el riesgo de que se produzcan situaciones de violencia en las escuelas o en otros lugares. Es cierto que los estudiantes que pertenecen a entornos desfavorecidos pueden experimentar más estrés y conflictos por su particular situación. Pero no olvidemos que la pobreza no es sinónimo de falta de sentido común, criterio, tino, prudencia, empatía, tolerancia. Los niños, niñas y adolescente aprenden comportamientos, primero, a través de lo que observan en sus padres y otras figuras de autoridad cercanas. Si en el hogar se normaliza el uso de la violencia como método de resolución de conflictos, es probable que los niños reproduzcan esos comportamientos. Y no lo digo yo, Bandura (1977) en su teoría del aprendizaje social, argumenta que los individuos aprenden comportamientos observando a otros. Centra su estudio sobre los procesos de aprendizaje en la interacción entre el aprendiz y el entorno, concretamente, el entorno social.

Pero el contexto externo no es el único factor. La familia es la primera unidad social a la que se pertenece, es el contexto interno de los estudiantes. Entonces, es necesario que exista una dinámica familiar donde predomine la comunicación entre sus integrantes. Una comunicación activa, abierta y efectiva entre padres, madres, hijos y hermanos puede ayudar a los niños, niñas y adolescentes a expresar sus emociones y opiniones; les enseña a disentir adecuadamente; propicia la resolución pacífica de conflictos. Para que ello ocurra deben existir hábitos y valores; roles y límites claros. Minuchin (1974) destacaba la importancia de las jerarquías y los límites en las relaciones familiares y sostenía que el equilibrio familiar depende de la claridad en las estructuras jerárquicas y de la delimitación de roles y prioridades en la familia. La importancia de las jerarquías es que están diseñadas para garantizar la estabilidad y el bienestar del grupo, su inexistencia o disfuncionalidad puede dar lugar a conflictos y desequilibrios, lo que podría manifestarse, por ejemplo, como ausencia de liderazgo, donde la falta de límites claros en la autoridad parental puede generar caos y conflictos. Por ello, Minuchin destaca la importancia de la comunicación en la dinámica familiar y su impacto en el comportamiento de los niños. En el fondo, todo se reduce a que la familia juega un papel crucial en la prevención de la violencia escolar.

Aquellas familias que brindan apoyo emocional y supervisan las actividades de sus hijos pueden reducir el riesgo de que estos se involucren en comportamientos violentos de cualquier tipo.

Por otro lado, Durkheim en "La educación moral" (1902), argumenta que la educación es fundamental para la cohesión social y el desarrollo del individuo, destacando el papel de la familia y el entorno social. Y, Julián de Zubiría en "La educación en la sociedad del conocimiento" (2006), abordaba la importancia de la colaboración entre la escuela y la familia para el desarrollo integral de los estudiantes. Aquí es donde podemos observar que el necesario binomio escuela-familia parece haber desaparecido. Las familias, los padres y apoderados, ya no consideran la escuela como un órgano cooperador en la formación de personas. Por el contrario, pareciera ser que las familias han decidido dejar que el peso de la educación recaiga solo en la escuela, apartándose de ella y solo volviendo cuando son citados por el profesor, o para asistir a una que otra reunión de apoderados. Las familias no perciben su importante rol en la educación de los hijos, lo necesarias que son para dicho proceso. Las familias han dejado a sus hijos solos. Excusas muchas: trabajo, cansancio. Pero eso hace que la labor del profesor sea engorrosa, aún más desafiante. Los profesores no siempre cuentan con las herramientas necesarias para atender a un estudiante en su complejidad. Los profesores no son psicólogos, ni terapeutas.

Desafortunadamente, la familia parece no comprender que los profesores no enseñan hábitos, solo los retroalimentan; el profesor no instruye valores, los refuerza. Tema aparte son las instituciones estatales llamadas a elaborar las políticas públicas que atañen a educación. No me referiré a estas. Las actuales circunstancias requieren de tratar el tema en un capítulo aparte.

Por eso, a las familias de nuestros estudiantes, les pido encarecidamente que cuiden a sus hijos, ámenlos, enséñenlos, aléjenlos de toda forma de violencia, enséñenles a discriminar las amistades, ayúdenlos en las tareas, estimúlenlos a tener expectativas y crear sus propios proyectos. No abandonen a sus hijos.

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