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Visiones inacabadas del proceso constituyente. Lo que hemos hecho y está por venir. Por Guillermo Cotal Ponce, Arturo Castro y Jean Paul Retamal

El presente es un espacio delimitado entre las violencias del pasado y las historias que están por venir. Estamos parados sobre un trazo de tiempo donde se están generando cambios a diario, tan rápido que no nos damos cuenta, de la misma manera en como hemos olvidado nuestros orígenes y memorias. Es frente a esta realidad asociada al actual proceso constituyente que se ha escrito este pequeño artículo, inacabo si consideramos lo incierto que es el futuro que viene.

En la primera parte de este artículo se relatan los orígenes del presente, punto donde nació nuestra condición de sujeto marginal, víctima de un sistema segregativo y violento. La segunda sección analiza el origen de la actual Constitución Política y sus límites económicos. Se finaliza con una tercera parte, dedicada al desamparo que han vivido nuestros pueblos originarios en consecuencia del actual escenario constitucional.

I. Marginalidad, pobreza y violencia a perpetuidad.

El origen del presente.
Hace un año los habitantes de Chile salieron a las calles, pedían democracia y justicia. Era un llamado desde muy adentro, casi emanado desde las tripas de una sociedad enferma, la que terminó por agotarse en respuesta a los orígenes de la violencia, la que nos privó de vivienda, salud y educación digna, creando espacios donde la segregación y, la disparidad económica y social se hicieron más que evidentes. El 18 de octubre la población inició un proceso sin retorno, en el que la organización popular reapareció y de forma bastante similar a como ocurriese en la década de los 80’, en los barrios y con los jóvenes como estandarte. No deja de llamar la atención que el movimiento social careció desde sus orígenes de un carácter partidista. En las manifestaciones los partidos políticos fueron reemplazados por agrupaciones sociales, deportivas y culturales.

La revuelta popular se extendía a lo largo del país. Eran cientos de miles, luego millones de personas en las calles. Estudiantes, empleados, profesionales, campesinos, también representantes de los pueblos originarios los que dieron cuerpo al “estallido social”, haciendo tambalear las estructuras económicas y políticas vinculadas a la vigente Constitución Política nacida durante la dictadura militar. El mundo entero veía asombrado como este “oasis” se levantaba al unísono, en una hermosa armonía, la que terminó por diluirse momentáneamente en el tiempo producto de la pandemia.

Se hizo evidente la necesidad de un cambio en la Constitución Política de Chile, cuestión que ciertamente ha sido materia de discusión desde el proceso de transición a la democracia, en momentos donde el Estado realizaba un esfuerzo por la desarticulación de toda conflictibilidad social, pensando en profundizar los mecanismos de reproducción del modelo económico neoliberal. Esto no ha sufrido grandes cambios en los últimos 30 años, logrando traspasar el orden instaurado en medio del periodo transicional. En la actualidad vemos como nos transformamos en víctimas de estas políticas, potenciada por sesgos de origen dictatorial, proviniendo de acá las diferentes formas de acción popular a lo largo de las últimas tres décadas, en un espiral, cuyo punto más alto lo encontramos en el estallido social de octubre del 2019.

¿De dónde provino el estallido social? Es una pregunta bastante reiterada en la población. Esa pregunta se hizo común en los pequeños cabildos que se hicieron en plazas y juntas de vecinos, donde los participantes aludían siempre a un origen contestatario frente a las prácticas políticas, económicas y sociales, las que habían arrebatado amigos y familiares, perdidos por la violencia emanada desde el Estado y que escurría en medio de las poblaciones en forma de pasta base, delincuencia y marginalidad. Es por esto que el estallido social era algo inevitable, algo impensado para las altas esferas de la sociedad acostumbradas a su estatus y riquezas. Ahí el miedo, en consecuencia de un levantamiento popular que llegaron a tildar como algo caprichoso, algo cuestionable proviniendo de las personas dueñas de este país, las mismas que la noche del 18 de octubre discutían sobre que iban a hacer con sus privilegios.

Nos encontramos ad portas de un plebiscito ofertado como algo prometedor. Ciertamente es una situación importante en la historia de Chile, puesto que fue logrado en las calles, poblaciones y barrios. Costó vidas, mutilaciones y presidios, en lo que el Estado describió como una “Guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, en un lenguaje carente de sensatez y exageradamente violento.

En este momento estamos frente a un trazo de la historia que marcará un antes y un después. Es otro capítulo posterior al estallido social del 18 de octubre del 2019, coincidiendo con la necesidad de tomar conciencia respecto a nuestra historia reciente, la que ha estado lejos de ser tranquila, recordando que aún vivimos sobre las sombras de la dictadura militar, establecida en nuestro presente a sangre y fuego, legitimada mediante un plebiscito que se hizo en condiciones cuestionables en el año 1980, profundizando la precariedad en la que vive hasta el día de hoy la población chilena, en un acto demencial y de violencia extrema contra los más pobres, los olvidados de siempre, a quienes se les ha asesinado desde sus orígenes por pedir mejores condiciones de vida, siendo una herencia de la dictadura en la actualidad. Basta con recordar los asesinatos en democracia ocurridos en La Araucanía hacia dirigentes sociales e indígenas.

El levantamiento popular visto desde octubre del 2019 en Chile era algo que se veía venir. Fueron décadas de sufrimiento en silencio, lo que nos mantuvo al borde de la locura de forma constante, segados frente a una realidad de mentira. Nos volvimos locos, en un frenesí en pos de búsqueda de justicia, algo que probablemente estamos muy cerca de lograr. Nos permitimos citar una frase de la película Caluga o Menta (1990) de Gonzalo Justiniano: “Ahora recién se acuerdan de los locos, ahora que nos volvimos locos”.

II. Nuestra vigente Constitución Política Neoliberal.

El derrocamiento de Salvador Allende dio paso a un proceso donde ciertamente se evidencia una desintegración del proyecto instaurado durante la Unidad Popular. Es dentro de este esquema donde la ruptura de la democracia hace permisible la instalación de todo un aparataje, el que irá en directo beneficio de las élites, dilapidando toda opción de crecimiento en favor de las clases populares. Es dentro de este ejercicio donde se instala la lógica y perspectiva de dejar sin efecto la constitución de 1925. Para dar paso a la instauración de una nueva carta fundamental, hecha a complacencia del régimen dictatorial con intenciones claras de profundizar los efectos del neoliberalismo en la sociedad chilena. Corría entonces el año 1980 cuando se firma este documento, el que hipotecará el futuro de las clases más desprotegidas del país, beneficiando al empresariado y la élite.

A finales de la década del 70’ Chile estaba sumido en el período más sangriento de la dictadura militar. El país sucumbía frente a la violencia política, la que no daba tregua al mundo popular. Por estos años se tejía paralelamente otro relato, igualmente violento y vigente en la actualidad. En este período se realizó el estudio que dará como fruto la Constitución Política de 1980, trabajo encargado a una comisión encabezada por Jaime Guzmán. En esta parte la historia se vuelve algo reiterativa, en consecuencia del proceso que se instalaba: los chilenos – al igual que en estos días – fueron llamados a las urnas a participar de un plebiscito con el fin de aprobar esta nueva carta fundamental, en un acto vicioso, inclusive fraudulento, donde se perdieron votos e inclusive se ha hablado de personas que votaron en más de una ocasión. Con esta votación no sólo era aprobada la nueva Constitución Política, sino que además Pinochet pasaba a ser ratificado por muchos como presidente de Chile.

La Constitución Política entró en vigencia en el año 1981, lógicamente con un número no menor de críticas desde la oposición al régimen, las que se mantienen en la actualidad. Con el retorno a la democracia esto evidenció ciertamente la permanencia de algunos sesgos dictatoriales, lo que ha afectado inevitablemente en los mecanismos de participación ciudadana. Se le ha privado a la población de un verdadero ejercicio participativo en términos democráticos y de representación popular directa, trayendo al presente su origen ilegitimo. Otro punto de discordia con la actual Constitución Política ha sido su carácter económico, el que ha ayudado a perpetuar el modelo neoliberal. Esta carta magna demuestra un carácter permisivo para la privatización de bienes y servicios como la educación, salud y vivienda. Inclusive mantiene un sesgo servil para los intereses mercantiles de las clases políticas y económicas más poderosas del país, las que no han mediado en las consecuencias que tienen sus actos sobre el resto de la población. Otro punto e igual de importante es lo que sucede con el medioambiente, el que se ha visto deteriorado producto del avance de la industria, no existiendo leyes o normativas legales que pongan un freno real sobre el efecto nocivo que tienen sobre los diferentes ecosistemas que encontramos en Chile.

Los efectos sociales del neoliberalismo son los más visibles, puesto que han sabido condenar a perpetuidad en condiciones de pobreza y marginalidad a gran parte de la población nacional, la que ha tenido que sobrevivir endeudada y con sueldos miserables. Este es el motivo del surgir de los diversos movimientos sociales, catapultados desde los inicios de la década de los 80´ y presentes en la actualidad, como son los pobladores, estudiantes y otros grupos en resistencia constante frente a la criminalización de los gobiernos de turno. Hay grupos que esta herencia de la violencia dictatorial la sufren doblemente, cuestión que viven en carne propia nuestros pueblos originarios, los que no son reconocidos como tal. En Chile la Constitución Política se muestra ajena a algún acto de este tipo, como ha ocurrido en Canadá o Nueva Zelanda, lo que ha recluido a este segmento de la población a la pobreza y el olvido.

La precarización de nuestros pueblos originarios ha avanzado paralelamente a la destrucción de nuestros recursos naturales, los cuales se encuentran en tierras ancestrales. El crecimiento de la industria forestal es una muestra de aquello, dejando en evidencia la privatización de estas áreas arrebatadas a las comunidades indígenas. Si existiera un reconocimiento a estos pueblos estos actos deleznables no ocurririan, puesto que serían respetadas de forma simultánea el desarrollo de relaciones interculturales acá surgidas, relacionadas a la distribución de poderes además políticos y económicos, provenientes de los orígenes de los conflictos territoriales. En respuesta, otro efecto sería la consiguiente autodeterminación de los pueblos y el autogobierno en base a sus tradiciones y territorios ancestrales.

En la Constitución Política de Bolivia se hace una mención especial a sus pueblos originarios, poniendo énfasis en la posición a perpetuidad de sus territorios y culturas, contraponiéndose a la realidad vista en Chile, donde se actúa con una lógica privatizadora y de explotación de sus tierras ancestrales, en base a la destrucción de los recursos naturales de forma indiscriminada, rasgando parte de la esencia de los pueblos originarios en territorio nacional.

Es por todo lo señalado dentro de este apartado que en el actual proceso constituyente debe existir un resguardo hacia el mundo popular, hacia todo segmento de la población que ha permanecido en las penumbras debido a la herencia dictatorial. Cabe destacar que muy poco se ha hablado de nuestros pueblos originarios. Se deben generar alternativas para que estos sean integrados y representados, legitimando su existencia,

III. Desamparados y olvidados. Los pueblos originarios frente al proceso constituyente.

Desde hace quinientos años nuestros pueblos originarios habitan en un espiral de violencia que nunca imaginaron, siendo asesinados, secuestrados y esclavizados. Fueron poblaciones completas las que desaparecieron bajo el fuego y las enfermedades. En el presente esto no se aleja mucho de esa realidad, puesto que los indígenas aún sufren, producto del avance del occidente, ahora transformado en un modelo económico implacable, el que de igual manera los asfixia, arrebatando sus culturas y cosmovisión, condenándolos a un olvido que podría ser a perpetuidad. Pese a esto se evidencian sesgos de resistencia, provenientes desde las selvas, pampas, desiertos y llanuras, territorios que imaginamos deshabitados, áridos e impenetrables al igual que aquellos que habitan en la warria (ciudad).

Hasta hace algunas décadas los pueblos originarios vivían en un olvido, el que se vio profundizado producto de las políticas impulsadas por las diversas dictaduras militares que asolaron Latinoamérica, de las cuales fueron víctimas directas. Sus tierras fueron arrebatadas y privatizadas, siendo vendidas a la industria extranjera. Esta ocupación trajo consigo un largo desplazamiento de la población indígena hacia las ciudades, lugares en los que tras asentarse perdieron parte de sus culturas ancestrales. Esto despertó un significativo movimiento indigenista urbano.

En el presente existe una resistencia desde el pueblo indígena, donde han aparecido símbolos de las luchas que se han llevado. Perú y Bolivia asoman como países donde estas batallas han dado frutos desde el punto de vista de la integración de los pueblos originarios, lo que ha ocurrido de forma progresiva en el tiempo, mediante la aplicación de políticas públicas que avanzan en pos del desarrollo de los pueblos, entregándoles una institucionalidad, respetando su historia y cosmogonía cultural.

La construcción de este nuevo fragmento de la historia indígena ha estado acompañada de una serie de transformaciones, de mentalidades e interpretaciones. Los tiempos son agresivos, al igual que las personas que sucumben frente a lo dictado por las culturas dominantes. Es por esto que la existencia de los pueblos originarios puede ser considerada como un símbolo de supervivencia, lo que debiese quedar establecido como tal en su reconocimiento por los Estados modernos, los que deben saber construir los caminos para que esto suceda de forma coherente a las culturas ancestrales en peligro, respetando sus orígenes y disposiciones.

El Estado Plurinacional de Bolivia destaca estas eventualidades, dejando clara la relevancia que tienen para esta nación los pueblos originarios. En el inicio del preámbulo de su Constitución Política se describe de la siguiente manera: “En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia”. En la cita anterior se evidencia una exaltación de los pueblos indígenas, de manera literata, se describen sus territorios como parte de la identidad de sus habitantes, respetando a la totalidad de las etnias que habitan dentro de su soberanía, garantizando su protagonismo en la políticas de esta nación plurinacional. La manera en como son vistos los pueblos originarios bajo la Constitución Política de Bolivia se aleja bastante a lo que sucede en el caso chileno, donde no son reconocidos y han visto retroceder sus culturas debido a varios procesos históricos, entre ellos la dictadura militar, la que terminó por quitar sus tierras a perpetuidad en nombre del neoliberalismo.

En la actualidad dentro del contexto latinoamericano, Chile es uno de los países donde menos se respetan las culturas ancestrales, sometiéndolas en un inminente olvido y desaparición si esto no es solucionado. En estos últimos tiempos la sociedad chilena ha cambiado su rumbo hacia nuevos horizontes e ideas que buscan un mejor vivir. Es dentro de este contexto donde emergió la necesidad de un cambio constitucional, la que debe ser integradora, respetando a todos los sujetos que componen el país, debiendo garantizar derechos sociales y una mejor calidad de vida para todas las personas que viven dentro de su soberanía, incluyendo los pueblos originarios que históricamente nunca han sido tomados en cuenta, pereciendo generaciones completas en el olvido en zonas rurales o en alguna parte de la periferia urbana.

El 18 de octubre del año 2019 marca un antes y un después en la sociedad chilena, la que fue moldeada en base a los intereses de la dictadura militar. Dentro de estas movilizaciones es donde nace desde el clamor popular el cambio hacia una nueva Constitución Política, la que debiese resguardar los intereses de la sociedad en su conjunto, incluyendo a los pueblos originarios, entregándoles voz dentro y fuera de sus territorios, los que en la actualidad se encuentran en un abandono institucional y donde la violencia estatal es pan de cada día, pese a al convenio 169 de la OIT firmado por Chile y la Ley Indígena 19.253. En ambos se hace un reconocimiento a los pueblos originarios, lo que ha quedado solamente en el papel.

La realidad chilena muestra una dualidad que confronta el pasado con el presente, en la que algunos de sus modelos de organización tienen una connotación arcaica. Un ejemplo es lo sucedido con los pueblos originarios, los que carecen de un amparo constitucional. Es dentro del vigente proceso constituyente donde deben ser considerados, dentro del fervor popular que ha impulsado el próximo cambio de Constitución Política, en memoria de los que han luchado desde tiempos muy anteriores y los que no han dejado las calles en el presente.

El futuro ciertamente se ve prometedor: las calles se han acostumbrado al tránsito de personas, las que han salido a las grandes avenidas, parques y calles a manifestar su cansancio. Lo han hecho con símbolos, acompañados de la wiphala y la wenüfoye, sin banderas de partidos políticos lo que ha hecho del actual movimiento social algo hermoso y sin precedentes. Esperemos que bajo esta línea el actual proceso constituyente culmine bien, con promesas cumplidas y con una sociedad unida, respetando todas nuestras culturas y orígenes, permitiéndonos recordar el pasado y nuestras historias recientes. Soñar un momento, un segundo y ver renacer entre el cemento de nuestras poblaciones un país mejor, integrando alguna vez en la historia a nuestros pueblos originarios.

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