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Y de pronto el amanecer: la sensibilidad poética del artista. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra

“Y de pronto el amanecer” es desde el título un acierto poético. Esta nueva película de Silvio Caiozzi es un largo y hermoso poema (casi cuatro horas de duración). Los trabajos de este cineasta siempre han sido bien tratados por la crítica, películas como “Julio comienza en julio” y “Coronación” son parte innegable de nuestra historia cinematográfica. El mismo cineasta ha declarado que ésta, su nueva película, es su obra más grande, lo que queda evidenciado en este generoso trabajo de estética sublime que transita entre la poesía, la memoria y la fantasía. A diferencia de los conocidos trabajos anteriores de atmósfera donosiana siempre atrapados en la nostalgia y la decadencia, el aporte literario que suma el escritor sureño Jaime Casas permite sostener el amparo nostálgico desde una perspectiva utópica, en el mejor sentido de esta palabra. Lo poético y lo utópico son sin duda soportes sustanciales frente a los tragos amargos de las existencias humanas, a veces maltratadas trágicamente por las situaciones históricas que pervierten el anhelo y derecho a una vida feliz. El arte no sólo debe testimoniar la historia sino que ayudarnos a superarla cuando esto sea necesario. Para tiempos de transformación histórica es fundamental la confluencia de las fuerzas creativas, así aparecerá de pronto un nuevo amanecer.

La poesía de la ambientación estética que construye Caiozzi en esta película se ve enriquecida con los distintos recursos a los que va acudiendo. La película permanece siempre fiel a la poesía no sólo a partir del relato y de las escenas, como se puede observar en esa bella imagen que aparece la pretensión de alcanzar el sol con las manos, en donde se presenta el imposible como un deseo que bordea en la locura, es decir como posibilidad que escapa a la naturalización de lo “normal”. El escape de lo normativo-trivial como vía de acceso a lo esencial. También se destaca la fotografía que muestra la belleza del rudo clima del sur propio de Chiloé que compone el carácter de sus habitantes aportando la síntesis de la geografía humana identitaria de nuestro territorio, esto aparece en aquellas escenas en las que podemos sentir que el bosque respira. Lo literario que el mismo cineasta destaca de Casas, permanece en la totalidad del relato, por ejemplo en las referencias reiteradas al Ulises de Joyce, pero también escenificadas en el protagonista, un viejo escritor autodidacta de periódico que comienza sus primeras letras escribiendo epitafios para muertos. La musicalización realizada por Valentina Caiozzi logra conceptualizar una creación con sello genuino, reuniendo elementos de construcción propios del lenguaje musical académico recordándonos una historiografía que incluye piezas folclóricas populares y un guiño laudatorio a uno de nuestros principales compositores: Luis Advis.

El paisaje casi onírico en que se desarrolla el relato, es complementado por una música que, si bien suena a Francia con el clásico acordeón, las maderas y el seis octavos; a la vez recuerda a nuestro organillo, herencia del viejo continente pero cariñosamente hecho propio por nuestro pueblo. La maestría del director se revela en el resultado de un cuadro totalmente coherente, en el cual la poesía de la imagen se ve reflejada en la música y a su vez la belleza de la música es enriquecida por imágenes simbólicas que mantienen al espectador en un estado de permanente emoción, a ratos con justificada razón dado el argumento, y en otros momentos, como una especie de emborrachamiento de los sentidos.

Persiste en esta obra una declarada pretensión de construcción de la memoria. El aporte a la reflexión de los años duros de la violencia y del genocidio de la dictadura. Temas por estos días muy reclamados como el abuso de poder, pero también la violencia de dominio hacia la mujer. La reflexión en torno a la dictadura como un registro testimonial a la memoria resistiendo al intento hegemónico del poder por instalar la amnesia. El cine chileno constantemente recurre a esta temática, otras películas exhibidas este año como Cirqo del cineasta Orlando Lübbert, contribuyen a la resistencia que elude el maquillaje que pretende el dominio neoliberalizado del capitalismo salvaje.

Mención aparte merece la intervención del inicio en donde aparece un diálogo en lengua originaria mapuchedungun junto con una canción tradicional williche que será importante para la construcción del relato impregnado de la atmósfera propia de los chilotes. Escenas que colaboran al llamado urgente por la recuperación y defensa de las lenguas de nuestros pueblos originarios, la cual es elemento central para comprender sus concepciones filosóficas vitales en las que se manifiesta su sabiduría ancestral que son constitutivas de alternativas para un “buen vivir” frente al deterioro de las condiciones de vida propias de nuestro tiempo. El tiempo pasado también es algo que nos pertenece, su recuperación y comprensión aportan al nuevo orden intelectual y moral que urge en las demandas por las nuevas transformaciones a las que se nos convoca.

Esta obra maestra de Caiozzi, nos presenta la madurez del artista. Los textos se suspenden como suspiros colgando de espacios con calderones sin fin. La belleza contenida en la belleza. La inocencia del cuento infantil se entremezcla sutilmente con la imagen de la muerte sin abandonar la poesía y sin caer en el espanto. Volviendo a Joyce, la trama se va desarrollando en un entorno que pudiese ser el propicio para la aparición de seres fantásticos como sirenas, tal vez williches, despertando de sueños de caleuches y pincoyas, en medio de mares y bosques encantados. Alcanzar quimeras, tomar el sol con la mano, imagen que conmueve por su feroz realismo; las bandadas de gaviotas alzando su vuelo junto al sol, son el momento sublime en que se nos revela el secreto de la libertad, que aun con sus alas heridas, es capaz de volar hacia el origen del dulce canto de las sirenas.

Aquí confluyen distintas creaciones artísticas. Puede ser comprendida como un gran “poema de Chile”. El artista aparece comprometido con su acción donando una experiencia convertida en acontecimiento que interrumpe la lógica del mercado en la producción determinada por las políticas culturales. La utopía es una función política con contenido estético que es siempre una invitación abierta, que nos llama no sólo a la interpretación del mundo, sino que también a su transformación: “si todos cantamos las sirenas vendrán”.

Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía: desde la reflexión al sonido que palpita.

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