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Y los pobres seguirán esperando… Por Juan Pablo Cárdenas S.

Según declaraciones del representante regional de la FAO, el mexicano Julio Berdegué, con la actual pandemia la cifra de latinoamericanos con hambre se va a elevar al menos en unos 20 millones. Se trata solo de una estimación temprana porque, de no controlarse durante este año la epidemia del Covid-19, las cifras podrían ser más críticas y alcanzar los ochenta o cien millones de habitantes. Es archiconocido que la letalidad de este nuevo virus es mucho menor que las de otras enfermedades o infecciones que todavía siguen sin mitigación, porque en México y Centroamérica las diarreas matan todos los años a cientos de miles de niños, mientras el dengue, la fiebre amarilla y otras suman otro alto número de fallecidos en Brasil, Colombia y los países amazónicos en particular.

En Chile mismo, los desahuciados cada año por el virus sincicial o la influenza provocan más estragos que este virus de moda y que tanto le ha servido a las autoridades del país para imponer el estado de emergencia o catástrofe, confinar a la gente en sus casas y frenar, aunque sea por un tiempo, el descontento social que estaba a punto de tumbar al gobierno de Piñera, y poner en jaque a todo un sistema de escandalosa concentración económica, abusos contra la población y el evidente incremento de la corrupción, el narcotráfico y la delincuencia.

Vaya que sería bueno que el Gobierno y los medios de comunicación adictos al régimen, junto con alarmarnos a diario con la cifras de la pandemia, nos señalaran cuántos enfermos de cáncer fallecen todos los días y qué número de pacientes de otras enfermedades pierden fatalmente sus vidas por falta de atención hospitalaria y cirugías. Cuando ya eran alarmantes las estadísticas hasta el fin del año pasado.

La Moneda se ha propuesto convencernos de que el Coronavirus no distingue entre pobres y ricos y tampoco demasiado entre la edad de quienes ataca. Lo que es completamente falso puesto que no hay duda de que el virus se propaga mejor donde impera la pobreza y el hacinamiento, así cuando las condiciones del invierno se hacen más duras. Era de prever que donde vive una o varias familias en solo cuarenta o cincuenta metros cuadrados no haya mascarilla que pueda atajar la propagación del virus, salvo que el Ejecutivo aspire a que, además de los confinamientos, los pobres guarden silencio y dejen de comer. Medidas que no serían tan extrañas cuando ya a los mayores de 75 años se les ha prohibido salir de sus viviendas, una decisión que ha escandalizado en Europa, por ejemplo, donde los derechos humanos y sociales son mucho más considerados que en Chile.

De hecho, es cosa de sintonizar la propia televisión del país para encontrarse con testimonios que se les filtran a los obsecuentes reporteros, en la voz de quienes llevan varios días sin alimentarse, carecen de agua potable o solo cuentan con un baño para diez, quince o más personas. Por más que se les estén repartiendo cajas con algunas provisiones y enseres de aseo, antes que las forzadas cuarentenas estallen, como ya ocurre en algunas poblaciones donde el desempleo y la furia social se está propagando más que este endemoniado virus.

No pecamos de mal pensados en nuestra sospecha que los confinamientos decretados en las comunas más marginales de Santiago tuvieron por sobre todo la intención de impedir que los pobres concurran a los barrios pudientes de la Capital, ya sea para buscar trabajo o implorar asistencia alimenticia. Levantados los confinamientos en donde viven los más ricos, las autoridades alcanzaron a jactarse de los buenos resultados obtenidos, hasta que se dieron cuenta de que la buenas cifras se revertían rápidamente con el retorno de las servidumbres y los dependientes de supermercados y tiendas, los que cotidianamente deben trasladarse de desde los barrios periféricos.

Pensamos que uno de los efectos positivos de la pandemia es habernos exhibido muy claro los vergonzosos niveles de nuestra desigualdad social, el verdadero rostro de la pobreza y de la miseria. Algo que era ignorado u ocultado por la clase política y los grandes medios informativos. En efecto, hasta a los faranduleros astros y estrellas de la Televisión los hemos observado conmovidos y derramando lágrimas ante las dramáticas imágenes de las poblaciones. Sin embargo, parece muy difícil que los poderosos empresarios del país y multimillonarios como el propio Jefe de Estado abran sus abultadas billeteras para socorrer a los más necesitados. Salvo aquellas excepciones que reconocemos, pero que en ningún caso sus ayudas han ido más allá que donar algunos cientos de respiradores mecánicos o colaborar con determinados productos para las cajas que los alcaldes reparten en las zonas más críticas de sus comunas. En toda una faena, por lo demás, onerosa, compleja y lenta, cuando lo más apropiado era que las personas recibieran un subsidio que les permitiera adquirir directamente los productos más esenciales. Evitando que la limosna se haya convertido en la política oficial.

La sola idea de aprobar un impuesto patrimonial de solo un uno por ciento a las personas más ricas causó escozor en algunos parlamentarios, tanto como los irritara reducir sus millonarias dietas. En este sentido, debemos lamentar sin tapujos el mal gusto de la ex mandataria Bachelet que desde su encumbradísimo y bien remunerado cargo de las Naciones Unidas se permitió dar consejos al gobierno de Piñera, arriesgándose a que una destacada alcaldesa de derecha le recordara los dos enjundiosos sueldos que recibe por su cargo internacional como por haberse desempeñado como presidenta de la nación.

No nos sorprende que las declaraciones de la ex mandataria inmediatamente despertaran el apoyo de aquellos más fieles incondicionales que formaron parte de la desaparecida Nueva Mayoría. Tal vez en la esperanza que doña Michelle decida postularse por tercera vez a La Moneda, cuando no se aprecia en todos éstos ningún candidato presidencial que asome como posible y con alguna raigambre popular.

Lo mismo que también ocurre dentro del oficialismo cuando los más abyectos y oportunistas colaboradores de Piñera le profieren constantes y majaderas loas cada vez que se ufanan frente a cámaras y micrófonos. Después de que en octubre pasado, con el Estallido Social, alcanzaron a darle las espaldas a fin de no ser arrastrados por él al descrédito popular. Resulta que este presidente empresario que hizo su fortuna atracando a un banco, y convirtiéndose en prófugo de la justicia, hoy, a propósito de la pandemia, pudiera ser que recuperara algunos puntos en su deteriorada imagen y salvara a la centro derecha de deslizarse por el precipicio electoral.

Ni Pinochet, en los años más fieros de su dictadura fue capaz de concitar a tamaños rastreros en su entorno. Consta que entonces incluso varios de sus ministros y asesores, conscientes de su impopularidad, le desaconsejaron realizar el plebiscito que en definitiva le dio un contundente NO a su voluntad de permanecer en el poder.

Es posible que algunos piensen que el incremento de los pobres y el inevitable frenazo de nuestras economías podrían estimular las pretensiones de la autodenominada centro izquierda por retornar a La Moneda y retener una digna representación en el Parlamento y los municipios. Por el contrario, lo que sí nos parece alentador es que el pueblo siga con los ojos bien abiertos y, durante los momentos más críticos de esta pandemia, sea capaz de mantener su repudio al conjunto de la llamada clase política, proponiéndose la promoción de sus propios y legítimos representantes para hacerse cargo de la conducción de nuestro Estado. Junto con alcanzar una Constitución verdaderamente democrática.

Esta parece ser la única posibilidad para que alguna vez pueda responderse la invocación pontificia en cuanto a que “los pobres no pueden esperar”. Aunque no hay duda de que en todo el mundo los más vulnerables y segregados continuarán muriendo de hambre, por las pestes, las guerras y la inhumanidad de los poderosos. Los mismos que descubren como otra gran oportunidad un virus que exige urgentemente vacuna y fármacos, los que sin duda alimentarían la usura de las entidades más inescrupulosas del planeta. Por ejemplo, los bancos y los grandes laboratorios médicos. Lo que explica que en todo el mundo se sospeche, incluso, que el Covid-19 fue un producto puesto deliberadamente en el mercado. Una poderosa arma de la nueva guerra fría entre las grandes potencias.

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