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Y qué hacer con los dueños de Chile. por Jaime Vieyra Poseck

Los entresijos de la presión del poder económico privado sobre la independencia de la política infectándola de corrupción, es ya intrínseco al capitalismo ultraneoliberal sin control democrático y a su libre albedrio. La hegemonía del inconmensurable poder de la esfera económica privada ―cuyos dueños son una élite que no representa más del 1,01% de la población― se ha consolidado como la propietaria de Chile.

Este enorme poder fáctico, que ha cogobernado en la sombra en la era concertacionista-Nueva Mayoría, y en los dos gobiernos de derecha se sienta en el sillón de Bernardo O’Higgins en La Moneda, ha conspirado contra la propuesta de las grandes mayorías para instalar un capitalismo inclusivo y redistributivo de la riqueza, como sucedió en el gobierno de Michelle Bachelet 2., el más reformista de la era posdictadura, donde se puso en marcha todo este poder de facto para abortar el cambio.

En efecto, con la derecha perdiendo el Poder Ejecutivo y Legislativo, los pocos conglomerados oligopólicos conspiran contra las reformas bacheletistas cruzándose de brazos en un soterrado locaut empresarial: dejan de invertir; despiden a más de 500 mil empleados, y permiten bajísimos niveles de crecimiento económico, sólo para no parar la maquinaria económica en espera del resultado de esta conspiración política en concomitancia con sus dos partidos de derecha. Hay que tener muy en cuenta que por primera vez el progresismo controlaba el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Sin embargo, sin los votos, la derecha abusa del Tribunal Constitucional declarando la inconstitucionalidad de las reformas, entre ellas nada menos que el nuevo Estatuto Laboral y, paralelamente, se desarrolla la cruzada económica del poder de facto empresarial, al borde de la sedición, contra la reformista Administración Bachelet.

¿Qué hace pensar que ahora será distinto? Reacia a cualquier cambio, ya la SOFOFA anuncia que habrá cero crecimiento económico.

Durante 30 años, esta derecha empresarial enmohecida ideológicamente echó sus anclas en el inmovilismo político para perpetuar el statu quo pinochetista: un capitalismo ultraneoliberal excluyente, elitista y autocrático. Sin permitir los cambios provocaron el Estallido Social. Pero si algo queda claro de sus consecuencias, es que la derecha empresarial se repliega en sus corrientes políticas más extremas, y que va a seguir en sus trece; es decir, insistir con cabezonería y torpe terquedad en el inmovilismo político para continuar con sus privilegios oligárquicos. La noble y sesuda tentativa por una corriente del partido Renovación Nacional de crear una derecha ciudadana, fue desechada y ha quedado dominada por el inmovilismo político más reaccionario.

La clase empresarial y sus dos partidos hiper corporativistas están umbilicalmente unidos en la idea única del ultraneoliberalismo y no tienen receptores para entender la dimensión y la responsabilidad social del empresariado en una sociedad que clama por un capitalismo social incluyente. Este hiper ideologizado poder de facto sólo entiende la realidad de acuerdo con sus intereses privados en detrimento de las grandes mayorías, a la cual percibe como su masa de siervos que tienen que agradecerle porque les da trabajo. El mejor y el más reciente ejemplo de esta arrogancia y de sentirse por sobre lo humano y lo divino; vale decir, por sobre leyes y éticas políticas, es la compraventa de los Piñera del proyecto minero Dominga en un paraíso fiscal: se usó el más alto cargo institucional para negociar intereses privados agraviando no sólo la institucionalidad y la voluntad mayoritaria que se opone a ese proyecto, sino además atentó contra el ecosistema, que también debería ya penalizarse como un crimen contra la humanidad.

Este poder de facto ha quedado anquilosado en una auténtica glaciación ideológica totalitaria. Es más, concibe la democracia como un sistema que se vertebra dentro de una institucionalidad basada en la exclusión de los derechos sociales de las grandes mayorías, como parte fundamental de la filosofía ultraneoliberal: la desigualdad es el combustible motivador para que el emprendimiento individual se dinamice y la economía crezca; es decir, la desigualdad debe existir sí o sí.

Resulta, por decir lo menos, inquietante que las fuerzas políticas que promueven el cambio estructural después de tsunami social de octubre-2019, no los tenga en su agenda como prioridad máxima para negociar un contrato social. Y debe ser directamente con esta élite porque sus dos partidos de derecha son sólo las ramas de este tronco económico. Pero este diálogo, tan esencial como inevitable con los dueños de Chile, brilla por su ausencia. Si no hay un contrato a priori entre los propietarios de Chile y las fuerza políticas que, se supone, deberán implementar los enormes cambios socioeconómicos, tendrán que afrontar un estallido económico en un tan planificado como premeditado locaut empresarial, de tal forma que la cesantía y la pobreza impulsen a las mayorías, por aclamación, a pedir el regreso del capitalismo excluyente sin control democrático. Estimularán la desestabilización socioeconómica, por sobre la nueva Constitución, sin importarles el trauma social colectivo que provocan, para regresar como salvadores del caos. Este capitalismo cognitivo ultraneoliberal sin control ni regulación en el cual unos pocos monopolios tienen un poder económico muy superior a los estados y que se han hecho intocables por la ineficiencia de controles democráticos puede, sin mayores inconvenientes, abortar, nuevamente, el cambio que Chile necesita y exige.

No es serio ―más bien es un engaño― que hasta ahora nadie ni nada apunta a un diálogo político entre este poder de facto empresarial y las fuerzas políticas que prometen el cambio estructural. De no alcanzar o forzar un acuerdo, las fuerzas políticas transformadoras llegaran a la Moneda y al Parlamento apoyados por mayorías irrefutables y armados con grandes ideales de cambio, que el poder de facto transformará en cañonazos sólo para matar moscas. Sucedió ya en la Administración Bachelet 2.; sin un pacto a priori y con una aún más reformista, será mucho peor.

Los acuerdos entre estas dos áreas, es decir, el intercambio de favores y dinero entre ambos lados de la mesa, se ha realizado debajo de ésta. Un traje excesivo en estrecheces de costuras y muy corto de talla En definitiva / estrictamente hablando

Actualizando todo su enorme inframundo en las redes sociales (la realidad entera a través de los postulados ultraderechistas de la posverdad, es decir, de la mentira como única estrategia política)

La izquierda entra al poder armada

En avanzado estado en descomposición

Sólo cargada de idealización

Hemos cruzado una frontera

La realidad parece simplificada a idealismos excesivos

Una idea monolítica

En una era de fluidez, está perdida en su propio espejo que le devuelve la misma imagen siempre como única verdad.

Rejuvenecido y tecnologizada, resurge como un neofascismo.

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