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Entrevista de Alex Ibarra a Fernando Aínsa. Reivindicación del género ensayo como modo de pensar para la filosofía nuestroamericana.

Fernando Aínsa (F.A) es un ensayista y crítico literario hispano-uruguayo. Trabajó por 26 años en UNESCO en París como Director de ediciones literarias. Es miembro de la Academia de Letras del Uruguay y de Venezuela. Entrevistado por Alex Ibarra Peña (A.I) del Colectivo de Pensamiento Crítico “palabra encapuchada”. Agradecimientos al fotógrafo español Josian Pastor.

A.I: Estimado Fernando, gracias por darnos la posibilidad de hacerte esta entrevista, que viene a ser un nuevo reconocimiento a tu trayectoria en las letras latinoamericanas y a tu constante participación en redes intelectuales. Son interesantes tus aportes al ensayo latinoamericano, para algunos uno de los principales modos de la escritura filosófica. ¿Te acomoda la clasificación de tu trabajo dentro de este género literario-filosófico? ¿Qué opinión tienes acerca del desarrollo de este modo de escritura en América Latina?

F.A: Desde que empecé mi labor crítica en los años sesenta del pasado siglo, me ha interesado el ensayo como género literario especialmente representativo e idóneo para reflejar la plural y compleja, cuando no contradictoria, realidad latinoamericana. El ensayo fomenta la duda, la ruptura y la crítica y —en la medida de su escepticismo imaginativo— contribuye a desarrollar nuevas ideas, aperturas a renovadas vías desde el margen, desde una periferia que se torna central. A partir de su mestizaje disciplinario y de género, y de su carácter metatextual, es posible proyectarlo como un revulsivo de los sistemas cerrados y un cuestionador de la razón acrítica. Se trata de pensar más allá de lo que se «encuentra ya pensado» —como recomendaba Adorno—, haciendo del ensayo la forma crítica por excelencia para problematizar y responder a lo inmediato y apremiante, en general con una intensa conciencia de la temporalidad histórica. Esa función de “despensar” lo pensado anteriormente, negación de la cultura petrificada como ideología, como tópico —lo que hoy llamaríamos “políticamente correcto”— es lo que Alfonso Reyes llamaba “orden de la duda”, función que me ha interesado en la medida en que el ensayista pone al descubierto esa parte que el pensamiento canónico ha dejado impensada, sumergida, insospechada. Sin embargo, esta tradición del ensayo latinoamericano, su función didáctica y moralizante para indagar libremente, escudriñar más allá de las apariencias y hacerlo con una preocupación estética y literaria, está hoy amenazada. El creciente predominio de la crítica y el academicismo va borrando la subjetividad inherente al género; la prosa monográfica y didáctica; el artículo de revistas especializadas, académicas o universitarias acompañado de rigurosos y reglamentados aparatos de notas y referencias bibliográficas, han ido esterilizando la fresca y espontánea prosa ensayística, en la que el estilo y la forma literaria era fundamental.

A.I: Una cuestión curiosa es que en tus biografías, supongo que en las autorizadas también, apareces como hispano-uruguayo, dicha cuestión ha dado lugar a que se te considere un intelectual de dos mundos. ¿Nos puedes hablar de esta doble pertenencia identitaria? ¿Cuál es tu relación con países como Uruguay, Venezuela y Chile?

F.A: Así se llamó el Homenaje y Coloquio internacional que sobre mi obra organizó la universidad de Lille en 2009: “el escritor y el intelectual entre dos mundos: lugares y figuras del desplazamiento”. El resultado: un volumen de 916 páginas que recoge más de setenta trabajos sobre el tema del entre deux, forjado por Daniel Sibony y que generosamente se me aplica. Con el Uruguay tengo una relación que detallo en la pregunta siguiente; con Venezuela la de haber publicado seis libros y artículos en revistas culturales y mantener una estrecha relación con muchos de sus escritores e intelectuales y ser miembro de su Academia de Letras desde el 2003; y con Chile la de una relación “conyugal” y familiar: mi esposa desde 1974 es chilena…Puedes imaginar el resto.

A.I: En tu obra escrita se puede observar que has dedicado varios estudios a la literatura uruguaya. ¿Por qué has prestado atención a esta producción intelectual? ¿Te parece la existencia de un aporte específico desde el Uruguay al resto de América Latina?

F.A: Tras la guerra civil española mi familia emigró al Uruguay, “la Suiza de América” de la época. He vivido y participado en la cultura uruguaya hasta 1974, lo que me ha creado profundos vínculos de afecto y amistad con un país que considero mi “patria de adopción” y donde me he empatriado, al decir de José Gaos, el filósofo español exiliado en México, forjador de conceptos como el transterramiento. He publicado en Uruguay seis libros sobre su literatura y “diversidad cultural” y soy Miembro Asociado de la Academia de Letras y he recibido algunos premios de reconocimiento por mi labor. Mantengo una fluida relación de amistad con muchos de sus escritores y sigo diariamente a través de internet su actualidad política, económica y cultural.

A.I: Tu obra no sólo muestra un amplio conocimiento de la literatura, por ejemplo en tu libro “Reescribir el pasado” (2003) haces un erudito recorrido por las principales fuentes de la principal historiografía del siglo XX, con especial revisión de esos representantes de lo que algunos han llamado la “historia desde abajo”. Hay ahí un concepto que para algunos podría resultar problemático, ese de la “relatividad del saber histórico” ¿Te refieres con esto a una fragmentación de la producción teórica del historiador? ¿Puedes precisar esta idea que te menciono?

F.A: La relatividad del saber histórico viene dada por la crisis de la validez del documento, a la que la tradición positivista, otorgaba una fe absoluta; por la emergencia de una historia ocultada, manipulada, silenciada y por la de la “nueva historia” que, a partir de Italia y Francia, ha irrumpido con historias temáticas (locura, muerte, mentalidades, sueños, sexo, y los “relatos de vida”, la etnohistoria y la microhistoria de pueblos y ciudades). La actual crítica histórica cuestiona la fe que se depositó en el pasado en la fuente textual, lo que se ha llamado el “fetichismo” del documento, al punto que un autor como Ernst Cassirer considera que hoy es más importante descubrir lo “falso” que lo verdadero y Foucault en La arqueología del saber propone rastrear lo que ha sido excluido, las omisiones deliberadas, lo prohibido que acompaña la “historia monumental”, porque en definitiva en toda sociedad, “la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad”.

A.I: Creo que lo más conocido de tus escritos tiene que ver con la utopía, a pesar de que aún hay autores latinoamericanos que se han referido al tema sin hacer referencia a tus textos. ¿Cómo llegas a esta preocupación teórica? ¿Qué motivación tuviste para llevar a cabo las amplias investigaciones que realizaste al respecto?

F.A: Descubrí la utopía a través de la literatura, lo que reflejé en mi primer libro sobre el tema, Los buscadores de la utopía (1977), y luego profundicé la importancia del concepto en la propia historia de América Latina, desde los mitos que preceden su incorporación al imaginario de Occidente hasta la filosofía de pensadores como Martí, Hostos, Rodó, pasando por momentos de su historia como la colonización (pienso en las misiones del Paraguay), emancipación y la emigración socialista en México en el siglo XIX o anarquista en Brasil y Argentina a principios del XX. En mis libros Necesidad de la utopía (1990) y La reconstrucción de la utopía (1997), publicado simultáneamente en México y Buenos Aires, abordo su vigencia y cuestionamiento actual, algo que resumí en un artículo publicado en el desaparecido diario La Época de Santiago de Chile con el significativo título “Las utopías han muerto: ¡viva la utopía!” (17 marzo 1991). La difusión de mis ensayos no depende de mi, aunque la ensayista venezolana María Ramírez Ribes ha escrito en Utopía y praxis: “No es posible pensar la concepción de la utopía desde América Latina sin tomar en cuenta la obra de Fernando Aínsa. Cualquier reflexión en torno a la incidencia utópica en el continente americano tiene en Fernando Aínsa un referente ineludible, tanto en la proyección utópica en el seno de la literatura latinoamericana, como en los mitos que antecedieron al descubrimiento, los que se generaron a raíz de dicho descubrimiento o los numerosos experimentos utópicos realizados en América y la forma como la utopía, como motor de la historia, ha dejado y sigue dejando su huella en el continente, incluso en el presente”. En México (Horacio Cerutti, María del Rayo Ramírez Fierro y Manuel Corral), Argentina (Adriana Arpini y Hugo Biagini), Venezuela, Chile (Eduardo Devés y Javier Pinedo), se han ocupado de mis trabajos y han compartido conmigo encuentros, coloquios y publicaciones. En el año 2006 se organizó un homenaje a mi obra sobre la utopía en el marco del Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en Sevilla y recogido en el libro Utopía en marcha, coordinado por Horacio Cerutti y el ensayista finlandés Jussi Pakkasvirta, Por otra parte La reconstrucción de la utopía ha sido traducida al francés, portugués, macedonio, ruso y rumano.

A.I: De tus trabajos sobre la utopía el que más conozco es “La reconstrucción de la utopía” (1997) en el cual puedo advertir dos concepciones generales de la utopía, una que dice relación con el género utópico y otra que dice relación con la función utópica. ¿Te parece pertinente mantener esa distinción? ¿Puedes darnos una reflexión en torno a la actual producción teórica latinoamericana y su relación con la utopía?

Creo que el distingo sigue siendo fundamental. Una cosa son los sucesivos modelos propuestos que jalonan la historia del pensamiento utópico, generalmente fracasados o irrealizables, y otra el impulso, lo que llamo “función utópica” que tensa las relaciones entre el “ser” de la realidad y el “deber ser” de la idealidad, lo que el filósofo Ernst Bloch –a quién admiro mucho y he dedicado varios trabajos–, llama “el principio esperanza”, algo que es inherente al ser humano, incluso para espíritus escépticos como Cioran.

AI: No sé si compartes esta visión, pero da la impresión de que no has estado tan cerca de la academia, en cuanto esta se concentra en el trabajo al interior de la universidad. ¿Consideras que esta condición de intelectual no académico ha sido causa de una difusión limitada de tu obra? Por otra parte, ¿puedes señalar si es que esto trajo alguna ventaja para el desarrollo de tus escritos?

Me siento cómodo en esta condición de intelectual independiente no afiliado a escuelas o capillas. Entre muchos que aprecian esta condición está el filósofo argentino Hugo Biagini que afirma a “Fernando Aínsa lo podemos caracterizar como a un cosmopolita en situación, no sólo por aquello que han resaltado sus distintos comentaristas: las múltiples residencias territoriales que han signado su existencia y las raíces que ha echado en ellas –desde España y Uruguay hasta Francia”. Biagini ha destacado mi integración a redes como el Corredor de las Ideas del Cono Sur, liderado por pensadores latinoamericanistas como Eduardo Devés, Arturo Andrés Roig, José Luis Gómez Martínez, Horacio Cerutti, Serrano Caldera, Yamandú Acosta, Carmen Bohórquez y otros. “Allí Aínsa ha desempeñado una significativa función crítica y orientadora”, concluye. Por su parte, Ángel Esteban, catedrático de la Universidad de Granada afirma “Fernando Aínsa no es el típico académico, entre otras cosas, porque no es un académico en el sentido estricto. Es decir, nunca ha estado ligado, a través de un contrato permanente, con universidad alguna. Sin embargo, todo lo que gravita alrededor del mundo académico, ha sido el pasto de su propia historia intelectual. Conocido y aclamado desde hace décadas por críticos, profesores y escritores de las dos orillas, ha realizado una labor densa y profunda en el universo de las letras en lengua española”. Esteban concluye afirmando que “los que hemos leído la obra de Fernando y seguimos su estela intelectual, bien podemos decir que es un maestro para nosotros, aunque no nos haya dirigido tesis doctorales ni haya dictado cursos en nuestras universidades”.

A.I: A pesar de esa visión que te comentaba en la pregunta anterior, has sido reconocido por varios intelectuales académicos en varios países latinoamericanos, eso te ha llevado a ser un participante en redes intelectuales. ¿Cuál es tu diagnóstico sobre el trabajo que realizan las redes de intelectuales en América Latina? ¿Eres optimista con este tipo de encuentros? ¿Tienes alguna crítica o anhelo en torno a éstas?

Creo que las redes en este mundo globalizado, donde todos somos “contemporáneos”, son un instrumento fantástico e ineludible de comunicación e intercambio que Internet ha extendido a límites que no podíamos imaginar hace veinte años. Yo mismo mantengo un Blog (“En la marcha”) y una página Web (“De dos mundos”) y una activa participación en redes como “El corredor de las ideas” y en Facebook, al que confieso estar bastante enganchado. Lo importante es que esas redes puedan seguir manteniendo la libertad e independencia que debe caracterizarlas, pese a los big brothers orwellianos que las amenazan en forma creciente.

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