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La lección de Colo Colo por Juan G. Ayala

Cuando los jóvenes piden que todo cambie, los viejos deben saber escuchar y aplicar todo aquello de bueno que se propone, hasta donde la experiencia diga ¡basta!. He allí un dilema, ¿cómo conduzco el cambio para que éste sea posible?. Dígase el viejo: “Ahora que camino por la tarde de la vida, quiero tener certeza de que cuando el recodo del cambio vital me acometa, pueda yo percibir el viento fresco a mis espaldas”. Un humanista quiere creer que cuando ocupe su lugar en el orbe eterno, pueda escuchar al orden universal dictándole que su vida tuvo sentido.

Cuando el verbo preferido es Cambiar, la Universidad debe aplicar el Permanecer. Cuando el cambio es lo que da buen tono, las Casas de Estudios deben buscar el aplomo de lo permanente, cual significado es, que no tengo que usar el sombrero del abuelo, sino que debo comprarme uno nuevo, como alguna vez hizo el abuelo. Nunca ha sido fácil para la Universidad responder a los tiempos, pero debe tomar la plomada, el compás y la escuadra, e ir trazando la ruta, máxime cuando nos ha tocado caminar entre sombras y anhelamos la luz al final del camino, ese fanal encendido es el que nos están mostrando los jóvenes.

Nos cuenta Ercilla en la “Araucana”, que el crisol de la fogata encendida iluminaba el rostro de Colo Colo, cuanto éste tomaba la palabra y daba el enfoque y la metodología del buen gobierno para enfrentar al español. El anciano cacique no levantó el madero sobre sus hombros, al contrario él se limitó a orientar el proceso, conduciendo a Caupolicán a erigirse como toqui. Luego el viejo se retiró volviendo a las sombras de la noche.

Días atrás un colega me decía, “los ancianos deben sentarse frente a su choza y esperar a que los jóvenes vengan a pedirles consejo”; si, el maestro aparece cuando el discípulo está dispuesto. Empero tampoco hay que engañarse, la vejez no es necesariamente sinónimo de sabiduría, igualmente los jóvenes no lo son porque estén preñados de colágeno y testosterona, los jóvenes envejecidos existen, ellos le temen al cambio, sus objetivos son egoístas y de corto plazo. Pero sí, es una obligación moral del viejo, aprender a esperar que el fruto madure y crezca, su virtud radica en que mirando desde fuera del sembradío, abona la tierra y luego se aleja, no la pisotea. La distancia es el baluarte de su solvencia moral, reduce la posibilidad de que se le acuse de manipulación, ello supone que su estatura es tal, que la exposición de su discurso es su fuerza y su fuero.

La Universidad debe recuperar su esencia, ser la casa de la moral y la casa de la libertad, la academia está formada por jóvenes y viejos, juntos deben ser la virtuosa relación del cambio y lo permanente, cuya solución es el equilibrio entre lo que se propone y lo que existe. Los jóvenes en tanto tales tienen la fuerza, los viejos deben acompañar el cambio, resistirse es acumular energías que en algún momento se desbordarán. El mentado cambio es un “cambio desde la moral, por lo tanto desde lo permanente”, y lo permanente es lo que todos comparten porque lo ven como bueno y bello, debe ser entonces la Universidad, la residencia de la ética y de la estética, si esto se entiende ésta estará a la altura de los vientos de cambio tumultuoso. En la segunda década del tercer milenio, urbe universitas et urbe mundus.

Juan G. Ayala Profesor, Departamento de Estudios Humanísticos Universidad Técnica Federico Santa María

23 de marzo de 2012

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