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Y fueron 100.000 … y por un tema valórico por Juan G. Ayala

Stéphane Hessel de 93 años, y último redactor vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, editó en 2010 su último libro titulado, “Indígnate”, en el que reflexiona respecto de la indiferencia, la que caracteriza a nuestra modernidad interconectada, y hace un llamado a la insurrección pacífica. A menos de un año citemos tres ejemplos. Las manifestaciones en Atenas, los pacíficos acampantes en la Puerta del Sol, 100.000 personas marchando por Santiago, todo ello en un contexto de defraudación de la fe pública, y distanciamiento de los gobernantes con la ciudadanía. Sea en Grecia, España o Chile, lo común es la violencia implícita.

Cuándo la palabra robo reemplaza a la retribución justa, estamos frente a una violencia social. Cuando la palabra desconfianza reemplaza a la fe pública, estamos frente a una violencia social. Cuándo en nuestro país la Ministro del Trabajo dice que se ha robado, ella misma señala la violencia del fraude de la mentada multitienda, y cuándo la autoridad educacional minimiza la protesta estudiantil, atiza el fuego de la impotencia de estudiantes, padres y apoderados.

Desconfianza y violencia interna es lo que siente la ciudadanía, cuando se aprueban proyectos como HidroAysén. ¿A quién creer en la tramitación de un proyecto de primera importancia para el desarrollo nacional, si nunca se transparentó una política de Estado?. ¿Deben los ciudadanos creer a quienes hoy rasgan vestiduras?, legítimamente ellos ven un lavado de imagen. Lo que cien mil almas pidieron es una política de Estado, que los ampare y proteja del lucro malsano de “ejecutivos y gerentes no emprendedores”, de sostenedores de Inmobiliarias llamadas “Universidades”, y lo hicieron pacíficamente. Notable actitud que justamente debe servir para condenar a aquellos grupos de vándalos que destruyen tiendas y vidrieras, ellos son tan vándalos como los ejecutivos de multitienda que metieron la mano en el bolsillo de la gente.

El llamado de la calle es a no desconocer la historia, la Quinta República de De Gaulle titubeó, su respuesta osciló entre la conciliación y la represión, a la larga el emblemático líder galo dimitió. Hay momentos donde no cabe sino actuar y hacerlo con decisión, pero con transparencia, la virtud yace en sintetizar y acoger claramente el discurso de la “multitud sin rostro”, adelantándose al caudillo que siempre otea esperando el momento preciso, vista de verde oliva o se atavíe con un Armani.

Y estos sí que son temas valóricos, los que no se agotan en una moral genital como pertinazmente lo plantean sectores conservadores, quizás porque los negocios no tiene rostro ni sexo, el defraude y la estafa, tampoco, sea de multitienda, de universidades o de centrales de energía. La gente está indignada por eso aparece la resistencia, pero hay algo peor, cuando ésta se agota vuelve la indiferencia, que es la otra cara del destino trágico de una Nación, esa es otra razón para que la autoridad actúe, y no utilice la estrategia del desgaste y la demeritación. Caudillismo y populismo, e indiferencia y abulia, son las cuatro caras en las que se asienta la base de la pirámide, cuya cúspide se llama violencia. Sin saberlo los cien mil marchantes activaron lo que Hessel denomina la insurrección pacífica, que tiene un límite, ya lo señalara Jean Paul Sartre en 1947. Escuchemos la historia.

Juan G. Ayala. Profesor, Departamento de Estudios Humanísticos Universidad Técnica Federico Santa María

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