Ubicándose ella misma entre los “países en vías de desarrollo”, China promete a los países del Sur que no reproducirá el comportamiento depredador de las antiguas potencias coloniales. Durante el Foro para la Cooperación entre China y África celebrado en Pekín el 19 de julio pasado, el presidente Hu Jintao señaló pues: “China es el más grande de los países en desarrollo, y África el continente que posee el mayor número de éstos. (...) Los pueblos chino y africanos entablan relaciones de igualdad, sinceridad y amistad, y se apoyan mutuamente en su desarrollo común”.
Aun cuando esta declaración pueda ser producto de un ejercicio de estilo diplomático, los chinos conservan en la memoria las humillaciones soportadas cuando sufrían el dominio de las potencias europeas y de Japón. Sin embargo, sus dirigentes se encuentran frente a un dilema: para sostener el crecimiento económico (su prioridad), deben obtener de sus proveedores extranjeros cada vez más materias primas, de las cuales el país se volvió muy dependiente tras su despegue económico, en los años 80. Y, para asegurarse un abastecimiento ininterrumpido, se ven envueltos en relaciones con gobiernos a menudo corruptos y autoritarios –el mismo tipo de relaciones que las cultivadas antes que ellos por las grandes potencias occidentales...
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