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Conflictos y limitaciones: ¿Cómo afrontamos en el aula la enseñanza de la revuelta social? Por Cami Valo Torres

El trabajo de la Historia o pasado reciente en las escuelas es todo un desafío para los/las/les docentes. Se encuentran con diversos obstáculos que dificultan abordar su enseñanza: desde la limitación de un currículum inconcluso, la sutil restricción de los sostenedores de escuelas para integrar contenidos que conflictúan su postura política e incluso las denuncias de adoctrinamiento. Estas limitaciones se vinculan principalmente a las controversias que ha generado en nuestra sociedad acontecimientos como el Estallido Social.

Las restricciones antes mencionadas están instaladas en la cotidianeidad de las aulas, abordar el pasado reciente o acontecimientos de la contingencia desde una perspectiva crítica y transformadora, se ha convertido en un acto épico que refuta los rasgos de positivismo histórico instaurados en el sistema educativo. Esta es la realidad promedio de los/las/les docentes que deciden abordar, por ejemplo, el Estallido social del 18 de octubre en sus clases. El sistema escolar enseña -y la sociedad aprende- que la Historia no es otra cosa que el pasado, “ciencia del pasado”, dirá De Amézola, que asocia lo histórico a lo pretérito, a lo concluso, lo que no es actual ni contingente.

Trabajar temas de la contingencia en el aula no es fácil, aun se discute sobre el lugar que le corresponde asumir a cada docente, optando muchas veces por una posición neutra que opera más como resguardo que como metodología para propiciar la participación autónoma y libre de sesgos. Es probablemente por eso que la temática asusta y genera conflictos, más cuando los acontecimientos tienen relación con la memoria de la resistencia y las movilizaciones sociales, con las violaciones a los DDHH, con la dictadura y con el hecho de que varios de sus participantes y adeptos ocupan espacios de poder en la actual democracia.

Ante este escenario cabe recordar una pregunta expuesta por Mario Carretero en sus investigaciones: ¿Cómo afrontamos la enseñanza de una historia/pasado reciente cuyos protagonistas pueden estar vivos y los efectos de sus actos permanecen en la agenda pública actual? Podemos replantear la pregunta ajustándose al rol docente frente a la contingencia: ¿cómo afrontamos la enseñanza del Estallido y revuelta social cuando la mayoría de sus protagonistas están vivos/as y los efectos de sus actos permanecen en la agenda pública actual?

No existe una respuesta exacta respecto a cómo trabajar la enseñanza de un acontecimiento reciente que ha afectado al funcionamiento de toda una sociedad, pero tal vez no se requiere de fórmulas infalibles para esta labor, sino tener la disposición para reflexionar y proponernos hacer algo al respecto a partir de ciertos mínimos comunes.

En primer lugar reconocer la imposibilidad de rechazar el trabajo de temáticas contingentes en las escuelas, ya que recae en ellas la responsabilidad de entregar una formación completa a las personas. Así mismo la escuela tampoco puede rechazar abordar el pasado reciente en las aulas, puesto que la negación impide construir historia y preservar la memoria. El solo hecho de negar la oportunidad a cada estudiante de reflexionar respecto a sus propias vivencias, desde su narrativa como testigo de una historia en construcción, es restar importancia a la participación, a la construcción de la identidad, al rol que jugamos en tanto integrantes de la ciudadanía. La escuela es el reflejo de la sociedad, que no debe limitar el acceso al conocimiento frente a los aconteceres sociales de los cuales nuestros/as/es estudiantes son parte.

Una suerte de conservadurismo histórico ha influenciado los procesos de enseñanza-aprendizaje en la institución escolar, alimentando un constante temor frente a la labor y rol de docentes para quienes la contingencia nacional se convierte más que en una oportunidad de enseñanza, en un conflicto.

Tienen razones para ello, basta recordar la oleada de denuncias por adoctrinamiento a la superintendencia de educación llevada a cabo por familias contrarias a que en las aulas se hablará sobre el Estallido social. No solo generó molestias que se tocara ese tema, tampoco fue aceptado que se relacionara la revuelta con realidades cercanas, con la vida en el barrio o los estratos sociales a los que pertenecían quienes integraban el aula. En otras ocasiones, el simple hecho de expresar una opinión frente a lo que estaba ocurriendo en el país, derivó en denuncia por adoctrinamiento.

Más allá de los titulares de algún medio, ¿se ha instalado un debate serio en el mundo de la educación acerca del significado de adoctrinar? ¿Expresar una opinión es adoctrinar? Abordar la contingencia y debatir en torno a ella, ¿es adoctrinar? Con esas barreras como ejemplo, se han formado generaciones de docentes. Pero muchas hemos comprendido que no hay temática que se exima de poder ser abordada dentro del ejercicio docente. Cada experiencia, hito y suceso es una oportunidad de enseñanza en la medida en que guarde un sentido profundo con los aprendizajes de vida. La escuela no es un paréntesis en tierra de nadie, la escuela es reflejo de la sociedad. Allí se encuentran diversas personas, con sus personalidades y opiniones, allí se comparte y se construye en conjunto una narrativa.

Es una particularidad y no una dificultad el enfrentarnos a diversas visiones respecto a un acontecer. Incluyamos esta particularidad en el aula desde el ejemplo, la opinión y la reflexión. No hay asignatura que no se relacione con la realidad o que no entregue herramientas para entenderla. Textos literarios, obras de arte, gráficos, proporciones, problemas matemáticos, biografías, medio ambiente, salud, no hay límites para la enseñanza y el aprendizaje, más que los que nos imponen.

Hace unos meses enseñando género lírico a estudiantes de enseñanza media, expuse un poema de una joven que escribió sobre la brutal muerte de un anciano durante las revueltas sociales. El poema, un tanto misterioso, propició el interés suficiente para que los/las/les estudiantes se preguntaran sobre qué se trataba. De pronto les vi transformarse en un curso inquieto, intrigado, que no paraba de conversar sobre lo que percibían del poema. Tras una interesante y entretenida discusión, que permitió el desarrollo de habilidades transversales y propias de la asignatura, cerré la conversación presentando la noticia del adulto mayor fallecido en una bodega de materiales de construcción. En La Pintana. El silencio inundó la sala y tras unos segundos se miraron para luego continuar la conversación. Mi participación consistió principalmente en guiar con preguntas. Terminamos la clase escribiendo poemas sobre el estallido social y algunas vivencias (personales o cercanas).

La participación de los/las/les estudiantes a través de sus opiniones y la reflexiones frente a cualquier tema, es fundamental en los procesos de enseñanza-aprendizaje. No podemos eludir el hecho de que no son meros testigos de lo que acontece cada día en nuestro país, son también partícipes en tanto integrantes de la sociedad. Por ello es importante preguntarnos ¿Cómo podemos incluir temas de la contingencia como parte del ejercicio reflexivo de la clase? Esta labor es parte de nuestro deber docente y social, para preservar y visibilizar la memoria como un derecho humano relacionada a la identidad de todo un pueblo.

Preservar nuestra identidad es no olvidar: no olvidar a quienes perdieron sus ojos, a quienes sufrieron torturas y apremios, a quienes permanecen privados/as de libertad por manifestarse y a las personas asesinadas como José Uribe (25 años), Kevin Gómez (23 años), Manuel Rebolledo (22 años), Anibal Villaroel (26 años), Denisse Cortes (43 años). No olvidar que son y somos parte de este pasado reciente, de nuestro presente y del futuro.

Cami Valo Torres
Profesora de Historia y CCSS. Integrante de la Cátedra UNESCO de EDH de la UAHC

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